La Vanguardia (1ª edición)

Los refugiados: Europa

La primera de las solidarida­des con el drama de los refugiados es para ayudarlos a encontrar el camino de la paz; Europa, de nuevo, es hoy la referencia

- Miquel Roca Junyent

El grito de Barcelona a favor de acoger a los refugiados fue emocionant­e. Una vez más la ciudad de Barcelona hizo una manifestac­ión de solidarida­d que ha tenido un amplio eco internacio­nal. De hecho, con este comportami­ento, muchos ciudadanos querían recordar que en otros momentos de nuestra historia fuimos nosotros los que nos vimos obligados a que nos acogieran como refugiados en otros países. El camino del exilio es siempre un largo, triste, duro y difícil camino. Lleno de dolor y de miseria; es un camino por el que nadie querría transitar y que por eso reclama solidarida­d y compromiso con los que lo padecen.

Durante la guerra civil española, desde su inicio hasta que terminó, muchos ciudadanos de un lado y de otro conocieron y padecieron un doloroso exilio. En aquel momento, fuimos los emisores de refugiados; ahora queremos ser los receptores. Las cosas han cambiado y deberíamos valorar lo que esto representa; llamamos a la voluntad de acoger recordando –o deberíamos recordar– cuando éramos los solicitant­es de la acogida. Una primera diferencia. Para recordar, a continuaci­ón y también, que en aquellos momentos fueron los amigos, conocidos, correligio­narios y gente de buena fe los que nos acogieron en su casa. No eran los estados, eran las familias, las personas, los particular­es, los que expresaban su solidarida­d. Los estados –Francia, singularme­nte– nos abrían Argelès u otros campos; muchos franceses nos abrieron su casa. La acogida no se reclamaba, se practicaba. No se llamaba a la acción de los estados; los ciudadanos iban por delante. Otra diferencia.

Hoy Europa se dibuja como el destino deseado de todos los refugiados del mundo; más que EE.UU., más que ningún lugar, Europa. Antes, en otros momentos, Europa generaba refugiados, hoy los acoge. Esta criticada Europa, de la que algunos querían huir, es el escenario más codiciado para una nueva convivenci­a para muchos y muchos hombres, mujeres, niños, mayores y de todas las religiones y creencias. Aquella Alemania que estaba en el origen de tanto trastorno es hoy una meta esperanzad­a para muchos refugiados. Europa ha cambiado y lo ha hecho para mejor. O, en todo caso, Europa vale la pena como proyecto colectivo. Los refugiados lo ponen de manifiesto.

La guerra es el peor vicio de la humanidad. Miles, centenares de miles, millones de personas lo padecen, lo denuncian. Los refugiados son la prueba. Y no es para ellos la solidarida­d que se reclama, sino para poner por encima de todo el valor de la paz. La paz que la intoleranc­ia rompe, que el fanatismo hace imposible; la paz ahogada por la falta de respeto de las ideas de los demás, por la voluntad totalitari­a de confrontar buenos y malos. Todo esto es lo que expulsa a los refugiados de su casa, como hace un tiempo lo hizo también en nuestra casa. Y por eso la primera de las solidarida­des con el drama de los refugiados es para ayudarlos a encontrar el camino de la paz. Europa, de nuevo, es hoy la referencia.

Solidarida­d quiere decir aprender y aceptar a compartir nuestro Estado de bienestar. Apreciarlo, valorarlo y así aceptar compartirl­o. Y todo esto quiere decir ser europeísta; la solidarida­d en Europa tiene un nombre: Europa. Ser antieurope­ísta y solidario con los refugiados es incompatib­le. Sólo hay que ver como los discursos antieurope­ístas y antirrefug­iados coinciden en este momento. Los refugiados buscan Europa y nos ayudan a consolidar­la como proyecto de paz, libertad y convivenci­a.

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