El Espíritu Santo
El presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, respondió en Narbona una pregunta sobre si había recibido alguna propuesta por parte del Gobierno español. “Esta propuesta que dicen que hacen –dijo– es como el Espíritu Santo: todo el mundo habla de ella, pero nadie la ha visto”. El hecho de que estas declaraciones no hayan sido interpretadas igual por todo el mundo ha provocado algunas exclamaciones. Quienes se han exclamado parecen asumir que, dada su querencia por el humorismo y las comedias, el presidente estaba hablando a la manera de Enrique Jardiel Poncela. El autor de Los ladrones somos gente honrada dejó escrito que “la amistad, como el diluvio universal, es un fenómeno del que todo el mundo habla, pero que nadie ha visto con sus ojos”. Y, por medio de esta frase, Jardiel quería expresar con ingenio su escepticismo inequívoco en relación con la existencia real de la amistad más allá de las palabras.
Pero hay que remarcar que vivimos en un país de una sólida tradición católica muy sedimentada por la cultura bíblica. En el último versículo del Himno a la Palabra con que empieza el Evangelio de San Juan se afirma que “a Dios, nunca nadie lo ha visto” pero que “el Unigénito, que está en el seno del Padre, le ha dado a conocer”. Y las exposiciones usuales de este pasaje no interpretan que el evangelista estuviera insinuando que no existe un ser supremo. Tampoco apuntan que tuviera por un mentiroso al delegado del Dios Padre en la Tierra, de quien a continuación explica la vida y los milagros. Como mucho, a veces, se dedican a conciliar el contenido de este versículo con el de otros que parecen contradecirlo. Como Éxodo 33, 18-23 donde Yahvé, tras negar a Moisés la demanda de verle el rostro, le concede graciosamente la visión de su espalda, un pasaje que, literalmente, enuncia que, al menos, Moisés, aquel que luego dio un paso al lado en favor de Josué y no pudo entrar con su pueblo en la tierra prometida, algo había podido ver.
Ahora apenas hace un año, Esther Vera acompañó al presidente durante una jornada de trabajo. A las 8.45 h de la mañana comentaron los libros que llevaba en el coche para leer. Uno de ellos era El príncipe, de Maquiavelo. Puigdemont explicó a la periodista como Maquiavelo prevé “de qué manera ha de mantenerse la palabra dada; es decir, cómo se tiene que incumplir”. Los lectores que estén tan interesados en esta materia como ya lo estaba el entonces flamante presidente hallarán la respuesta en el capítulo 18 de la obra, el mismo en que se habla de la fuerza de los leones y la astucia de las zorras, donde se subraya que los hombres son tan simples y se supeditan tanto a las necesidades presentes, que aquel que engaña siempre encontrará quien se deje engañar. Aunque lo disimularan, a los jesuitas del barroco les encantaba este capítulo. Y, como también les gustaba simular, mataban el tiempo escribiendo sobre cómo ahorrarse decir la verdad sin caer en la mentira recurriendo a las frases equívocas y a la reserva mental.
Yahvé, tras negar a Moisés la demanda de verle el rostro, le concedió la visión de su espalda