Ariadna Gil, gran y virtuosa Jane Eyre
La actriz, ovacionada en el Lliure de Gràcia con la adaptación del clásico de Charlotte Brontë dirigida por Carme Portaceli
Jane Eyre no soporta la injusticia y nunca se calla ante ella. Siempre responde. Siempre se enfrenta a ella, le cueste lo que le cueste, sean insultos o incluso acabar en un orfanato. “Si la gente fuera siempre amable y obediente con las personas crueles e injustas, los malos ganarían cada día. Nunca tendrían miedo de nada y no cambiarían, al contrario, cada vez serían peores”, dice. Es un ser humano tan peculiar que es casi único, extraño para su época e igual de loable y marciano para la nuestra. Su sinceridad es tal que resulta divertida: “¿Y qué es el infierno?”, le pregunta el aciago director del orfanato. “Un pozo lleno de fuego”, responde ella. “¿Te gustaría caer en ese pozo y quemarte para siempre?”. “No, señor”. “¿Y qué has de hacer para evitarlo?”. “Conservar la salud y no morirme”, le espeta seria la niña Jane.
Una mujer que, obviamente, quiere, sueña con ser independiente, libre, en una sociedad cargada de prejuicios y convenciones machistas. Y terriblemente clasista. “Una mujer fea es un fallo de la creación, pero en cuanto a los hombres, que se preocupen sólo de ser fuertes y valientes”, observa una lady. Eso sí, Jane Eyre es un ser cerebral sano que, pese a hacerse la dura por pura dignidad, necesita amabilidad, querer y que la quieran, algo con lo que no ha tenido mucha suerte desde que murieron sus padres. Así que Jane, con su ansia de justicia y de independencia, de libertad y también de amor, es un personaje hermoso y complejo que Ariadna Gil logró bordar anoche en el estreno en el Teatre Lliure de Gràcia de la adaptación teatral de la novela de Charlotte Brontë. Una adaptación muy efectiva realizada por Anna Maria Ricart y dirigida por Carme Portaceli. Una Jane Eyre en la que en dos horas se explica toda la historia de la heroína, desde niña hasta su complicadísimo y enorme amor con el rico, roto señor Rochester, de oscuro pasado. Encarnado por un Abel Folk que brilló con esa suerte de lobo de mar solitario humanizado de nuevo por la insobornable verdad de Eyre, capaz de decirle que no le encuentra atractivo, sino feo. Y de enamorarse de él perdidamente.
Casi todos brillaron en una historia que puso en pie a parte del público al final y que es contada con unos personajes que podrían estar aquí, hoy, porque la Portaceli no ha recurrido a la carga romántica típica de las recreaciones de la época de las Brontë y ha utilizado un escenario blanco y mucha ropa negra actual. Y proyecciones del paisaje que preside las acciones, que se suceden sin parar, a veces esquemáticas y veloces pero siempre efectivas, como cuando insultan a Jane de pequeña en la familia de su tío difunto. Eso sí, sin duda Ariadna Gil llevaba la carga de la prueba del montaje y demostró con creces que, pese a haber heredado el papel de Clara Segura, ella es perfecta: fuerza y fragilidad unidas en todo momento, mostrando siempre la herida de fondo que arrastra, pero sin dejarse caer por ella, escéptica y cariñosa, enfadada pero fuerte, dolida pero digna, directa y brusca pero cálida y enamorada, respondiendo siempre con el cuerpo en una obra que se pregunta no pocas veces si podemos hacer algo para cambiar nuestra naturaleza, ese molde que nos ha hecho como somos, o si tenemos la posibilidad de elegir. Y si a veces el principal enemigo del final feliz somos nosotros mismos. Claro que también habla sobre qué es la felicidad efímera y real. Y, además, realiza un último guiño feminista con la loca del ático que vive secretamente en la mansión de Rochester. Jean Rhys le dio vida y voz un siglo después en la novela El ancho mar de los Sargazos y aquí no sólo grita sino que recupera su posible historia, la dura verdad que Brontë no narró y que borda Gabriela Flores.
Gil heredó el personaje de Clara Segura y mostró anoche que era ideal para mostrar la fragilidad y la fuerza de Jane Eyre