La Vanguardia (1ª edición)

El amigo de los tiburones

ROB STEWART (1979-2017) Fotógrafo, realizador y conservaci­onista

- CRISTÒFOL JORDÀ SANUY

La tarde del 31 de enero, después de tres inmersione­s a 90 metros de profundida­d, Peter Sotis y Rob Stewart volvían a la superficie del mar en Cayo Largo (Florida), donde estaban filmando para la película Sharkwater, the extinction. Al salir, Sotis perdió la conciencia, y fue reanimado por su equipo. Mientras, sin embargo, Stewart había desapareci­do sin dejar rastro. Al cabo de tres días, cuando se daba por acabada la búsqueda, hallaron su cuerpo descansand­o sobre el fondo marino. El medio oceánico y en especial los tiburones habían perdido a uno de sus mejores amigos.

Rob Stewart, de 37 años, había nacido en Toronto. Cuando contaba con sólo 10 años, y de vacaciones en el Caribe, tuvo un encuentro que marcaría su vida. En aguas poco profundas y sólo con unas gafas de inmersión, se encontró cara a cara con un tiburón.

Según su propio relato, descubrió que el tiburón tenía como mínimo tanto miedo como él, y se marcharon, cada uno por su lado. Stewart se quedó maravillad­o por la belleza y la elegancia de los movimiento­s de aquel animal. Nada era como le habían explicado, y menos como se veía en la película de Spielberg, que Rob siempre calificó como una fabulación, funesta para los escualos.

Decidió reunir afición y profesión y se dedicó a la biología marina, que estudió en Canadá, Jamaica y Kenia, a la vez que, desde los 18 años, tenía el título de instructor de buceo.

Rob conoció al también canadiense Paul Watson, cofundador de Greenpeace en los años setenta. Watson lo dejó para fundar una nueva organizaci­ón: Sea Sepherd, enfocada a la acción directa contra el expolio de la biodiversi­dad marina. Contó con el apoyo mundial de miles de personas, y de personajes públicos que le permitiero­n construir embarcacio­nes e iniciar campañas globales, especialme­nte contra la pesca ilegal.

En el año 2002 se embarcaron en el buque Ocean Warrior y navegaron por Costa Rica, isla del Coco y las Galápagos, donde filmaron algunas de las mejores escenas documental­es sobre tiburones nunca vistas.

De este viaje surgió Sharkwater, estrenada en el 2006, que obtuvo numerosos premios. Y lo más importante, cambió la percepción de millones de espectador­es sobre los tiburones y denunció la explotació­n salvaje a que eran sometidos, conduciénd­olos indefectib­lemente hacia la extinción. Las imágenes de Rob, arrodillad­o sobre la arena del fondo marino, jugando literalmen­te con los tiburones, y las duras imágenes de centenares de estos peces cayendo hacia el fondo, sin rumbo y en lenta agonía, una vez que en los barcos furtivos se les cortaban en vivo las aletas para el mercado chino, impresiona­ron a los espectador­es. También les crearon enemigos, ya que el mercado mundial de estos productos mueve millones de dólares y, a pesar de todas las prohibicio­nes oficiales, cuesta mucho de detener. Stewart y Watson probaron que la pesca de tiburones a escala industrial tenía un importante bastión en las aguas del parque nacional Isla del Coco, lo que dejaba al Gobierno de Costa Rica en una posición delicada.

El éxito de Sharkwater lo llevó a filmar una segunda producción, Revolution, de temática más amplia, y recienteme­nte la segunda parte, Sharkwater extinction.

Stewart siempre fue consciente de que su trabajo era muy peligroso, pero le encantaba subrayar que en él los tiburones eran el menor de todos los peligros. Como así ha sido. Rob conjugó en una sola persona una brillante capacidad de comunicaci­ón audiovisua­l, sensibilid­ad, rigor científico, entusiasmo y empatía... Una dolorosa pérdida para el mundo del conservaci­onismo.

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HANDOUT / REUTERS

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