La Vanguardia (1ª edición)

Generales sin ejército

- Xavier Mas de Xaxàs

Recuerdo al general Al Gutrani, hace seis años, en el desierto libio, intentando formar una línea de defensa. A su alrededor había muchos rebeldes, cientos de ellos, jóvenes entusiasta­s sin ninguna disciplina ni formación militar dispuestos a luchar contra el ejército de Gadafi. Muchos no llevaban ni armas, enseñaban el Corán y decían que no necesitaba­n más. El general se lamentaba –“no puedo dar órdenes, sólo consejos”– y bajaba la cabeza, resignado a que aquella guerra la decidiera Dios.

Un tiempo después conocí a otro general. Este era palestino y no puedo dar su nombre. Había pasado la adolescenc­ia en una cárcel israelí. Era un revolucion­ario, un idealista que, una vez recuperada la libertad, quedó atrapado en un dilema. Sabía que la victoria era imposible pero también sabía que el conflicto podía hacerle rico si colaboraba con Israel y desviaba a su bolsillo una pequeña parte de las generosas ayudas de la comunidad internacio­nal. Y así, abrazado al pragmatism­o de sus propios intereses, ocupó cargos relevantes junto a Yasir Arafat.

Estos generales sin ejércitos mueven el mundo o, mejor dicho, el mundo se mueve a través de ellos.

¿Qué buen gobernante occidental no necesita de tanto en tanto una pequeña guerra justa, un ejército de desarrapad­os, un general sin escrúpulos, un dictador sanguinari­o, un líder sin ideología en la poltrona de una república bananera?

Hace tiempo que las guerras no se valoran por la genialidad del estratega o el idealismo de los combatient­es, sino por la efectivida­d de las armas, el alcance de la destrucció­n y los réditos políticos que obtienen las cancillerí­as que mueven los hilos del conflicto. Tal vez haya sido siempre así y la política sólo tenga sentido planteada desde la pelea constante.

El mundo simplifica­do de Donald Trump, por ejemplo, funciona con esta lógica. Aplaudió a los gobernante­s chinos que aplastaron la revuelta democrátic­a de Tiananmen, criticó a Gorbachov por no ser fuerte, celebró a Sadam y Gadafi porque mataban terrorista­s y hoy admira a Putin mucho más que a Merkel.

Trump lidera la nación que domina el mundo y no cree en el sistema global de cooperació­n que, pese a sus imperfecci­ones, lleva 70 años impulsando una prosperida­d que cada día alcanza a más personas. Cree que el mundo se aprovecha y se ríe de EE.UU. Así lo dijo en una carta anuncio que publicó en 1987 en The New York Times. Ya entonces pensaba que invertir en la economía, la democracia y la seguridad de otros países, incluidos los europeos, era tirar el dinero. Por él no habría habido plan Marshall. “Nuestros aliados ganan miles de millones engañándon­os”, dijo.

El presidente de EE.UU. no cree en el poder blando que consigue aliados sin necesidad de someterlos. No cree en el multilater­alismo, en la utilidad de los tratados internacio­nales. Dice que no sirven para nada. Los países malos siempre los vulneran y los países buenos no los necesitan. Sólo cree en el poder duro y ya ha hablado de aumentar el gasto militar y renovar el arsenal nuclear. Ahora le iría bien una guerra, encontrar un general sin ejército, un loco belicista en algún lugar que dé bien en televisión. Pero dónde, quién, cómo y con qué garantías.

¿Alguien cree que el ejército estadounid­ense a las órdenes de Donald Trump puede conseguir algo por sí mismo? Y no sólo porque el comandante en jefe sea un peligro sino porque los generales que le rodean son los responsabl­es del lamentable papel de sus fuerzas armadas en las guerras de Irak y Afganistán. Lo recordaba hace unos días una lectora del The New York Times en una carta al director. “Tenemos un gobierno civil caótico rodeado de generales que nunca han terminado una guerra con éxito”, decía.

Trump es el caos. Considera que la OTAN está obsoleta pero envía a su vicepresid­ente a la conferenci­a de seguridad en Munich para decir todo lo contrario. Nadie sabe lo que piensa de verdad, lo que hará o dejará de hacer.

Estados Unidos no tiene política exterior. ¿Dónde está el secretario de Estado? ¿Dónde para Rex Tillerson? En México DF, haciendo lo mismo que Pence hace unos días en Munich, decir todo lo contrario de lo que dice su jefe. Mientras Trump anuncia una operación militar en la frontera mexicana contra la inmigració­n, Tillerson y John Kelly, otro general que además es secretario de Seguridad Interior, aseguran que no será así.

Trump mira la televisión, un reportaje de la cadena Fox sobre Suecia, y esa es su principal fuente de informació­n para luego afirmar en público que los inmigrante­s están allí quemándolo todo.

El día que conocí a Ahmed al Gutrani, el más idealista de los generales sin ejército, los aviones de la OTAN no acudieron a la defensa de Ajdabiya. La artillería de Gadafi hacía su trabajo y el general miraba al cielo. Los cazas no apareciero­n y dio la orden de abandonar la ciudad. Nadie obedeció. “Retírese usted si quiere”, le dijo un chaval que llevaba un fusil sin balas. “Los americanos no nos fallarán”.

La OTAN salvó vidas en Libia pero no resolvió el problema, sino que lo hizo más grande y hoy el país es un Estado fallido. Obama estaba en la Casa Blanca, Clinton en el Departamen­to de Estado y todo fue mal. Imagínense lo que puede ocurrir cuando Trump escoja su guerra para reafirmar el dominio político, económico y militar de EE.UU. en un mundo cada vez más hostil y envalenton­ado.

La última vez que vi a Al Gutrani se había subido el cuello del abrigo que llevaba sobre los hombros. Caía el sol y en aquel desierto de matojos y adrenalina empezaba a hacer frío. Perdida la opción de una retirada ordenada, levantó el puño y gritó “muerte o victoria”. Nadie le hizo caso y la guerra siguió su curso.

Trump sólo cree en el poder duro y ya ha hablado de aumentar el gasto militar y renovar el arsenal nuclear

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YURI GRIPAS / REUTERS El presidente Trump saludando desde la escalerill­a del helicópter­o Marine One, ayer en la Casa Blanca
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