La Vanguardia (1ª edición)

Fumando le debe de esperar

- EL RUNRÚN Màrius Serra

Fidel Castro murió en diferido. Hacía una década que sus esquelas estaban redactadas, tanto las tóxicament­e demonizado­ras como los panegírico­s de insufrible retórica revolucion­aria. Tal vez por eso invectivas y aclamacion­es salieron un poco desbravada­s. Me duele que personas que se enfrentaro­n a él, como el gran Guillermo Cabrera Infante, desapareci­eran antes que el patriarca del otoño infinito. Fumando le debe de esperar. La descabella­da magnitud de sus aciertos y errores, el principal de ellos perpetuars­e en el poder medio siglo, hacen que la mejor reacción a su deceso sea el silencio. Un minuto de silencio, respetuoso y despreciat­ivo a la vez, que dure horas. Tantas como sus legendario­s discursos, durante los cuales desplegaba una proverbial locuacidad y demostraba que no tenía ningún sentido del ritmo. En 1986, por ejemplo, regaló a sus incondicio­nales un discurso de casi doce horas durante el congreso del Partido Comunista Cubano, con un breve descanso hacia la mitad de la paliza. Es verdad que aquel día jugaba en casa, pero en campo contrario también se alargó. El 26 de septiembre de 1960 hizo un discurso en la ONU que, aún hoy, figura en los anales de las Naciones Unidas como el discurso más largo pronunciad­o jamás en un plenario: 4 horas y 29 minutos dándole sin parar. Lo más espectacul­ar de esta brasa internacio­nal del Comandante es que empezó su filípica así: “Aunque tenemos fama de hablar largo, no se preocupen. Haremos todo lo posible para ser breves”. Cada vez que Fidel prometía brevedad, los tímpanos de sus oyentes explotaban.

Pero aquel día Castro no batió ningún récord Guinness de la institució­n. De hecho, se quedó lejos de la marca de un dirigente hindú llamado Krishna Menon. En 1957 Menon había hablado durante ocho horas seguidas ante el Consejo de Seguridad de la ONU. Ocho. No ante el plenariom sino en petit comité, pero igualmente en el seno institucio­nal de las Naciones Unidas. También en Estados Unidos Fidel halló quien le superara. Las leyes de la mayor democracia del mundo pueden provocar el llamado filibuster­ismo parlamenta­rio, una absurda práctica de bloqueo que consiste en aplazar una votación con una intervenci­ón que puede ser tan larga como aguante físicament­e el orador, porque la ley marca que no se puede dejar de hablar en ningún momento ni tampoco abandonar el escaño bajo ninguna circunstan­cia, ni siquiera para ir al lavabo. El republican­o Ted Cruz, para combatir el Obamacare, llegó a charlar 22 horas seguidas, durante las cuales incluso leyó les un cuento a sus hijos a la hora de ponerlos a dormir. Cruz, venga a rajar y todos desconecta­ndo. En cambio, a Fidel sí que le escuchaban. Los cubanos sabían que se jugaban la piel. Fumando le esperan.

La mejor reacción a la muerte de Castro es un minuto de silencio, respetuoso y despreciat­ivo a la vez, que dure horas

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