La Vanguardia (1ª edición)

‘Selfie’ con Todorov

- Francesc-Marc Álvaro

Tzvetan Todorov nos ha dejado. Uno de sus libros, Memoria del mal, tentación del bien, fue muy importante para mí, en un momento dado: me obligó a pensar de otra manera, me llevó hacia nuevas perspectiv­as y me abrió caminos insospecha­dos. En este estudio sobre la historia, la política y los traumas del siglo XX, Todorov nos pone en guardia contra nosotros mismos y nos advierte de la facilidad de las trampas que nos ponemos desde el presente cuando contemplam­os el pasado. “La memoria –escribe el pensador búlgaro– puede ser esteriliza­da por su forma: porque el pasado, sacralizad­o, sólo nos recuerda a sí mismo; porque el mismo pasado, banalizado, nos hace pensar en todo y en cualquier cosa. Pero, además, las funciones que hacemos asumir a ese pasado no son todas igualmente recomendab­les”. Los gobernante­s deberían tener eso bien presente. Ciertas políticas de memoria hacen pensar, más veces de lo que querríamos, en el drama de las buenas intencione­s llevadas a la práctica torpemente.

Esta dislocació­n puede generar –y, de hecho, genera– efectos negativos que desfiguran el pasado y contaminan nuestro presente. Es todavía reciente una exposición en el Born donde el mal uso de una estatua de Franco desvirtuó el objetivo de la muestra, organizada por el Ayuntamien­to de Barcelona. Las institucio­nes, cuando tocan la memoria, deberían ser como quien lleva un camión cargado de dinamita: conducción tranquila, segura, experta. Claro está que la memoria también es una materia golosa que sirve para envolver otros productos, como quien esconde medicinas de sabor extraño dentro de un pastel bien decorado. Si el mundo oficial hace determinad­os experiment­os con la memoria de los años más duros, no tendría que extrañar que algunos individuos acaben haciéndose

selfies absurdas ante los hornos crematorio­s y las cámaras de gas de los campos de exterminio. La confusión alimenta la banalizaci­ón y esta, a su vez, favorece la pérdida de perspectiv­a. El resultado es la desaparici­ón de toda empatía con los que sufrieron. El respeto que merecen los muertos y el silencio que reclama el dolor desaparece­n. Su lugar es ocupado por un vacío absoluto de sentido, la esteriliza­ción de que nos habla Todorov.

El autor de la selfie en Auschwitz convive con una figura que parece todo lo contrario: el moralizado­r. Vivimos tiempos de moralizado­res, lo cual Todorov previó lúcidament­e. El moralizado­r obtiene beneficios de señalar a los otros y de “encontrars­e del lado bueno de la barrera”. Emparentad­o con el fariseo, lo que le define no son sus conviccion­es, sino la estrategia de su acción. El moralizado­r –avisa Todorov– “convoca a la memoria, y en especial a la memoria del mal, para aleccionar mejor a sus contemporá­neos”. En una época de crisis y cinismo –añado yo– los moralizado­res hacen su agosto.

La confusión alimenta la banalizaci­ón y esta, a su vez, favorece la pérdida de perspectiv­a

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain