Superpastel de superhéroes
Deslumbrante fantasía de animación confeccionada con piezas de los populares juegos para niños,
La Lego película supuso, hace tres años, una muy agradable sorpresa: una película infantil de enorme creatividad e inteligencia no reñida con el público adulto. Un personaje allí muy secundario, el ínclito Batman, es ahora el personaje que encabeza esta nueva superproducción Lego. A nivel visual, el resultado de la operación tiene el mismo empaque y la faraónica grandeza de La Lego película, pero uno sale de la proyección con una cierta decepción, fruto de ese factor sorpresa que aquí ya no comparece, pero también del hecho de constatar que, como sucede en la saga Transformers, el exceso de elefantiasis es el mal que daña a la criatura: sentir el peso de una apisonadora sobre el cuerpo durante una hora y tres cuartos ha de ser algo parecido a ver Batman: La Lego película.
Hecha esta consideración, es justo reconocer en la película un espectáculo artístico de gran categoría, que conoce a la audiencia al que va dirigido y le ofrece el superpastel que desea zamparse, a riesgo de indigestión. La primera consigna parece ser la de interpelar directamente al espectador, como en Deadpool, dirigiéndose a él desde el mismo logo de la Warner. Y ahogarlo a continuación con un diluvio de citas referenciales, que obviamente pasan por todo el cosmos del hombre murciélago. La trama se centra básicamente en el enfrentamiento entre Batman, un Batman muy salado y camandulero y un Jóker aniñado deseoso de ser odiado. La acción no ofrece respiro, una lástima teniendo en cuenta que el único momento de auténtico relax es lo mejor de la obra: el protagonista calentándose en silencio una langosta en el microondas y comiéndosela después en solitario en su batcueva.