La posverdad es el paradigma
La palabra de moda –posverdad– designa el fenómeno que se produce cuando los hechos objetivos tienen menos influencia en la formación de la opinión pública que la emoción y las creencias personales. Se parece bastante a una ideología, pero coincide mucho más con un paradigma.
Un paradigma es un conjunto de acuerdos sobre cómo considerar la realidad, una manera de ver el mundo, y de interiorizarlo, aceptada y compartida por un grupo, y que define una cultura.
Cada sociedad posee su propia visión de la realidad, del mundo, de sí misma, de la relación con su pasado, con la naturaleza y con la que ansía conseguir. Esa visión se expresa –y se puede descubrir– a través de todo aquello que sus miembros hacen, piensan y sienten, explicando e incorporando en la índole de las palabras y las formas del lenguaje que usan –símbolos, imágenes, metáforas; formas de culto e instituciones–, las cuales incorporan y transmiten una imagen de la realidad y del lugar que en ella ocupa el hombre. Tales visiones difieren para cada sucesivo todo social –cada uno con sus propios talentos, valores y modos de creación, inconmensurables entre sí–. Cada uno debe ser entendido –no evaluado– en su propio término. Cuando la visión del mundo cambia, la posibilidad de un tipo propio de creación desaparece con ella. No hay progreso, puesto que los valores de cada cultura son diferentes y no necesariamente compatibles entre sí; ni armonizables en un fin superior que sea resultado de la combinación de todos.
Surge así la noción de paradigma, la cual se inserta en la tradición de Maquiavelo, Vico y Herder; y durante el último siglo, en Spengler e Isaiah Berlin, hasta ser definida técnicamente por Khun a propósito de las revoluciones científicas. Se trata de un concepto que nace de la mecanización del pensamiento, en cuanto explicación metódica de cómo hay que mirar al universo.
La idea incuestionada se concreta en la existencia de un solo paradigma; de un modo único y certero de conocer, cuyo desarrollo lleva a la verdad. Pero no es así. No hay un método único de conocer, sino varios, puesto que no hay una verdad única, sino verdades subjetivas que dependen de lo que se proponga el que las busca. Buscar implica ordenar el universo de una cierta manera. Y el universo se deja ordenar, al ser abierto, flexible y polivalente. Lo que es cierto en función de un propósito resulta falso cuando se pretende otro. La verdad no constituye un absoluto único que espera ser conocido, puesto que la realidad tampoco lo es: el hombre crea la realidad con su propósito, del mismo modo que se reconoce erróneamente un rostro extranjero a lo lejos o se identifica un nombre en un cartel en el que se lee algo parecido a un nombre familiar. Se reconoce y se conoce por gestalt.
La mecánica cuántica corrobora esta noción con la paradoja surrealista – en este caso literal, puesto que la inventó André Breton– del pez soluble. O sea, un pez que se disuelve en el lago. Sucede lo mismo con la partícula subatómica: no se sabe dónde está; sólo se tiene la posibilidad de presumir su presencia, ya que aparece en un lugar u otro según las características del experimento dispuesto para detectarla. Del mismo modo, el pez soluble pica y se materializa únicamente allí donde se pone el anzuelo en el agua. Es una posverdad.
Así también es la realidad: algo vaporoso, multiforme, que se concreta en una u otra tangibilidad según el órgano con que se percibe, el instrumento que la explora, el experimento que se realiza. ¿Nadie ha pensado que cuando el CERN monta uno de sus tremendos experimentos, es el experimento el que está creando la partícula que busca, la cual, por así decirlo, no tiene otro remedio que aparecer? Otra posverdad.
Cada paradigma configura un a priori humano y es verdad como proyección de nuestro programa mental. Se trata pues de escoger entre paradigmas según el propósito que interesa, no de intentar vanamente descubrir la verdad.
La verdad no constituye un absoluto único que espera ser conocido, puesto que la realidad tampoco lo es