Clamor en Vistalegre por la unidad de Podemos
Urbán fue el más aplaudido en una asamblea en que se oyó algún silbido a Errejón
Los nueve mil asistentes a la asamblea de Podemos en Vistalegre clamaron ayer por la unidad, aunque hubo algún silbido a Íñigo Errejón a la espera de las votaciones de la mañana de hoy.
La deriva cainita y la tensión creciente en la cúpula de Podemos no desanimaron a las bases. Acudieron en masa a la Asamblea Ciudadana Estatal de Vistalegre –9.000 personas frente a las 7.000 que se congregaron en el 2014– para gritar “¡Unidad!” a los dirigentes de la formación morada. Fue una exigencia repetida con tal ahínco que acabó por desplazar a la salmodia “Sí se puede”, que hace vibrar a los podemistas.
Hasta que este mediodía se conozcan los resultados de las votaciones no se podrán ajustar las equivalencias respecto a cuánto se parecen los inscritos de Podemos a los que ayer llenaban la plaza de Carabanchel, ostensiblemente más proclives a las tesis y estrategias impugnatorias de Pablo Iglesias que a la moderación táctica que preconiza Íñigo Errejón. Las de ayer eran bases politizadas y comprometidas con la lucha social y la agitación, insubordinadas respecto al orden del 78 y claramente orgullosas de la brecha que se abrió en el 15-M. El número dos de la organización tuvo que escuchar algunos silbidos a su entrada en la plaza y, quizá por eso, o porque sabía a dónde venía, moduló su discurso para evitar abordar los verdaderos disensos entre su propuesta y la de Iglesias: ni una palabra de las alianzas estratégicas y la relación con terceros, llámense IU o el PSOE, nada sobre los supuestos errores que a su juicio desviaron a Podemos de su ruta tras el 20-D. Fue muy aplaudido pero también reconvenido por los asistentes: mientras el secretario general, Pablo Iglesias, era recibido al grito de “¡Presidente, presidente!”, Errejón escuchó reiteradas llamadas a la unidad, guante que recogió con perspicacia prometiendo un Podemos unido después del cónclave. El liderazgo de Iglesias no parecía en cuestión ante la militancia pero sí era evidente el deseo del tendido de que se ponga fin a una fractura interna que empezó siendo táctica pero que hoy es estratégica y de equipos. Y que atañe seriamente a lo que Podemos quiere ser de mayor.
En la plaza no había duda, sea o no una imagen de lo que quieren el conjunto de los inscritos: los gritos en apoyo de Diego Cañamero y Andrés Bódalo, coreados puño en alto por la militancia, hacían evidente el inmaculado ánimo impugnatorio de la militancia desplazada hasta Vistalegre, que mantiene intacta su voluntad rupturista respecto a los partidos del orden del 78. Por eso, por su carácter contestatario, por su emancipación de la pugna cainita y por sus evidentes dotes de orador político, ducho en la agitación, Miguel Urbán, líder de la corriente anticapitalista, se convirtió en la figura del día. Nadie como él supo enardecer a la concurrencia hasta llevarla a un éxtasis redentor cuando gritó: “Aquí no hay enemigos, somos compañeros. Nuestros enemigos son poderosos. No nos podemos equivocar de enemigos: Nosotros somos compañeros y somos los que vamos a ganar”, un exhorto que levantó a toda la plaza y que también era una bronca a sus dos jefes de filas y a su pelea televisiva y serial. Iglesias leyó bien el ambiente y aplaudió puesto en pie al líder de los anticapitalistas, en el que a partir del lunes puede hallar un aliado para configurar la nueva ejecutiva. Íñigo Errejón, en cambio, recibió con menos efusividad la reconvención de Urbán, convertida de inmediato en el momento más intenso de la mañana.
En una formación que ha hecho de la gestualidad emocional una de sus señas de identidad, las miradas estaban fijas en la primera fila de asientos, en la que Iglesias y Errejón hicieron visible su competición manteniéndose separados y sin apenas interacción. Cuando le tocó postularse como secretario gene- ral, Iglesias fusionó su destino al de su lista: “Os tengo que hablar de mi candidatura a la secretaría general, y por eso os tengo que hablar de Irene Montero..., de Vicenç Navarro..., de Rafa Mayoral...” y así siguió repasando su elenco de candidatos al consejo ciudadano estatal hasta concluir con uno de los giros más hábiles de la jornada: “Pero para hablaros de mi candidatura a la secretaría general también os tengo que hablar de Íñigo Errejón y Miguel Urbán”. Vistalegre rugía. Era su forma de reiterar la promesa de integrar a todas las sensibilidades en la futura ejecutiva, si resulta vencedor en la votación
AMBIENTE Vistalegre recibió a Iglesias con gritos de “¡presidente!”, y a Errejón, de “¡unidad!” EL TERCERO Su llamada a la cohesión y su discurso rupturista reforzaron la figura de Miguel Urbán PARTICIPACIÓN Votaron 155.000 inscritos, un récord para Podemos, aunque menos de los esperados
de listas y de proyecto político.
Justo después, Iglesias y Errejón se fundían en un abrazo que se pretendía antídoto de los temores de cisma pero cuyo efecto sanador sobre las bases de Podemos ha perdido potencia debido al abuso: ni los repetidos arrumacos ni las declaraciones públicas de afecto entre los que fueron buenos amigos han evitado la fractura política y personal que ha ido haciéndose evidente en la cúpula directiva de Podemos, de modo que lo que tiempo atrás habría sido interpretado como una afectuosa reconciliación, ayer apenas pareció un alto el fuego táctico, a la espera de conocer los resultados de estas primarias.
Esa es otra de las certezas que va cobrando fuerza hora a hora entre los morados: al margen de cuál sea el fallo dictado por los inscritos –más de 155.000 habían votado anoche, al cierre de la consulta, un récord de participación en Podemos y a la vez una cifra más corta de lo que la polarización de las últimas semanas parecían apuntar–, el Consejo Ciudadano Estatal que mañana sea elegido tendrá ante sí la delicada tarea de integrar las corrientes en una ejecutiva cuyo tamaño y funciones también dependerá del dictamen de los inscritos, un veredicto que, apuestas a parte, aún anoche era un arcano para todos. Se veía más tranquilos y confiados a los partidarios de Iglesias, que de algún modo jugaban en casa, pero sigue siendo una incógnita por despejar si el cariz de la militancia de Podemos se parece al perfil medio de sus votantes, reales y potenciales, como sostienen los errejonistas, o al sector de población más reactivo y politizado, tal cual el público de Vistalegre ayer.
No era el único enigma de este cónclave. Otros misterios no menores son saber si el impulso alcanzado por los partidarios de Íñigo Errejón, en su confrontación con el secretario general, puede ser reconducido en caso de derrota, o si el propio número dos asumiría el liderazgo al que le puede abocar la renuncia de Iglesias, en caso de que su lista y su proyecto lograsen imponerse a los del actual líder de Podemos.