La Vanguardia (1ª edición)

Silbidos injustos

Es normal que Messi se enfade cuando se pita a un Barça que en los últimos diez años se ha salido del mapa

- Santi Nolla

El primer año de Luis Enrique fue espectacul­ar, aunque en enero parecía que todo se hundía con un enfrentami­ento entre la máxima estrella y el entrenador. Hasta se llegaron a convocar elecciones. Lo ganaron todo, menos una Supercopa. Cinco títulos de seis. Luis Enrique lleva ocho de diez, de momento. Y parece que todo se está desmoronan­do. Una de las máximas de la inteligenc­ia es la existencia de matices. En fútbol, a veces, da la sensación de que no hay. En una semana, del 0-6 al Alavés se pasó a un 4-0 en París sin solución de continuida­d. Hoy todo parece un desastre. El vestuario, sin embargo, podrá revertir la situación si es capaz de aislarse de los ruidos tóxicos, leer bien los grises y mejorar en confianza.

Hay algo más, sí. En la recta final del primer año de Luis Enrique jugaron los mejores. El Barça apenas acabó por utilizar a 12 o 13 jugadores máximo. Todos en los grandes títulos: Bravo (Ter Stegen en Champions o Copa); Alves, Piqué, Mascherano, Alba; Busquets, Iniesta, Rakitic; Messi, Suárez y Neymar. La primera parte del campeonato, sin Suárez, fue dura y después de Anoeta, el bloque creció, se conjuró y sacó adelante la temporada. Pero el equipo tipo jugó muchos partidos. En la segunda temporada se probaron rotaciones, pero el banquillo no acabó de dar confianza. El equipo ganó un gran doblete, pero acabó cansado.

En el tercer año, este, se fichó a cinco jugadores de apenas 22, 23 años y a un portero. Se han hecho muchas rotaciones. Han existido lesiones y el once de gala juega poco. Las nuevas incorporac­iones no han conseguido ser titulares (salvo Umtiti) porque, entre otras cosas, no ficharon para serlo, sino para mantener el tono físico de los fijos. De momento. Y para ir aprendiend­o unos automatism­os y un sistema de juego especial, prácticame­nte único, difícil de registrar en el corto plazo. Hasta a Neymar le costó un tiempo. Lo que es seguro es que no se van a aclimatar a base de silbidos. Pero es evidente que de jugar con los mejores a no hacerlo hay una distancia.

El Barça, hoy por hoy, necesita una inyección de confianza, no de pitos. Debe mejorar cuestiones como la presión, el marcaje en bandas, adelantar metros la defensa, el control, pero no se merece que increpen a sus jugadores o sus técnicos. Es normal que Messi se enfade cuando oye a un Camp Nou recriminan­do a algún jugador de un equipo como el Barça, que en los últimos diez años se ha salido del mapa. La memoria es flaca en fútbol, pero el reconocimi­ento debería ser grande. Hay los que tienen prisa por entrar con su corte nostálgica con ganas de romper, pero el Barça necesita respeto.

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