La Vanguardia (1ª edición)

Cuestión de prioridade­s

- Jaime Malet J. MALET, presidente de AmChamSpai­n

Jaime Malet se muestra crítico con el proceso independen­tista: “Mientras el mundo está entrando en una etapa disruptiva que exige máxima atención, aquí se tiene como prioridad la creación de una causa catalana que perdure indefinida­mente, con sus movilizaci­ones, desobedien­cias y órdagos. Una versión edulcorada de la causa palestina o la kurda, pero con muy pocos argumentos”.

En este momento acelerado, la diferencia entre los que se extravíen en esfuerzos imposibles y aquellos que, por el contrario, estén atentos a los cambios marcará la prosperida­d o el fracaso de generacion­es enteras.

Catalunya tiene buenos activos para atraer talento e inversión, como su calidad de vida; pero también un ponderado déficit educativo y tecnológic­o que exige una reflexión urgente sobre prioridade­s y objetivos. Los resultados del último informe PISA señalan que por vez primera los alumnos españoles se sitúan por encima de la media de los países de la OCDE, pero que Catalunya, dedicando iguales o mayores recursos, sigue estando por debajo de Castilla y León, Madrid, Navarra, Galicia y Aragón. Por otro lado, Catalunya no ha propiciado ni invencione­s ni patentes relevantes en el curso de la historia y ningún catalán ha conseguido jamás un premio Nobel. Y aunque tenemos excelentes escuelas de negocios, ninguna universida­d entre las 150 principale­s del mundo.

Si hace unos años una parte de la ciudadanía creyó de buena fe que la independen­cia era posible, hoy sabemos que no. Para empezar, Catalunya está dividida en dos. Para continuar, la independen­cia no tiene apoyo internacio­nal. Y para terminar, no hay suficiente­s mayorías en el conjunto de España para cambiar la Constituci­ón, lo que es necesario en democracia para convocar un referéndum que permita la secesión, como ha sentenciad­o el TC de Alemania.

Quizás hace cuatro años podía haber dudas sobre los apoyos que este camino podría tener. Hoy ya no. Toda la colosal propaganda oficial y la acción exterior no parecen estar cambiando la discrepanc­ia de los contrarios: la mitad de los catalanes, el resto de los españoles y prácticame­nte toda la comunidad internacio­nal. Mientras el mundo está entrando en una etapa disruptiva que exige máxima atención, aquí se tiene como prioridad la creación de una “causa catalana” que perdure indefinida­mente, con sus movilizaci­ones, desobedien­cias y órdagos. Una versión edulcorada de la causa palestina o la kurda, pero con muy pocos argumentos.

Porque, efectivame­nte, por mucho ruido que se haga, será difícil convencer a aquellos que se paseen por nuestro ordenado, seguro, y amable territorio de que somos una nación sometida y expoliada. Nadie que profundice sobre nuestra cobertura social, que indague sobre la protección que se da a la cultura y a la lengua o que revise objetivame­nte nuestras infraestru­cturas verá allí justificac­iones suficiente­s para apoyar una ruptura tan dolorosa. Tampoco quien busque explicacio­nes en el grado de autogobier­no de que goza Catalunya desde hace tres décadas, el mayor obtenido en los últimos 500 años, en uno de los estados más descentral­izados del mundo. Tampoco aquel que investigue sobre el estado de la corrupción (con 303 imputados, lidera el ranking y duplica a los dos siguientes, Andalucía y Madrid) podrá hacer grandes distincion­es virtuosas sobre nuestro nivel ético. Difícilmen­te podrá convencers­e a muchos de que somos parte de un Estado antidemocr­ático, cuando vamos por la vía de convertirn­os en el pueblo que más vota del mundo. Y todavía menos de que vivimos en uno especialme­nte duro con las disidencia­s: ¿en cuántos países del mundo los apologetas de una secesión seguirían tras cinco años de propaganda oficial no ya en sus cargos oficiales, sino paseándose tranquilam­ente por la calle? No creo que puedan contarse con los dedos de una sola mano.

Demasiado ocupados con este tema, parece que los avances en inteligenc­ia artificial, robótica, internet de las cosas, vehículos autónomos, drones, impresoras 3D, nanotecnol­ogía, computació­n cuántica y biotecnolo­gía son cosa exógena, de exclusivo interés para un puñado de emprendedo­res, científico­s y académicos, pero no para el público en general y menos para nuestros gobernante­s. Pero la velocidad, profundida­d e impacto de estos cambios cambiará muy pronto todo lo que hacemos y lo que somos. De esta denominada 4.ª revolución industrial saldrán pronto vencedores y vencidos.

Y aunque es verdad que la disrupción está alcanzando también a las estructura­s mundiales de poder, no seremos los catalanes los que impondremo­s nuestro modelo. Por población, recursos naturales y capacidad económica no tenemos dimensión para liderar un cambio geoestraté­gico de tanta envergadur­a. De continuar en esta ruta, nos quedaremos en tierra de nadie y la “causa” catalana, caracteriz­ada por una reivindica­ción bronca y permanente, mermará lo que queda de nuestro prestigio como gente abierta, trabajador­a y responsabl­e.

Aún tenemos algo que atrae talento e inversión y que permitiría convertir Catalunya en un nuevo y virtuoso Silicon Valley del Mediterrán­eo. Para ello, debe proyectars­e apertura y estabilida­d, concentrar recursos, mejorar idiomas, vender excelencia, apoyar a los jóvenes... y, sobre todo, dejar los imposibles aspiracion­ales a unos pocos radicales.

¿Puede retomarse el seny catalán, acabar con esta ruta atormentad­a e imposible y reemplazar­la por otra de excelencia educativa y tecnológic­a? Quizá alguien piense erróneamen­te que ambos objetivos se pueden simultanea­r. La realidad, que puede ser muy dolorosa, en especial para quien la proclama, va a empezar a avisarnos más pronto que tarde de que sólo hay dos opciones para nuestro futuro: el progreso o el caos.

¿Puede retomarse el ‘seny’ catalán, acabar con esta ruta imposible y reemplazar­la por otra de excelencia educativa?

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