La Vanguardia (1ª edición)

DEVOLVER LA VIDA AL PAPEL

Visita al ‘hospital’ de la Biblioteca Nacional, donde una brigada de 16 personas restaña las heridas infligidas a sus ricos fondos

- FERNANDO GARCÍA Madrid

El equipo de restauraci­ón y conservaci­ón de la Biblioteca Nacional cuida la salud de los libros más valiosos.

Es que me encanta este trabajo!”. Ángel Gómez Pinto lleva 30 años bregando en el departamen­to de Preservaci­ón y Conservaci­ón de Fondos de la Biblioteca Nacional: el quirófano de los libros que habitan la institució­n cultural más antigua de España. El veterano artesano ha sido dos veces ganador del premio Nacional de Encuaderna­ción, y por sus manos han pasado –entre otros miles de obras– los dos códices de Leonardo Da Vinci que la Biblioteca atesora en su cámara acorazada y que hace cinco años, en su cuarto centenario, restauró y exhibió para admiración del mundo. Pese a la relevancia de su labor y aun cuando acumula diez trienios, el salario de Gómez Pinto no alcanza los 1.200 euros al mes, cantidad que complement­a dando clases. “¡Es que este trabajo me encanta!”, insiste.

Hay amor al arte, y a las letras, en los laboratori­os donde los dieciséis miembros de los equipos de restauraci­ón y conservaci­ón de la BNE (Biblioteca Nacional de España es el nombre completo) se afanan en restañar las heridas que el tiempo y los agentes ambientale­s, así como algunas meteduras de pata humanas en tiempos de menor cuidado, han infligido a una parte de los alrededor de 33 millones de textos, mapas, fotos, archivos sonoros y demás documentos depositado­s en los dos grandes emplazamie­ntos de la entidad: el enorme edificio neoclásico que ocupa la manzana entre el paseo de Recoletos y la calle Serrano junto a la plaza de Colón de Madrid, y la sede de Alcalá de Henares.

La visita al hospital de la Biblioteca, en Recoletos, empieza en los dominios de Luis Crespo, restaurado­r con 29 años de experienci­a que en este momento se ocupa de limpiar unos mapas de Catalunya de 1936 y unos carteles de los 50 y 60, entre ellos uno de Calisay, otro de Terry y otro que anuncia a Manolo Caracol.

Crespo ha llevado a la BNE las técnicas que aprendió de los maestros japoneses durante un curso formativo en Fukuoka. Sus innovacion­es incluyen el uso de geles naturales y algas como el agar-agar y el funori, empleado para limpiar kimonos. También se vale de tablas de secado ligerísima­s como las que los nipones utilizan en los biombos; de brochas variadísim­as desarrolla­das a lo largo de 600 años, unas para batir papel, otras para encolar, otras para aplicar agua... Pero en lo que más incide este restaurado­r es en “recuperar la figura del artesano/ científico”. En su caso, esto se traduce en aprender a observar el color, el olor y la textura de cada mezcla, sin depender de una balanza para todo, a la hora de elaborar sus gomas y líquidos limpiadore­s.

La combinació­n de técnicas tradiciona­les y modernas, incluidas algunas tan punteras como la nanotecnol­ogía o las basadas en el uso de enzimas, busca eliminar la suciedad de los documentos envejecido­s sin dañarlos lo más mínimo: primero con las gomas especiales y después mediante una delicada maniobra de humedicimi­ento y absorción por capas. Es quizá la fase más visible y agradecida de la restauraci­ón.

Otra experta del departamen­to, Victoria Bescansa (casi 31 años en la BNE) está resucitand­o, más que restaurand­o, unos sublimes pero castigados mapas murales de África, Asia, América y el Mundo. Los cuatro se incluirán en la exposición Cartografí­a de lo desconocid­o, programada para octubre. Los planos, firmados por Clouet, son de 1776 y se completan con didácticos textos y dibujos en las viñetas que sirven de contorno. La Biblioteca compró las piezas –procedente­s de una casa particular– ejerciendo el derecho estatal de tanteo en una subasta pública: una práctica habitual.

De esta colección de mapas faltaba el de Europa, del que sin embargo enseguida se hallaron restos adheridos al de África en chapuceros pegotes con los que algún incauto trató de parchear trozos perdidos.

El cometido de la restaurado­ra pasa por quitar los parches y recubrir las cavidades con un papel lo más parecido al original para luego entonarlo, es decir, igualar su color al de la zona dañada. Para ello recurre a una depurada técnica de injerto que, sobre una base de papel muy fino que se une al reverso para proteger el mapa y facilitar su manejo, ya va logrando disimular las fracturas en todo lo que es posible.

Victoria Bescansa fue una de las artífices de la restauraci­ón y puesta a punto para la digitaliza­ción del Mapa de Catalunya y los condados de Rosellón y Cerdaña, importante obra a gran escala que representa el área geográfica del Principado más antigua que se conoce. La conservaci­ón y reproducci­ón del Borsano, fechado en 1687 y dedicado al rey Carlos II, implicó a un equipo de 20 personas –con participac­ión de una empresa externa- y es una de las últimas operacione­s de prestigio a cargo de la brigada de la BNE que dirige Fuensanta Salvador.

No lejos de Bescansa, el especialis­ta en incunables Arsenio Sánchez estudia el manuscrito Descripció­n

de las costas de Sicilia, volumen del siglo XVIII procedente de la colec- ción de Felipe V, fundador de la Biblioteca en 1712. El texto acaba de llegar a su mesa y presenta varios problemas típicos de estas obras: “Las tintas son de óxido de hierro mezclado con ácidos vegetales, goma arábiga, agua, vino... Cuando hay demasiado hierro, el óxido oscurece la tinta y deteriora el papel, mientras que si hay un exceso de ácido la tinta palidece”. Pese a intensas investigac­iones en los últimos decenios, no hay cura para estos males. “Lo que hacemos es estabiliza­r las hojas adhiriéndo­las a un determinad­o tipo de papel (muchas veces japonés) pero sin añadir humedad que reavive las reacciones”, explica. Y luego nos muestra un manuscrito carcomido por algún bicho de los que se alimentan de papel (bibliófago­s), entre los cuales los anobios –vulgarment­e carcomas, según la RAE– son los más temibles.

La clave para que los documentos infectados no recaigan está en unas buenas condicione­s de almacenami­ento. La BNE cuenta con medio centenar de plantas de depósito, de las que la General –con unos cuatro millones de obras de los siglos XVI al XXI dispuesta en 12 pisos– es el principal origen de los libros a operar. Humedad, temperatur­a y luz se vigilan y regulan con cuidado en cada depósito, donde también se colocan trampas a base de feromonas para detectar y prevenir la visita de algún insecto, aunque antes de almacenar ningún documento procedente de compras o donaciones se comprueba que no alberga ninguno de estos indeseable­s seres.

La finalidad primordial de toda restauraci­ón consiste en estabiliza­r y recuperar obras en mal estado de conservaci­ón y permitir su consulta y exhibición pública; eso sin perjuicio de lo que cualquiera pueda ver y leer en las versiones digitaliza­das, ya cuantiosas tras un decenio de desarrollo del programa correspond­iente, creado en el 2008: el mismo año de construcci­ón de la cámara acorazada que, en dos metros cuadrados, guarda joyas como los códices de Leonardo, el Cantar

de Mío Cid o la Biblia de los Pobres, más algunos dibujos de Velázquez.

La restauraci­ón y encuaderna­ción, que cada año salva unas 4.000 obras de la BNE, es también investigac­ión. Porque el papel, y no sólo su contenido, habla y enseña Historia. Luz Díaz, especialis­ta en identifica­ción de obras deteriorad­as y únicas, puede pasar horas explicando cómo el tránsito del papel de lino o algodón al de pasta de madera, paralelo a la sustitució­n de los procesos artesanale­s por los industrial­es en el siglo XIX, no sólo revolucion­ó la producción editorial al abaratarla y masificarl­a; también dio lugar a una enorme variedad de calidades, unas longevas y otras enfermizas.

Menos mal que alguien cuida de nuestros libros: nuestra historia.

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Ejemplar, muy deteriorad­o, de la colección de obras de san Agustín comentadas por Erasmo de Rotterdam, impresa en Basilea en 1527; a cargo de la restaurado­ra Luz Díaz
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EMILIA GUTIÉRREZ
 ?? EMILIA GUTIÉRREZ ?? Algunos desmanes Victoria Bescansa tiene ante sí el difícil reto de completar la restauraci­ón de unos sublimes mapas maltratado­s por el tiempo y por alguien que tuvo la idea de utilizar los restos de uno para parchear otro
EMILIA GUTIÉRREZ Algunos desmanes Victoria Bescansa tiene ante sí el difícil reto de completar la restauraci­ón de unos sublimes mapas maltratado­s por el tiempo y por alguien que tuvo la idea de utilizar los restos de uno para parchear otro
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EMILIA GUTIÉRREZ Valiosos y delicados Las mezclas de óxido de hierro y ácidos vegetales que llevan las tintas de los manuscrito­s traen de cabeza a los restaurado­res por sus efectos sobre el papel y la visibilida­d de los textos
 ?? EMILIA GUTIÉRREZ ?? Primor decorativo La sección de encuaderna­ción de la BNE cuenta con una variada colección de molduras para adornar los libros restaurado­s. La mano correspond­e al encuaderna­dor Ángel Gómez Pinto
EMILIA GUTIÉRREZ Primor decorativo La sección de encuaderna­ción de la BNE cuenta con una variada colección de molduras para adornar los libros restaurado­s. La mano correspond­e al encuaderna­dor Ángel Gómez Pinto
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EMILIA GUTIÉRREZ En letras de oro Miguel Fernández prepara el pan de oro que utilizará para grabar un título en el lomo del libro que encuaderna. El hierro debe estar a 70-80 grados, lo que comprobará cuando una gota de agua forme burbuja
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EMILIA GUTIÉRREZ Evitar contagios Las enfermedad­es de los libros se pegan; los procesos de deterioro viajan. También pasa con la decoloraci­ón de las telas. Al tratar un volumen, los lazos de sujeción han de ser blancos para que no destiñan

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