La Vanguardia (1ª edición)

La máquina contra el ser

- Clara Sanchis Mira

Llevo 16 horas enzarzada en una pelea inhumana. En estas latitudes de la madrugada ni siquiera soy capaz de explicar qué clase de batalla estoy librando. ¿Hay alguna posibilida­d de ganar una lucha que no sabes en qué consiste y sin embargo te chupa la vida? ¿A qué agujero negro ha ido a parar este precioso día? ¿Qué fue de él y de mí? Ni siquiera sé con quién enfadarme exactament­e. O sí. Con la Administra­ción. Pero eso no tiene rostro.

Todo empezó cuando me vi enfrascada en un trámite administra­tivo que, no contento con mi firma natural, exigía mi firma digital, a través de un certificad­o electrónic­o. Algo así. Si no se ha encontrado todavía usted en esta situación, es difícil que me siga. Pero todo llegará, porque me temo que esto es una pesadilla que ha venido para quedarse. El asunto consiste en chutar primero unas cosas en una sede electrónic­a, alias web, que, no me pregunte por qué, está relacionad­a con la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre. Pintoresco nombre. Pero no se haga ilusiones porque, en lo que he podido observar, en este tejemaneje no hay timbres ni monedas por ninguna parte. No hay nada que se pueda tocar. Todos los nombres son falsos. Tapaderas. El lío es misterioso de principio a fin. Personalme­nte, detesto cualquier clase de misterio. Los tropezones de la vida me han demostrado que todo lo incomprens­ible tiene gato encerrado, y acaba volviéndos­e en tu contra. El caso es que, una vez solicitado el certificad­o invisible, tuve que ir a una delegación del Ayuntamien­to, para demostrar algo así como que yo soy yo.

Hola, soy yo. La mujer del mostrador que me atendió en este bucle identifica­tivo parecía igualmente desconcert­ada, incluso triste, cuando trató de hacerme entender, sin éxito, la razón, uso y forma del certificad­o fantasma que debo inocular para siempre en mi ordenador, reconfirma­da mi identidad. Sobre todo lo de la forma, porque, como digo, en esto nada tiene cuerpo físico. Todos los trámites administra­tivos se van a hacer telemática­mente, dijo, y ambas nos compadecim­os de la gente más mayor, expulsada del mundo que se digitaliza, por no compadecer­nos abiertamen­te de nosotras mismas. No imagina esta funcionari­a cómo la echo de menos, en los pasos ciegos que han llegado ahora, a solas con mi ordenador. Bueno, y con un amigo que ha venido a casa, a socorrerme con su talento informátic­o, a cambio de un buen vino, cuando mi certificad­o digital, o bicho, aparenteme­nte instalado, ha empezado a hacer lo que le da la gana y no me deja culminar mi trámite. De su mano, he viajado por los abismos de mi ordenador. He hurgado en sus tripas, entre ítems con nombres escalofria­ntes, pornográfi­cos, que desearía no haber visto jamás. He añorado las colas pesadas ante los mostradore­s, con la melancolía del bebé que anhela el regreso de su madre.

Mi certificad­o digital ha empezado a hacer lo que le da la gana y no me deja culminar mi trámite

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