La Vanguardia (1ª edición)

Una juerga de 20.000 euros y un camión de butano

El relato de los agentes que pusieron fin a la huida del conductor suicida

- MAYKA NAVARRO Barcelona

Qué fácil son las cosas a toro pasado. Lo difícil es decidir en sólo un segundo lo qué hay que hacer. Tomar la decisión. A los policías les preparan y se forman para decidir y actuar. Sin miedo. Con proporcion­alidad. Con sentido común. Y eso hicieron, ni más ni menos, los dos guardias urbanos y cinco mossos d’esquadra que el martes frenaron a tiros la huida enloquecid­a de un sueco que durante ocho minutos sembró el pánico junto al Moll de la Fusta. Se jugaron la vida, y se la salvaron a las personas que a gritos ahuyentaro­n de los pasos cebra por los que avanzaba, sin intención de detenerse, el ladrón del camión.

Óscar, Carles, Luisma, Santi, Alberto, Jota y Toni. Dos motoristas de la Guardia Urbana, los kilo mike, tres motoristas de los Mossos d’Esquadra, los guilles, y dos mossos del Área Regional de Recursos Operativos, los Arro, accedieron ayer a reconstrui­r con palabras esos ocho minutos intensos que los siete policías vivieron con la sensación de que el mundo se detenía y las cosas transcurrí­an a cámara lenta.

Este miércoles se conocieron nuevos datos sobre el incidente que permiten reconstrui­r cómo fueron esas 24 horas que Joakim Robin Berggren, de 32 años, pasó en Barcelona. Llegó vía Moscú con un amigo. Pensaba pasar sólo una noche y volar a Madrid. Había reservado una habitación de hotel. Dejó la maleta, pero ya no volvió.

Esa noche se gastó más de 20.000 euros en droga, alcohol y las facturas de los dos prostíbulo­s de lujo que visitó. La fiesta la compartió con unos compatriot­as con los que coincidió. Sobre las diez de la mañana varios transeúnte­s le vieron deambular alterado. A un motorista detenido en un semáforo del Paral·lel le pidió que le dejara subir. Hablaba en inglés. También gesticulab­a. El motorista se asustó y huyó.

Fue en la esquina de Piquer con Lafort, en el corazón del Poble Sec, cuando el hombre descubrió un camión de butano con las llaves puestas. Lo robó. El butanero aún pudo correr unos metros tras su camión.

Eran las diez y media de la mañana y los cinco motoristas, el binomio de la Guardia Urbana y el trinomio de los Mossos, participab­an en el dispositiv­o de seguridad diseñado por la Casa Real para el paso de doña Sofía, de visita en Barcelona. Los mossos fueron los primeros en fijarse en el camión de butano. Estaban detenidos. El vehículo accedió a la plaza de la Carboneria y allí mismo, al tomar la rotonda,

FRENTE A FRENTE “Entonces le vi la cara, se lo estaba pasando muy bien; estaba disfrutand­o”

perdió las primeras botellas de butano. Los agentes se subieron en las motos y fueron tras el vehículo. Uno se colocó a la altura de la cabina y pidió al conductor, mediante gestos, que frenara, que se detuviera. La escena la presenciar­on dos guardias urbanos que se unieron a la persecució­n. El relato de los cinco

LA FIESTA El sueco se gastó 20.000 euros en una noche en alcohol, drogas y prostituta­s

motoristas coincide. Pensaron que se trataba de un butanero que debía llevar el carnet de conducir caducado o retirado y que huía de una sanción de tráfico.

De manera alternativ­a, los motoristas de Mossos y la Guardia Urbana se sucedieron para colocarse a la altura de la cabina. Otros, por detrás, radiaban la persecució­n a la sala. No era fácil. El conductor había accedido a una vía de servicios de adoquines y badenes que recorre el Moll de la Fusta, en paralelo a la ronda. Uno de los motoristas de la Guardia Urbana decidió adelantar al camión. Su idea era llegar hasta el paso de peatones que conduce al Maremàgnum apartar a gritos a toda la gente y parapetars­e frente al conductor, pistola en mano, para detenerle. Uno de los mossos le siguió.

“Entonces le vi la cara. Se reía. Se lo estaba pasando muy bien. Estaba disfrutand­o. Le apunté. Y vi que no frenaba. Me iba diciendo que no con la cabeza. Aguanté lo que pude. Si no me retiro me atropella. Realicé un disparo a la rueda”. En ese instante todos tuvieron claro que aquel individuo no huía de una multa de tráfico. Aquello era algo mucho más grave. “Teníamos que detenerlo”.

Ese primer disparo lo oyeron dos de los Arro de Mossos que hacían prevención antiterror­ista en la plaza Pau Vila. Casi al mismo tiempo vieron al camión de butano avanzar hacía ellos a gran velocidad. Pasaban unos minutos de las diez y media de la mañana de un martes soleado junto al mar. “Habían decenas de personas esperando cruzar por el paso de peatones”. Los dos policías actuaron por instinto. Con rapidez. “Gritamos que salieran de allí”. El vehículo avanzaba perdiendo bombonas en cada maniobra. Algunos transeúnte­s habían oído el primer disparo y huían. El ruido de las bombonas al caer y chocar contra el suelo y contra algunos coches aumentaba la sensación de caos.

Los dos mossos se detuvieron uno junto al otro. No hablaron. Ni se miraron. Tomaron la misma decisión. Ambos desenfunda­ron. Uno el subfusil y el otro la pistola. Y le vieron el rostro. “Se reía. Mucho. Casi a carcajadas. Y movía la cabeza. Le estaba apuntando con un arma larga y ni siquiera hizo el gesto de apartarse. Al contrario, cada vez aceleraba más. No sabíamos lo que había pasado antes. Había que frenarle”.

En ese instante, décimas de segundos, el mosso con la pistola descubrió a una joven que, absorta con la música de los auriculare­s, intentaba cruzar. Un agente tuvo tiempo de agarrarle por la espalda con la mano sin arma y casi arrastrarl­a con fuerza hasta colocarla detrás de él. Ambos dispararon. Cinco tiros. Pero el camión no se detuvo. Prosiguió. “La joven se había caí-

do, derribada por una bombona de butano, parecían pelotas”. El agente la levantó del suelo y la abrazó. “Estaba muerta de miedo. Quería que se tranquiliz­ara”. La joven telefoneó al 112, y atendió la llamada un policía nacional. El padre del mosso que unos minutos antes le había abrazado después de salvarle la vida.

Los motoristas siguieron tras el camión. Accedió en sentido contrario por una de las salidas de la ronda. Los tres mossos continuaro­n tras él. El vehículo se detuvo y el hombre abandonó la cabina. Los tres motoristas le apuntaron con sus armas. “Le miramos las manos”. Hubo un momento en que pensaron que volarían por los aires, que todo se había acabado. Pero no llevaba nada. Se abalanzaro­n y entre los tres, los guardias urbanos y hasta un automovili­sta que se sumó le esposaron. “Tenía la cara desencajad­a. Gritaba. No tenía miedo. Sólo rabia”. Y ellos, los siete policías, una sensación extraña. El bajón tras la adrenalina. La emoción de esa misma noche al reencontra­rse con sus familias. Dos tienen bebes de dos meses. Tenían la necesidad de abrazarles.

 ?? XAVIER GÓMEZ ?? En la ruta del fugitivo. Los dos motoristas de la Guardia Urbana que participar­on en la persecució­n, ayer en el Moll de la Fusta
XAVIER GÓMEZ En la ruta del fugitivo. Los dos motoristas de la Guardia Urbana que participar­on en la persecució­n, ayer en el Moll de la Fusta
 ?? CÉSAR RANGEL ?? Cuatro de los cinco mossos que participar­on en la captura del conductor temerario, ayer en la plaza Espanya
CÉSAR RANGEL Cuatro de los cinco mossos que participar­on en la captura del conductor temerario, ayer en la plaza Espanya

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