La Vanguardia (1ª edición)

“No os engañéis, de día soy un hombre”

LA PRIMERA PRESIDENTA DE EE.UU. DEBERÁ ESPERAR, PERO KELLYANNE CONWAY YA ES LA PRIMERA MUJER QUE DIRIGE LA CAMPAÑA DE UN CANDIDATO REPUBLICAN­O A LA CASA BLANCA

- FRANCESC PEIRÓN

El próximo 20 de enero, Kellyanne Conway cumplirá 50 años. A su familia –marido y cuatro hijos– le prometió un viaje a Italia.

La victoria de Donald Trump, en la que jugó un papel decisivo como directora de campaña y del que ahora es una de las principale­s consejeras, le ha arruinado la celebració­n prevista. En lugar de Roma, algo más cercano –Washington–, pero no menos cargado de historia en este momento.

El sorprenden­te resultado del 8-N ha provocado un replanteam­iento de su agenda. Ese día de enero asistirá en primera fila –si no cae en desgracia y con Trump nada es descartabl­e– al traspaso de poderes entre Obama y su jefe.

Se ha ganado por méritos propios asiento de primera fila, con derecho a fotografía y frase. Está acostumbra­da. Cuenta con más de 1.200 aparicione­s en televisión a lo largo de su recorrido como asesora, siempre al servicio de políticos conservado­res –quedó abducida en 1984 por un discurso de Ronald Reagan– y con el fin de contribuir a mejorar su imagen en el mercado del voto femenino.

Dicen que su efecto ha sido como el del domador que calma a los animales con su susurro. Según confesó al The Washington Post, despliega con Trump la misma estrategia que emplea con sus hijos. Más que enfrentars­e con ellos, les ofrece una gama de opciones. De esta manera, al ele- gir, sienten que disponen del control de la situación. La única diferencia es que a los suyos les restringe el uso de electrónic­os y a su jefe, no. “No es mi trabajo matenerlo alejado de Twitter”, afirmó.

El pasado agosto, de la mano de Steve Bannon, renombrado racista y abanderado del ultranacio­nalismo blanco, Conway entró a formar parte del séquito del magnate. Habían echado sucesivame­nte, por discrepanc­ias con la familia –Corey Lewandowsk­i– o por negocios turbios en Ucrania –Paul Manafort– a los dos expertos que habían ejercido ese puesto en la apuesta del conservado­r.

Conway se convirtió, en el tramo decisivo, en la tercera directora de campaña de Trump. Y es- to la ha encumbrado como la primera mujer que ocupa un puesto de este calado con un republican­o en la marcha a la presidenci­a.

Ha expresado satisfacci­ón por lograr este hito, aunque sigue lejos del que pretendía la mujer a cuyo fracaso ha contribuid­o, Hillary Clinton. Este apellido es una fijación en su hoja de ruta. Su marido, el abogado George T. Conway III, jugó un papel relevante en la imputación del presidente Bill Clinton por el caso Lewinsky.

“Llevo décadas en un negocio dominado por hombres. Desde el principio encontré que hay mucho espació para la pasión y poco para la emoción”, sostuvo Kellyanne en The New Yorker.

“A la gente le digo: ‘No os engañéis, de día soy un hombre’”.

Nació y se crió en Atco (Nueva Jersey), con cuatro mujeres (su madre, su abuela y dos tías), después de que el padre, camionero, abandonó el hogar por otra.

Fue una estudiante brillante. En su carrera trabajó para políticos que, más o menos, culpan a las mujeres de ser violadas (el senador Todd Akin). Como no quería perderse este periodo electoral del 2016, se ofreció en vano a varios candidatos. Al fin ingresó en el equipo de donantes de Ted Cruz, desde donde criticó las formas y el lenguaje de Trump.

Las palabras se las lleva el viento, como bien sabe su actual jefe. En lugar de destrozar el techo de cristal al que aspiraba la veterana demócrata, Kellyanne Conway más bien ha roto el jarrón.

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EDUARDO MUNOZ / REUTERS La directora de campaña, feliz a su llegada a la torre Trump tras la victoria electoral

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