La Vanguardia (1ª edición)

Roma se abre a los sintecho de la iglesia de Santa Anna

Indigentes de Madrid y Barcelona asistirán a un acto simbólico y cargado de significad­o en una de las iglesias más antiguas de Italia

- DOMINGO MARCHENA

Las parroquias de San Antón en Madrid –la del padre Ángel de Mensajeros de la Paz– y la de Santa Anna en Barcelona –de mosén Peio– colideran un movimiento para “la Iglesia universal” que anhela el papa Francisco. Una iglesia de puertas abiertas las 24 horas del día y donde los más desfavorec­idos encuentren siempre un abrazo, una palabra de ánimo, una taza de caldo o un café y un lugar donde descansar. Seis de los sintecho que han hallado esto y mucho más en estas parroquias irán el sábado a Roma.

Cuatro proceden de Madrid y dos de Barcelona: el andaluz Joaquín (“andapilas”, dice él) y el cubano Leandro, el balsero cuya odisea ya conocen los lectores de este diario. La comitiva se alojará en una residencia junto a la iglesia de Santa María del Trastévere. Será otra demostraci­ón de que la Iglesia, como quiere el Papa, se debe transforma­r “en una institució­n pobre y para los pobres”.

La elección de Santa María del Trastévere, cuyas puertas también se abrirán para los indigentes, no es casual. Este es el templo de la comunidad de Sant’Egidio, una oenegé reconocida por el Vaticano y que ha hecho del voluntaria­do y la acción social su ADN. Esta es también la basílica de la que tomará posesión este fin de semana el arzobispo de Madrid, Carlos Osoro. Junto a la birreta roja y el anillo, cuando el Papa lo nombró cardenal (o lo creó, como prefiere la liturgia) le concedió una parroquia de la capital italiana, como manda la tradición. Y le correspond­ió esta, una de las más antiguas y bellas de Roma.

Los seis indigentes asistirán a este simbólico acto de monseñor Osoro. Llegarán a Italia el sábado a mediodía y el domingo ya estarán de vuelta. En el caso de Joaquín y Leandro, en los pisos que organizaci­ones como Cáritas y la Fundació Itaca les han buscado. Ya no duermen en la sala capitular de Santa Anna, como sí hicieron durante la operación Frío. Pero otros muchos aún hallan en esta iglesia un punto de apoyo. Las pernoctaci­ones se han acabado. Sin embargo, la capilla de la Piedad se ha transforma­do en un

hospital de campaña, abierto a todas horas. Hasta el Papa mostró su alegría por esta iniciativa y felicitó a los voluntario­s –voluntaria­s, en su mayoría– que atienden y acompañan a los indigentes “por el lío que habéis armado”.

Unas 150 personas distribuid­as en turnos se ocupan de todo. Sirven los desayunos o las comidas, ofrecen asesoramie­nto y compañía y, sobre todo, charlan con los usuarios y les ayudan a no sentirse invisibles. A veces le preguntan a Viqui Molins qué han de hacer los voluntario­s. Y esta religiosa teresiana, que se alió con mosén Peio para que Santa Anna predicara con el ejemplo y tratara de extender la mancha de aceite a las parroquias de otras grandes ciudades, responde: “Los voluntario­s no tienen que hacer de voluntario­s. Sólo de personas”.

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