De evolución a involución
La llegada de Luis Enrique ha sido muy beneficiosa para el Barça. Su incuestionable liderazgo ha domesticado un vestuario más difícil de llevar de lo que las teorías propagandísticas del buenrollismo quieren hacer creer y, en cuanto al juego, la evolución controlada del modelo hacia una verticalización tolerable ha combinado títulos con espectáculo. El cóctel, de obligado cumplimiento cuando se pretende contar con el beneplácito unánime de crítica y público, estaba siendo bien elaborado hasta ahora.
La tercera temporada de Luis Enrique, sin embargo, es de una irregularidad exasperante. El empate de Anoeta, en realidad una derrota en toda regla, es probablemente el peor partido de su era. Aunque sea tentador arremeter contra la actitud de los jugadores, recrearse en esa crítica facilona sobre la entrega y el sacrificio desatenderá el problema real, el que aparece tras preguntarse a qué está jugando el Barça últimamente.
Hace un año, en noviembre de 2015, este mismo equipo culminó una de sus mejores obras en el Bernabeu, venciendo por 0-4 llenando su centro del campo con Sergi Roberto de falso extremo. El balón fue azulgrana y la presión fue ejecutada con armonía por todos. Dos apriorismos, hoy de nuevo a debate, fueron desmentidos aquel día: la dependencia extrema de Messi (entró en ese partido con 0-3) y un presunto rechazo de Luis Enrique a la tenencia de la pelota como llave para ganar.
Esta temporada el centro del campo ha sufrido lagunas de tal calibre que parecen voltear el encargo que recibió el entrenador, convirtiendo la exitosa evolución en una alarmante involución. La invisibilidad de los interiores se ha normalizado y el abuso de Ter Stegen para superar la primera presión es un recurso pobre por mucho que sea envuelto de una falsa exhibición de estilo. “Contra el City hicimos los mejores 40 minutos de nuestra era”, dijo Luis Enrique. Esa es la referencia y el camino. Serenar el juego y ser dominante. Separarse de ahí conduce a la vulgaridad.