La Vanguardia (1ª edición)

Barcelona, ciudad abierta

- Carles Casajuana

El pasado lunes, el Ayuntamien­to de Barcelona tuvo la deferencia de invitarme a participar en un acto de presentaci­ón de la estrategia de promoción económica internacio­nal de la ciudad, a cargo del teniente de alcalde Jaume Collboni.

Me alegró mucho y así lo dije cuando me tocó tomar la palabra. A lo largo de mi carrera como diplomátic­o me ha tocado participar en muchos actos públicos de promoción. Dejando de lado que enaltecer la propia ciudad es siempre agradable, en este caso el acto tenía para mí un aliciente: Barcelona siempre es fácil de promociona­r, pero todavía más cuando se trata de presentarl­a como una urbe cosmopolit­a, con un programa que tiene como título Barcelona, ciutat oberta, y eso me ofrecía la posibilida­d de reafirmar el internacio­nalismo en un momento en que lo atacan por todas partes.

Hoy soplan en el mundo vientos muy fuertes contrarios a la globalizac­ión. Lo vemos en Estados Unidos, con un presidente que se ha erigido como defensor del proteccion­ismo y que parece decidido a erosionar el orden mundial que Washington ha promovido durante los últimos sesenta años. Lo vemos también en el Reino Unido, donde la primera ministra, Theresa May, en un discurso sobre la salida de su país de la Unión Europea, llegó hace poco a criticar el cosmopolit­ismo de unas personas que “a fuerza de ser ciudadanos del mundo acaban no siendo ciudadanos de ninguna parte”. Toda una declaració­n de principios. No sabemos qué pasará en Francia, pero toquemos madera, porque también ahí hay fuerzas muy poderosas que apuestan por volver al pasado más rancio.

En conjunto, se trata de un fenómeno sorprenden­te, que ha cogido despreveni­dos a los círculos políticos y al establishm­ent de los países occidental­es y que siembra el futuro de interrogan­tes. Pero, en medio de este panorama, hay algo de lo que me parece que podemos estar seguros: Barcelona continuará siendo una ciudad abierta al mundo, pase lo que pase. Es el ADN de la ciudad.

Si hay un lugar en Europa en el que la xenofobia es un tabú, es Barcelona. A pesar de la fuerte inmigració­n de los años anteriores del boom, cuando llegó la crisis, el paro y los recortes, nadie dijo una sola palabra contra los trabajador­es extranjero­s. Ahora mismo, hay siete partidos políticos con presencia en el consistori­o municipal y ninguno de ellos se permite un discurso xenófobo. Cuesta creerlo, pero –junto a Madrid– es un caso único en Europa. Pensémoslo: ¿podríamos decir lo mismo de París, de Londres, de Berlín, de Roma, de Atenas o de Amsterdam? Alguien podría replicar con sarcasmo que aquí reservamos la animadvers­ión para los turistas o que la dirigimos hacia el resto de España. Pero el caso es que en Barcelona no hay nadie que ose levantar la bandera de la xenofobia.

John Kennedy describió una vez Washington, irónicamen­te, como una capital de eficiencia meridional y de encanto septentrio­nal. Es decir: una ciudad sin encanto ni eficiencia. Creo que de Barcelona se puede decir sin presunción lo contrario. Es una ciudad que reúne todos los encantos de la Europa mediterrán­ea pero que, a la hora de trabajar, a la hora de competir, no tiene mucho que envidiar a las ciudades del norte de Europa.

Es una ciudad que siempre nos sorprende. ¿Qué otra ciudad se ha manifestad­o multitudin­ariamente para pedir acoger refugiados? Barcelona tiene un tejido empresaria­l dinámico, unas universida­des y centros de investigac­ión de nivel internacio­nal, un capital humano bien formado y una calidad de vida envidiable. La globalizac­ión la ha favorecido. Hoy es una ciudad que juega en la primera división mundial. Como dijo el lunes Jaume Collboni, Barcelona pertenece a un grupo de metrópolis globales en el que están Berlín, Amsterdam, Estocolmo, Sydney o San Francisco. En otros lugares cierran puertas. Nosotros las abrimos. En otros lugares les parece que ya saben todo lo que tienen que saber. Nosotros no, nosotros aspiramos a continuar aprendiend­o de los demás.

De la intervenci­ón de Jaume Collboni, me llamaron la atención dos cosas: que el área metropolit­ana de Barcelona representa hoy alrededor del 13% del PIB español y que la provincia de Barcelona es el origen del 20% de las exportacio­nes españolas, un porcentaje que supera a la suma de las áreas urbanas de Madrid y Valencia. Son datos que muestran con bastante elocuencia el dinamismo de la ciudad.

En el 2010, en Londres, tuve el honor de acompañar al alcalde Jordi Hereu en un acto de presentaci­ón de Barcelona como candidata para acoger el Mobile World Congress. Como embajador y como catalán, me hizo mucha ilusión tomar la palabra para defender la candidatur­a de Barcelona y me alegró mucho, después, saber que el alcalde y su equipo habían tenido éxito. Como se ha visto desde entonces, era un paso muy importante para la proyección global de la ciudad. El programa de promoción económica internacio­nal del Ayuntamien­to va en la misma línea. Espero que tenga un éxito similar. Lo merece.

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