Un clásico indomable
Siempre insurgente y combativo, el cineasta italiano Marco Bellocchio accederá pronto a la condición de octogenario. Pero sigue en activo y sin bajar la cabeza (bueno, la cámara) ante una sociedad repleta de bajezas e injusticias. Bellocchio alterna con suma habilidad el drama social con el no menos terrible entorno familiar. Evitando de manera inteligente la desmesura dramática y el entramado argumental carente de autenticidad desde que en 1965 realizara un deslumbrante debut en el largometraje con su contundente Las manos en los bolsillos, crónica de una familia burguesa. Bellocchio ganaría después numerosos galardones y candidaturas en grandes festivales (especialmente Cannes, Berlín y Venecia). El tema de la madre como elemento clave del núcleo familiar ya aparecía –por poner solo un ejemplo- en su película de tono pirandelliano La balia. En Felices
se articula sobre la terrible devastación interior que puede producir la repentina desaparición del ser más querido. Es lo que le ocurre a Massimo, que cuando tiene solo nueve años, la presencia de su madre se transforma en una ausencia irreparable. Bellocchio convierte aquí la dificultad en atracción para un espectador que se siente inmerso en impactantes situaciones que al director jamás se le van de las manos.
Ficción con trazos autobiográficos, Felices sueños relata el camino cada vez más tortuoso del protagonista, que con el tiempo se transforma en un reconocido reportero de guerra y que tras pasar por Sarajevo vuelve a Roma. Esta crónica de un engaño, el sufrido por este niño que con el tiempo continúa siendo engañado por los demás, salta de manera intermitente a distintos años, sin afectar en absoluto la continuidad de una historia en la que también reinan sus intérpretes, incluyendo a Bérénice Bejo, aspirante en el 2012 al Oscar de mejor actriz de reparto por su actuación en The artist.