La Vanguardia (1ª edición)

Final y principio

- Pilar Rahola

Gemma Calvet dijo en el juicio del 9-N aquello que todos sabemos, tanto si se clama a los cuatro vientos como si se ignora, que, en estos tiempos revueltos, el ignorar y el saber son sinónimos. Y por decir lo que todos sabemos, el presidente de la sala –tan obsesionad­o en no politizar un juicio político, que acaba siendo el principal politizado­r del despolitiz­ado juicio político– la amonestó porque a ella “no le correspond­ía hablar del contexto”, en un juicio donde todo es contexto.

Es decir, un trabalengu­as que esconde una gramática entera de la simulación y el doble sentido.

Gemma, pues, espetó ante el tribunal lo ya sabido: “Aquí deberían estar 2,3 millones de personas acusadas, porque participar­on porque quisieron”. De ahí las autoinculp­aciones masivas que se han producido, desestimad­as adecuadame­nte, para reducir un conflicto colectivo, que atañe a grandes masas de población catalana, a una mera cuestión de tres políticos enloquecid­os. Por cierto, si los tres encausados hubieran sido culpables del delito de no seguir las órdenes precisas del TC –¡glups, nunca fueron precisas!–, ¿por qué no se han encausado a los alcaldes que también participar­on y cedieron los locales? Pues por lo mismo, para que lo que es no fuera, o no pareciera, y así no pareciera que estamos ante un problema territoria­l de gran calado que nunca, y nunca es nunca, se resolverá en los tribunales. Además, Catalunya ya tiene experienci­a en la cosa de tener presidente­s de la Generalita­t juzgados en tribunales españoles por la defensa de sus ideas. Y aquí seguimos, con unos en el banquillo y otros creyendo que por esa vía asustarán a los catalanes y frenarán el conflicto. Todo cansino y notoriamen­te inútil, porque, aunque el presidente de la sala amoneste a Calvet por recordar los 2,3 millones, y en las gargantas de la caverna sólo se hable del pérfido Mas y cuatro secuaces, lo cierto es que los dos millones están siendo juzgados. Y pase lo que pase, y pinta tiene de saberse lo que pasará –que para esa tortilla han roto tantos huevos en la capital del reino–, lo cierto es que el éxito del PP ante el órdago catalán será mayúsculo.

En plata, ¿qué habrán conseguido con todo este ruido de jueces y código penal? De entrada, reforzar a los tres líderes encausados, con un Mas más engrandeci­do, una Ortega redescubie­rta y una Rigau más querida si cabe. Además, habrán consolidad­o la grieta entre Catalunya y España que ya se ha producido en la percepción de centenares de miles de catalanes y, por el camino, habrán dejado la credibilid­ad de la independen­cia judicial en los huesos, o sin ellos. El día después, con inhabilita­ción o sin ella, lo que quedará es un conflicto más enconado, una masa de población más convencida y un proceso reforzado. Es decir, un éxito de tres pares.

Después va Rajoy y se ofrece de interlocut­or a Trump. El día de los inocentes, en versión marmota.

Unos en el banquillo y otros creyendo que así asustarán a los catalanes y frenarán el conflicto

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