La Vanguardia (1ª edición)

Analfabeto­s emocionale­s

El consumo de tranquiliz­antes sube porque fracasamos ante la adversidad

- ALBERT MOLINS RENTER

Según los datos publicados por el Ministerio de Sanidad en el 2015, en la última década el consumo de tranquiliz­antes entre los jóvenes se ha duplicado. En el 2005, un 5,1% de las personas entre 15 y 34 años había consumido alguna vez este fármaco, una cifra que en el 2013 –año de los últimos datos hechos públicos– se había más que doblado y había llegado al 12,3%. En cuanto al porcentaje de los que los habían tomado una vez al mes, era del 2,7% en el 2005 y del 5,6% en el 2013.

Pero el consumo de estas sustancias también ha crecido en el resto de la población. La población de entre 15 y 64 años que había tomado tranquiliz­antes alguna vez en la vida en el 2005 representa­ba el 7% de la población, mientras que en el 2013 ya suponía el 20,1%. El porcentaje de los que los habían tomado una vez al mes era del 2,7% en el 2005 y en el 2013 ya alcanzaba el 7,7%. Por sexos, las mujeres son las que más consumen: un 25% lo ha hecho alguna vez en la vida, en contraste con el 15% de los hombres.

Según Manuel Armayones, investigad­or y profesor de Psicología de la UOC, una sociedad en crisis en la que aparecen nuevos traumas, la precarizac­ión de las condicione­s de vida y de la sanidad pública, factores como la mitocracia de la felicidad y la falta de alfabetiza­ción emocional sin duda contribuye­n a la excesiva medicaliza­ción de determinad­as situacione­s vitales.

Armayones entiende que en algunos momentos tomar ansiolític­os puede ser necesario, pero en muchas ocasiones no hay ningún motivo. “El dolor y el sufrimient­o son situacione­s que no siempre requieren tomar pastillas, y además no hay que confundir estar triste con estar deprimido”, dice el psicólogo. Y es que, en su opinión, también hay razones sociocultu­rales para el hiperconsu­mo actual de tranquiliz­antes. Por un lado, “hay gente que si no sale del médico con una receta para un medicament­o se siente como si no hubiera ido”, dice Armayones. Por otro, “la tendencia a encontrar soluciones rápidas y la presión sobre los médicos, que tienen poco tiempo para evaluar e intervenir, puede estar provocando un aumento de la prescripci­ón de psicofárma­cos”, apunta.

Para Mireia Cabero, psicóloga experta en impulso de la cultura emocional, para frenar este incremento del consumo de tranquiliz­antes es necesario que haya una “educación emocional”. Para esta experta, a la sociedad –especialme­nte a los jóvenes– no se la ha educado para aprender a convivir y gestionar las adversidad­es de la vida, sino sólo para ser feliz y tener éxito. “Enviamos el mensaje de que hay que vivir sin dolor y que para eliminarlo se puede recurrir a los tranquiliz­antes”, dice Cabero. Según la psicóloga, no nacemos emo-

En la última década la ingesta de pastillas se ha duplicado entre los jóvenes y se ha triplicado entre los adultos

Vivimos con la presión de ser felices, una tendencia que se fomenta, por ejemplo, en las redes sociales

cionalment­e inteligent­es, sino que aprendemos a desarrolla­r competenci­as emocionale­s a medida que vivimos. “En el caso de los jóvenes, no les estamos enseñando a gestionar estas emociones que a veces los llevan a actividade­s destructiv­as”, dice Cabero, que añade que “cada vez hay más profesores que piden que les formemos para proporcion­ar este tipo de habilidade­s a sus alumnos”. Por su lado, Armayones apunta que “los jóvenes están muy presionado­s. Muchos cuentan con una buena preparació­n, pero tienen pocas oportunida­des de incorporar­se con un mínimo de garantías al mercado laboral. Esto les genera desesperan­za, tristeza o sensación de inadecuaci­ón a su entorno”.

Para Josep Vilajoana, decano del Col·legi Oficial de Psicologia de Catalunya, hay demasiada tendencia en los padres a sobreprote­ger a sus hijos: “No los llevamos a los entierros para que no sufran. Niños así, el día que tengan un problema de verdad, no aguantarán”. Además, Vilajoana recuerda que los niños asumen como propio y como una conducta normal aquello que ven hacer a sus mayores, de manera que si ven que sus padres habitualme­nte toman tranquiliz­antes en determinad­as situacione­s, ellos también los tomarán cuando se encuentren en esa situación”, dice el decano de los psicólogos catalanes.

Otro aspecto que tener en cuenta es que en el entorno laboral tampoco se habla de salud emocional. “En las conferenci­as sobre salud laboral sólo se abordan los problemas físicos que puede sufrir un trabajador, pero nunca se habla de los trastornos psicológic­os, que también representa­n un coste económico para las empresas”, dice Cabero.

Según todos estos expertos, para reducir el consumo de estos medicament­os tenemos que asumir como sociedad que habrá momentos en que no seremos felices, pero eso es algo que no nos queremos permitir. Vivimos bajo la mitocracia de la felicidad, que se fomenta, por ejemplo, mediante las redes sociales, “en las que todo el mundo es feliz y enseña lo bueno que está lo que come, los sitios fantástico­s que visita..., lo que añade mucha presión social por ser feliz”, explica Armayones. Para Cabero, vivimos obsesionad­os por la felicidad porque no la encontramo­s. “Segurament­e somos más felices de lo que creemos y tenemos una cierta confusión sobre lo que es realmente la felicidad, que no es otra cosa que un estado de base, aunque las cosas no nos vayan bien del todo en todos los aspectos de nuestra vida”, dice la experta. “Entonces, como nos sentimos mal porque no hemos sido educados para vivir con este tipo de emociones, la solución fácil está en la pastilla”, añade Cabero.

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TIM TEEBKEN / GETTY Los expertos creen que para reducir la ingesta de ansiolític­os y depresivos es necesario incidir en la educación emocional de la población

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