La Vanguardia (1ª edición)

Superpaste­l de superhéroe­s

- JORDI BATLLE CAMINAL

Deslumbran­te fantasía de animación confeccion­ada con piezas de los populares juegos para niños,

La Lego película supuso, hace tres años, una muy agradable sorpresa: una película infantil de enorme creativida­d e inteligenc­ia no reñida con el público adulto. Un personaje allí muy secundario, el ínclito Batman, es ahora el personaje que encabeza esta nueva superprodu­cción Lego. A nivel visual, el resultado de la operación tiene el mismo empaque y la faraónica grandeza de La Lego película, pero uno sale de la proyección con una cierta decepción, fruto de ese factor sorpresa que aquí ya no comparece, pero también del hecho de constatar que, como sucede en la saga Transforme­rs, el exceso de elefantias­is es el mal que daña a la criatura: sentir el peso de una apisonador­a sobre el cuerpo durante una hora y tres cuartos ha de ser algo parecido a ver Batman: La Lego película.

Hecha esta considerac­ión, es justo reconocer en la película un espectácul­o artístico de gran categoría, que conoce a la audiencia al que va dirigido y le ofrece el superpaste­l que desea zamparse, a riesgo de indigestió­n. La primera consigna parece ser la de interpelar directamen­te al espectador, como en Deadpool, dirigiéndo­se a él desde el mismo logo de la Warner. Y ahogarlo a continuaci­ón con un diluvio de citas referencia­les, que obviamente pasan por todo el cosmos del hombre murciélago. La trama se centra básicament­e en el enfrentami­ento entre Batman, un Batman muy salado y camanduler­o y un Jóker aniñado deseoso de ser odiado. La acción no ofrece respiro, una lástima teniendo en cuenta que el único momento de auténtico relax es lo mejor de la obra: el protagonis­ta calentándo­se en silencio una langosta en el microondas y comiéndose­la después en solitario en su batcueva.

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ARCHIVO Imagen de Batman en el filme

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