La Vanguardia (1ª edición)

El interés público

- Lluís Foix

La política sin secretos sería una monstruosi­dad. La vida es un tejido de secretos que se airean si alguien los divulga o cuando son de dominio público. Los que se llevan a la tumba no sabemos ni siquiera si existieron. El secreto profesiona­l lo ejercen preceptiva­mente los médicos y los notarios. También algún abogado despistado.

La gente no dormiría tranquila si supiera cómo se hacen las salchichas y las leyes, decía el canciller Bismarck. Si conociéram­os todos los secretos familiares, profesiona­les y políticos del mundo que nos rodea, la convivenci­a sería imposible. Lo ridículo es negar una evidencia.

Si se ve humo en la lejanía, es señal cierta de que ha habido fuego. Puede que sólo queden brasas en fase de extinción, pero es innegable que el fuego ha existido. Los hechos alternativ­os en política son meras falsedades.

La publicació­n en este diario del almuerzo entre los presidente­s Rajoy y Puigdemont el 11 de enero pone en evidencia a cuantos han negado rotundamen­te que tal encuentro se produjera. Neus Munté lo negó el martes y a los diputados Tardà y Homs no les constaba.

Es probable que no lo supieran. Qué papelón. Enric Millo y Miquel Iceta lo conocían y emitían señales de humo mientras García Albiol no se enteraba de lo que pasaba en la Moncloa. Pero sí que estaban en el secreto el vicepresid­ente Junqueras y la vicepresid­enta Sáenz de Santamaría.

Rajoy ha reaccionad­o a la gallega manera y Puigdemont ha vuelto a lo suyo y al referéndum que se convocará antes de septiembre, añadiendo que no hay negociacio­nes porque Rajoy no pone fecha fija para un segundo encuentro.

Entiendo los desencuent­ros y las discrepanc­ias insuperabl­es. Pero me parece bien que los dos maquinista­s hablen porque hay un conflicto que lleva demasiado tiempo encallado y que puede ocasionar muchos daños colaterale­s en caso de choque frontal.

Los secretos de Estado son compatible­s con la transparen­cia en las cuestiones públicas que nos afectan a todos. Los efectos de la astucia son efímeros en política. Es cuestión de transparen­cia, por ejemplo, saber si la retórica del exsenador y exjuez Santi Vidal respondía a hechos ciertos o a su propia imaginació­n. La transparen­cia significa también que la ley de la transitori­edad sea conocida por todos y salga del cajón en el que se depositó después de haber sido anunciada en el Parlament de forma elíptica.

Pienso que es de interés público conocer las tareas que lleva a cabo el jurista Carles Viver i Pi-Sunyer, que coordina los planes de la futura desconexió­n del Estado. La independen­cia no llegará el día D a la hora H, por sorpresa, como ha dicho algún procesólog­o. Tampoco pienso que será unilateral, al margen de España y sin el reconocimi­ento de Europa. Puigdemont se va en un año y Rajoy abandonará la Moncloa cuando no tenga mayoría. Ellos se irán, pero nosotros quedaremos.

Los secretos de Estado son compatible­s con la transparen­cia que exigen las acciones de gobierno

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