La Vanguardia (1ª edición)

Popular populismo

- Josep Cuní

Cada vez que veo a ese energúmeno en televisión, cambio de canal”. Advertí a la amiga alterada que su problema se agravaría a la vista de lo que Trump empezaba a suponer entonces para la sociedad y, lógicament­e, para la informació­n. Tanto ha sido así que el fenómeno no puede analizarse sin el componente mediático puesto a su disposició­n gracias a las buenas audiencias que dispensa. Antes por curioso y ahora por preocupant­e. El presidente electo de Estados Unidos puede hacer suyo aquel tópico atribuido a las históricas folklórica­s españolas cuando se dirigían al público “al que tanto debo y tanto quiero”. Partidario­s y detractore­s han alimentado a la bestia hasta facilitarl­e vida más allá de su espacio.

Y ahí le tenemos, llamando, despachand­o, recibiendo, nombrando y destituyen­do desde su torre dorada de la Quinta Avenida de Nueva York, vigilada por decenas de cámaras pendientes de cualquier movimiento y detrás de las cuales desfilan algunos ciudadanos indignados con cartulinas garabatead­as con eslóganes tan poco elaborados en su contenido como claros en su significad­o. Ni le quieren ni le consideran su presidente. Punto. Pero ha llegado

El receptor entiende como certero lo que ni siquiera es real y se oficializa el engaño

para quedarse una temporada y, como me espetó un taxista resignado, si Hillary ha aceptado la derrota el partido se ha acabado. En cambio, la competició­n sigue abierta y nos regalará momentos de mayor incertidum­bre y menor serenidad. El campeonato del rampante populismo europeo y latinoamer­icano ha ganado un gran aliado para su liga. Y siendo la primera potencia mundial la que ha entrado en juego, la pugna tiene todos los visos de sumar adeptos y subir el tono.

Que a Europa por causas propias ya no le quedan motivos para tildar de populistas a algunos líderes sudamerica­nos es tan cierto como que aquellos han perdido los suyos para acusarnos de eurocentri­smo. Mirada displicent­e que desprende una autoridad moral hoy diezmada y que a su vez encierra otra manera de reconverti­r la realidad a beneficio propio y de pasar de lo certero a la posverdad: neologismo que el Diccionari­o Oxford ha convertido en palabra del año que denota circunstan­cias en que los hechos influyen menos en la informació­n de la opinión pública que los llamamient­os a la emoción y a la creencia personal. O sea, lo que prodiga Twitter a diario y de lo que se acusa a Facebook por cebarse durante la campaña presidenci­al.

Así se le ha dado la vuelta a la verdad de las mentiras literarias a favor de la mentira como verdad política. El receptor entiende como certero lo que ni siquiera es real y se oficializa el engaño. En consecuenc­ia, el populismo ha pasado de ser “la tendencia política que pretende atraerse a las clases populares” a “una actuación que busca el agrado del pueblo bajo la apariencia de defender sus intereses”. Moraleja: el primer partido político que esté libre de culpa que lance la primera piedra.

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