Àlex Ollé
DIRECTOR TEATRAL DE LA FURA
El furero Àlex Ollé (56) perpetra con éxito una metáfora escénica de las claustrofóbicas relaciones peligrosas en Quartett. La ópera de Luca Francesconi basada en la obra teatral de Heiner Müller hipnotizó ayer al público del Liceu.
Queda en manos de la audiencia que la ópera sea un arma cargada de futuro. Porque la de nueva creación demuestra que está sobradamente preparada para serlo. El estreno de Quartett anoche en el Liceu es otra muestra de las posibilidades del género como fenómeno artístico contemporáneo. La alianza entre Luca Francesconi y La Fura dels Baus es poderosa, mágica. Y también insufrible, pues no admite resistencias. Y ¿qué es el público en una sociedad del siglo XXI sino un corpus racional, analítico, parapetado tras lo mental y absurdamente limitado a la hora de establecer cualquier conexión emocional que vaya más allá de lo meramente estético?
Una podía pensar que el éxito de este título, que desde su estreno en la Scala en el 2012 lleva ya más de 60 funciones en teatros de todo el mundo –en cinco producciones distintas, siendo la de La Fura la original–, radica en el hecho de que aborda la conocida Les liaisons dangereuses de Laclos. Y lo hace además basándose en la implacable adaptación que trazó Heiner Müller en 1980, bajo el título de Quartett. Nunca nadie hasta el momento se había atrevido a convertir en ópera esa pieza que ya es de culto en la escena teatral, un texto al que grandes como Bob Wilson han vuelto más de una vez (la última, con Isabelle Huppert en el Odeón de París, hace una década).
Pero no: el éxito de esta creación operística no radica necesariamente en las virtudes del texto, que también, pues se trata de ese implacable espejo de una civilización decadente, de una clase consentida, demasiado rica, demasiado aburrida, demasiado endiosada, que necesita un veneno contra la decrepitud, que desarrolla juegos sexuales y compite por el control de las emociones. No, el éxito es la misión que se propone Francesconi con Àlex Ollé: inocular el mensaje de que esta realidad es perfectamente aplicable a nuestro presente. El compositor y libretista ahonda en el poder dramatúrgico de Müller logrando que música y escena visual tengan un efecto físico, que lleguen al ombligo sin pasar por el sentido del oído o la vista. Una ópera directa a los intestinos.
“Quien viene a ver esta ópera –comentaba ayer Francesconi– no ha de pensar, sino que, como decía Coleridge, ha de ‘voluntariamente suspender la incredulidad’”. El compositor milanés, recién llegado de Estocolmo donde da clases en la escuela superior de música, defiende su arte como fruto de una investigación. “La ópera es la maquinaria multimedia más importante de la que disponemos, el arte más complejo, el que puede ayudarnos a reactivar las conexiones sinápticas. Es lo único que nos rescatará de la dicotomía entre cerebro y cuerpo”.
La claustrofóbica habitación suspendida por el escenógrafo Alfonso Flores en el escenario es ese lugar donde los personajes –magníficos el barítono Robin Adams y la soprano Allison Cook en una partitura de lo más compleja– creen sentirse seguros, ajenos a la violencia externa... hasta que se revelan prisioneros de su aislamiento: han iniciado una guerra, genialmente metaforizada por la puesta en escena de Àlex Ollé con los vídeos de Franc Aleu. Y duele. Cómo duele