La Vanguardia (1ª edición)

Periodista­s (con)fundidos

- Francesc Bracero

William Finnegan, reportero de The New Yorker y premio Pulitzer, contaba hace unos días al Magazine de La Vanguardia que el periodista debe “mezclarse con la gente de la calle, sentarse discretame­nte en un banco y pasarse horas observando el trasiego cotidiano. Fundirse con el entorno”. Valga esa reflexión profesiona­l para recordar que el protagonis­mo está en las antípodas del periodismo. Sin embargo, hay mucha gente, dentro y fuera del oficio, que cree a pie juntillas justamente en la tesis contraria.

Hace unos días, el periodista Cristian Segura reveló en El País las escandalos­as afirmacion­es del exjuez y senador de ERC Santiago Vidal en su periplo de conferenci­as separatist­as por Catalunya. De inmediato, el informador se convirtió para muchos en el protagonis­ta de la informació­n. Se juzgó a Segura por hacer (muy bien) su trabajo. “Por favor, insultadme de uno en uno”, llegó a reclamar el periodista en Twitter ante el linchamien­to tuitero con el que el fue obsequiado por algunos exaltados.

Es cierto que todo periodista tiene una intención cuando transmite una informació­n, pero detrás de ella lo que subyace es el deseo de informar de algo que cree que la sociedad debería conocer. El público de su medio juzgará si quería o no leerlo. Segura se convirtió en protagonis­ta involuntar­io de una informació­n porque vio lo que otros compañeros no vieron: un importante cargo electo de un partido con responsabi­lidad de gobierno aseguraba que ese ejecutivo de su formación había cometido ilegalidad­es. ¿Tan difícil es entender que eso es noticia?

Lamentable­mente, la respuesta es que si se analizan las cifras de comprensió­n lectora en España y en Catalunya, no es de extrañar que ocurran episodios así. Hay personas que no sólo no entienden lo que leen, sino que toman una posición radical al respecto porque creen haber leído cosas que el autor del artículo nunca llegó a escribir. La consecuenc­ia de esa maraña de equívocos se lía todavía más con tuits y retuits que llevan la discusión a puntos de esquizofre­nia.

La propuesta de Finnegan de que el periodista, como testigo, se funda “con” el entorno no tiene nada que ver con el comportami­ento profesiona­l de algunos colegas que se funden “en” el entorno, algo así como nadar a favor de corriente y repetir como loritos los mensajes de quienes gobiernan.

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