La Vanguardia (1ª edición)

Que vuelva el calvo

- Susana Quadrado

Un año más hago como quien no sabe que el día 21 de diciembre se sortea el gordo. Finjo que no me entero de que mis colegas de la redacción corren a por el número que se reparte en la empresa, no sea que se agote. El de La Vanguardia es el 72191. Pues claro que me entero, pero una tiene sus principios. Cada vez que alguien se me acerca y me pregunta si ya llevo mi(s) décimo(s), respiro hondo, aprieto los dientes y cuento hasta cien. Uno, dos, tres..., 58, 61, 82..., ¡cien! Que no, amigos, que no lo compraré. No es que no tenga ideales y sueños y todo eso. ¡Quién no querría ser millonaria! Miente quien diga lo contrario. No se crean a los que aseguran que cogen un boleto por la ilusión de compartir, por la magia de la Navidad, incluso por costumbre. Cuentos.

Personalme­nte, me inquieta la idea de hacer castillos en el aire. Ya me entienden: el cántaro, la leche... Tampoco me seduce hacerle el caldo gordo al Gobierno y menos que la cosa se plantee como si de ello dependiera nuestra felicidad. Si tienes la buena suerte de ganar más de 2.500 euros, Hacienda –que “somos todos”– se queda con el 20%, ¡ea! El mayor premio es compartir... con Montoro, porque la mala suerte habitual es perder lo invertido. ¿Y las matemática­s? La probabilid­ad de obtener alguno de los 13 premios importante­s (1.º, 2.º, 3.º, dos cuartos y ocho quintos) jugando sólo un número es del 0,013%. Con diez números, del 0,13%.

Hay algo en la naturaleza del ser humano que le inclina a hacer cosas incomprens­ibles. Por ejemplo, incomprens­ible es ver cómo, ya desde julio o agosto, la gente empieza a reunir décimos o participac­iones de aquí y de allá. Diez euros en la carnicería, otros diez en la frutería, un décimo en el bar, dos en el club de fútbol. Estás con el cruasán o la tostada tan ricamente en el lugar de veraneo y, de súbito, te asalta la pregunta de siempre: ¿Y si toca aquí? Sudor frío. Las piernas empiezan a temblar y a esa tiritona le sigue un impulso irrefrenab­le de comprar un décimo, varios, muchos.

Mi tía, que es de letras aunque muy sabia, suele decir que nada ocurre porque sí. Tiene la teoría de que existen determinad­os eslóganes publicitar­ios, como el de la chispa de la vida o el del trinaranju­s sin burbujas, que funcionan porque se han colado en nuestro cerebro activando no sé qué mecanismos que nos hacen actuar incluso contra nuestra propia voluntad o nuestra economía. Lo extraño es que si todos tenemos claro que no nos caerá ni un euro, ¿por qué jugamos? Sencillame­nte, por si le toca a los colegas de la oficina, a los vecinos del barrio o a los del grupo de WhatsApp.

Ni siquiera el anuncio de Loterías del Estado de este año va a conseguir doblegarme. No he soltado ni una lágrima. ¿Debería sentirme mal? Que no, amigos, que no compro. Viendo el spot, más bien dan ganas de rescatar a la cándida Carmina de su hijo y su nuera bobalicone­s, darle al nieto con la mano de un mortero en la cabeza y enviar a la constelaci­ón de Orion a todo un pueblo que alimenta la lógica perversa del engaño a la abuela. Cómo se añora al calvo de la lotería.

Viendo el anuncio del gordo, dan ganas de rescatar a Carmina de su hijo bobalicón y darle al nieto con un mortero en la cabeza

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain