Palabras bellas, ecos de teatro
Es Fences una propuesta que surge del teatro; una obra que le valió a su autor, August Wilson, el premio Pulitzer al mejor drama de 1983, así como el Tony a la mejor obra del año. Pero no hace falta saberlo para intuir el origen teatral de esta adaptación que dirige Denzel Washington, protagonizada por el mismo Washington y Viola Davis. Los mismos –grandísimos– intérpretes que convirtieron la obra de Wilson en un éxito de nuevo, allá por el año 2000, en su vuelta a Broadway. Un retorno a los escenarios que les valió a ambos, a Washington y Davis, los grandes premios del teatro norteamericano, los famosos Tony.
No levantará uno el dedo para afear el evidente origen teatral de Fences. Por el contrario, tal origen asegura un texto jugoso, repleto de matices. Complejo, si se quiere. Excesivo por momentos. Aunque siempre con sentido. De una belleza en los diálogos –y hablo de la versión original– que lo acerca a la sinuosa cadencia del blues y del jazz. Diálogos sugerentes, magníficos en boca de Washington, que lleva la voz cantante todo el tiempo. Davis, por su parte, tiene tres o cuatro solos emocionalmente impresionantes; de esos que justifican con creces el Oscar que muy probablemente será suyo el próximo domingo.
No; no es un problema el origen teatral de Fences. Esta obra que se acerca a la historia de Troy Maxson (Washington), afroamericano de juventud problemática, reformado hasta el punto de convertirse en un cabeza de familia intransigente y severo. Fuerte por fuera, quebrado por dentro. De una dureza para con sus hijos y su mujer (Davis) que sólo se explica en su desequilibrio de hombre roto, acorralado por su propia vida. Un afroamericano imponente en sus contradicciones, en la tradición de los personajes vencidos por el sueño americano. Como el Willy Loman de Muerte de un viajante sin ir más lejos.
El problema es la timidez de Washington como director. Pegado al texto, sin vuelo propio. Arrastrado por los tics teatrales, demasiado enfáticos en pantalla. Washington no confía en el espectador y el filme se resiente del exceso de subrayado. Pero el conjunto es emotivo, maravillosamente interpretado.