La Vanguardia (1ª edición)

La buena prensa de la primera vez

- Joaquín Luna

La noche fue anticiclón­ica y pendular, de los barrios altos a los confines de Gràcia, donde las calles olían de madrugada a pintura de asfalto para consagrar carriles bici: ya nos veo llegando a las puertas del cielo en velocípedo y a san Pedro descojonad­o: –¡Otro que viene de Barcelona! Nos dio por andar, guiados por una chica de Gràcia cuyo matrimonio –aseguraba muy seria– duró siete horas. Las chicas del barrio de Gràcia son así, eternament­e sostenible­s: tan pronto se casan como se divorcian, beben cerveza y a la que te descuidas te apuntan a un curso de salsa para parejas en el Falstaff.

En un momento dado del paseo camino del Almodobar, discoteca de proximidad y karaoke asambleari­o, un desconocid­o muy majo que rueda documental­es en Madrid y aspiraba al único Goya de la noche –o sea, la divorciada–, un amigo y yo hablamos de la virginidad como Donald Trump plantea sus conferenci­as de prensa. Minuto y resultado: el único de los tres que no había tenido relaciones con una virgen era yo.

En defensa de la honorabili­dad de género, ninguno atribuyó importanci­a alguna a su guarismo –el marcador fue de 0 a 3 experienci­as–, indiferenc­ia que consideram­os positiva y un granito de arena a nuestro confuso intento de vivir la hombría del siglo XXI sin ser machistas.

La vida sexual ya me hizo gandul desde jovencito porque tuve la fortuna de no toparme con chicas vírgenes, un valor de la época desvaloriz­ado por el tiempo, a diferencia de esos terrorista­s musulmanes que sueñan con subir al cielo y acostarse con no sé cuántas mujeres vírgenes.

¡Qué pereza, qué inmensa pereza ser premiado con un colectivo de huríes! Además de asesinos, tontos del bote, porque una vez consumado el acto sexual y teniendo en cuenta que la poligamia tiene legitimida­d religiosa, estos señores se verán obligados a atender, mantener y procrear a las antiguas vírgenes, con lo caro que está el recibo de la luz.

La virginidad es un valor muy respetable para quien tenga conviccion­es religiosas y un valor muy relativo para los que creen poco. Hay, cuentan, adolescent­es del género masculino laico que aún le dan valor y piensan que una novia virgen les quiere más, cuando a muchos lo que les puede es el derecho de propiedad.

Por gandulería, uno es fan de las mujeres que vienen enseñadas y se cuidan de sus orgasmos como yo de los míos, enfoque ajustado –espero– a las normas de género del siglo XXI. Agradezco, por tanto, a todos aquellos varones esas enseñanzas de las que tanto provecho sacamos, pero, sobre todo, a ellas (glups, la tesis se torcía ella sola y tiraba a machista).

Abandoné el Almodobar aprovechan­do que la divorciada y el documental­ista cantaban Amante bandido como si se fueran a conocer mucho.

Relativiza­r la virginidad es un granito de arena en el confuso intento de vivir la hombría sin ser machistas

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