Popular populismo
Cada vez que veo a ese energúmeno en televisión, cambio de canal”. Advertí a la amiga alterada que su problema se agravaría a la vista de lo que Trump empezaba a suponer entonces para la sociedad y, lógicamente, para la información. Tanto ha sido así que el fenómeno no puede analizarse sin el componente mediático puesto a su disposición gracias a las buenas audiencias que dispensa. Antes por curioso y ahora por preocupante. El presidente electo de Estados Unidos puede hacer suyo aquel tópico atribuido a las históricas folklóricas españolas cuando se dirigían al público “al que tanto debo y tanto quiero”. Partidarios y detractores han alimentado a la bestia hasta facilitarle vida más allá de su espacio.
Y ahí le tenemos, llamando, despachando, recibiendo, nombrando y destituyendo desde su torre dorada de la Quinta Avenida de Nueva York, vigilada por decenas de cámaras pendientes de cualquier movimiento y detrás de las cuales desfilan algunos ciudadanos indignados con cartulinas garabateadas con eslóganes tan poco elaborados en su contenido como claros en su significado. Ni le quieren ni le consideran su presidente. Punto. Pero ha llegado
El receptor entiende como certero lo que ni siquiera es real y se oficializa el engaño
para quedarse una temporada y, como me espetó un taxista resignado, si Hillary ha aceptado la derrota el partido se ha acabado. En cambio, la competición sigue abierta y nos regalará momentos de mayor incertidumbre y menor serenidad. El campeonato del rampante populismo europeo y latinoamericano ha ganado un gran aliado para su liga. Y siendo la primera potencia mundial la que ha entrado en juego, la pugna tiene todos los visos de sumar adeptos y subir el tono.
Que a Europa por causas propias ya no le quedan motivos para tildar de populistas a algunos líderes sudamericanos es tan cierto como que aquellos han perdido los suyos para acusarnos de eurocentrismo. Mirada displicente que desprende una autoridad moral hoy diezmada y que a su vez encierra otra manera de reconvertir la realidad a beneficio propio y de pasar de lo certero a la posverdad: neologismo que el Diccionario Oxford ha convertido en palabra del año que denota circunstancias en que los hechos influyen menos en la información de la opinión pública que los llamamientos a la emoción y a la creencia personal. O sea, lo que prodiga Twitter a diario y de lo que se acusa a Facebook por cebarse durante la campaña presidencial.
Así se le ha dado la vuelta a la verdad de las mentiras literarias a favor de la mentira como verdad política. El receptor entiende como certero lo que ni siquiera es real y se oficializa el engaño. En consecuencia, el populismo ha pasado de ser “la tendencia política que pretende atraerse a las clases populares” a “una actuación que busca el agrado del pueblo bajo la apariencia de defender sus intereses”. Moraleja: el primer partido político que esté libre de culpa que lance la primera piedra.