Sobre los escudos protectores
A principios de enero, un torpedo fue avistado en las aguas territoriales de Madrid. Un proyectil Black Shark, que figura en los modernos catálogos de armamento como uno de los torpedos más mortíferos. Diámetro de 53 centímetros, sonar avanzado y ojiva altamente explosiva. El Black Shark madrileño transportaba un informe de la unidad policial de investigación de delitos económicos y financieros que involucra al empresario Ignacio López del Hierro, marido de María Dolores de Cospedal, en los negocios opacos atribuidos a la familia de Jordi Pujol. Una ojiva muy explosiva, sí señor, puesto que estas últimas semanas se ha avivado en Madrid la hipótesis de que los Pujol disponen de información muy comprometedora, a modo de escudo protector.
El inquietante Black Shark iba dirigido a la línea de flotación de la secretaria general del Partido Popular, recién nombrada ministra de Defensa. La continuidad de Cospedal en la secretaría general estaba en aquellos momentos en entredicho, por una discutible acumulación de cargos. El torpedo llevaba suficiente carga para tumbar a la dama de Toledo. En el momento de la deflagración, otro proyectil, esta vez un F21, de corte más clásico, apto para todo tipo de submarinos, impactó en el Ministerio de Defensa. Su ojiva transportaba un informe acusatorio del Consejo de Estado sobre el accidente del avión Yak-42, que en el 2003 costó la vida a 62 militares españoles en Turquía.
Una explosión tapó a la otra y al cabo de unas horas toda España estaba discutiendo sobre si el exministro de Defensa Federico Trillo debía de seguir una minuto más en su puesto de embajador en Londres. Cospedal manejó la situación con verdadera maestría. Recibió a los familiares de las víctimas y les pidió perdón en nombre del Gobierno. Trillo abandonó la embajada cabizbajo y al cabo de una semana ya nadie en Madrid hablaba de la inminente de sustitución de la secretaria general del Partido Popular.
Fresca como una rosa, Cospedal inauguró ayer el 18.º congreso de su partido, horas después de conocerse la primera sentencia condenatoria por el caso Gürtel. Trece años de prisión para los tres principales acusados y nueve años para una exconsejera de la Generalitat valenciana. En febrero del 2016, esa sentencia habría podido hundir a Mariano Rajoy. Doce meses después, un potente escudo parece proteger a la fuerza gubernamental. El Partido Alfa lo resiste todo. Su congreso será una balsa de aceite. El problema lo tienen ahora los jóvenes partisanos de Podemos.
Un campo magnético parece proteger al PP de los proyectiles que pueden perforarle. Podemos, por el contrario, está siendo víctima de los magnetismos que ellos mismos han generado. Van a celebrar una asamblea muy democrática, en la que 450.000 personas tienen derecho de voto por vía telemática, por el solo hecho de estar inscritas, sin pagar cuota. Un tribunal ciudadano formado por casi medio millón de personas decide. He ahí un gran aliciente para el espectáculo mediático. Puesto que se desconocen las pautas de comportamiento de ese colegio electoral, las campañas de Pablo Iglesias e Íñigo Errejón han sido muy teatrales. Corrosivamente teatrales después de haberse roto la unidad del grupo dirigente hace más de un año.
El PP proclama a los cuatro vientos: ¡resistir es vencer! Y sus corazas repelen torpedos. Los incautos partisanos de Podemos han roto el escudo que les protegía: la fraternidad. Ahí está la clave narrativa.
Los congresos del PP y Podemos, cara y cruz de la capacidad de resistencia en los actuales tiempos