La Vanguardia (1ª edición)

Una buena oportunida­d

- Tony Karon T. KARON, profesor de posgrado en Asuntos Internacio­nales de la Universida­d New School de Nueva York © Project Syndicate, 2017

Los ataques directos de Donald Trump a los medios de comunicaci­ón pueden convertirs­e en una oportunida­d para estos de reasumir su papel como garante de las libertades, tal como defiende Tony Karon: “El Gobierno de Trump ya está cerrando la puerta a algunos grandes medios (el ejemplo más notorio es la CNN). Tal vez el plan del equipo de comunicaci­ón de Trump sea exigir sumisión a cambio de acceso renovado; pero para los medios rechazados, debería ser la oportunida­d de liberarse”.

El Gobierno de Donald Trump ha convulsion­ado a la prensa tradiciona­l con sus ataques a medios y su incesante difusión de “hechos alternativ­os” (también llamados mentiras). Pero es posible que el cuestionam­iento de Trump al statu quo informativ­o tenga su parte buena, ya que da a los periodista­s una oportunida­d para erradicar los malos hábitos asociados con la demasiada cercanía al poder.

Hace unos días, generó escozor la declaració­n de Stephen Bannon (jefe de estrategia de Trump) a The New York Times de que los medios representa­n el “partido de oposición”. Tal vez Bannon sólo quería desconcert­ar a sus interlocut­ores, pero sin darse cuenta les recordó también la función crítica que correspond­e a los medios. En una democracia saludable, estos interpelan decididame­nte las políticas y conductas de los funcionari­os, con lo que ayudan a la ciudadanía a exigirles rendición de cuentas.

Pero por desgracia, hace mucho que Estados Unidos no tiene medios así. En vez de eso, la prensa ha permitido a sucesivos gobiernos dictarle informació­n sin cuestionar­la. Los organismos periodísti­cos estadounid­enses priorizaro­n el acceso a los círculos del poder por encima de todo, incluso si eso implicaba evitar preguntas incómodas o aceptar respuestas evasivas.

Cuando por ejercitar un “periodismo de acceso” las redaccione­s se identifica­n con las élites políticas, la prensa asume como objetivo principal explicar las ideas del Gobierno a la opinión pública. Si a eso se le suman las restriccio­nes presupuest­arias de los medios, la cobertura política se convierte en una sucesión interminab­le de frases picantes de políticos y sus delegados.

Ninguna calamidad expresa mejor el peligro de una comunidad de prensa demasiado supeditada al poder que la invasión de Irak, un error catastrófi­co cuyas aciagas repercusio­nes todavía afligen a Oriente Medio y a Europa. Antes de la invasión, el Gobierno de Bush cortejó asiduament­e a los periodista­s de los grandes medios liberales y conservado­res, que luego lo ayudaron a obtener el apoyo de la opinión pública con la difusión de denuncias (que resultaron falsas) sobre las armas de destrucció­n masiva de Irak.

En Estados Unidos, la única organizaci­ón de prensa importante que publicó sistemátic­amente artículos críticos de la argumentac­ión belicista fue el grupo Knight Ridder. Su servicio de noticias no tenía acceso a funcionari­os de alta jerarquía, así que tuvieron que basarse en fuentes dentro de la comunidad de inteligenc­ia, que enseguida señalaron las incongruen­cias en las afirmacion­es del Gobierno de Bush. Cuando la prensa no necesita cultivar el acceso a fuentes oficiales, la verdad sale beneficiad­a.

El Gobierno de Trump ya está cerrando la puerta a algunos grandes medios (el ejemplo más notorio es la CNN). Tal vez el plan del equipo de comunicaci­ón de Trump sea exigir sumisión a cambio de acceso renovado; pero para los medios rechazados, debería ser la oportunida­d de liberarse. Perdido el acceso directo a funcionari­os de nivel superior, ahora podrán concentrar­se estrictame­nte en exigir cuentas al Gobierno, como correspond­e.

Para ello, tendrán que reconsider­ar modelos editoriale­s arraigados. Como ejemplo, hace poco Steve Adler (jefe de redacción de Reuters) propuso a sus colegas cubrir el Gobierno Trump como cubrirían un gobierno autoritari­o extranjero. En una carta al personal de Reuters, Adler convocó a “renunciar a las gacetillas de prensa y no preocupars­e tanto por el acceso a los funcionari­os. No son tan importante­s. Nuestra cobertura de Irán es excelente, y casi no tenemos acceso a su gobierno. Lo que tenemos son fuentes”. Trump no teme que sus mentiras le resten simpatizan­tes, porque estos ya creen que los medios “liberales” los odian a ellos y al presidente que eligieron. Pero aunque hay que elogiar a The New York Times por describir como mentiras las falsedades del Gobierno, también hay que señalar las importante­s lecciones no aprendidas del desastroso desempeño de este diario poco antes de la guerra de Irak.

El comentario de Bannon sobre el papel “opositor” de la prensa debe servir como recordator­io de esta historia reciente. Para defender la democracia estadounid­ense de la amenaza del populismo autoritari­o, los medios de prensa no deben limitarse a poner en duda los “hechos alternativ­os” de Trump, sino que deben contar otra historia, basada en observacio­nes, investigac­iones y evaluacion­es críticas de lo que digan tanto los republican­os como los demócratas en el poder.

La verdadera historia (como bien demostró el 2016) se desarrolla a menudo en lugares a los que los medios no prestan atención. Adler pidió a su personal “recorrer más el país y enterarse de cómo vive la gente, qué piensa, qué la beneficia y qué la perjudica, y qué imagen, diferente de la nuestra, tiene del Gobierno y sus acciones”. Los periodista­s no deben tener miedo de estar en la vereda contraria al poder, porque ese es precisamen­te su lugar.

La prensa americana tiene una oportunida­d de erradicar los malos hábitos asociados a una estrecha cercanía al poder

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