La Vanguardia (1ª edición)

Son como niños

- Llucia Ramis Barcelona

No es habitual ver a un grupo de taxistas en una presentaci­ón literaria. Se sientan en la última fila, en la Casa del Libro. Cuando su compañero Rodrigo Díaz Cortez escribe en horas muertas, mientras espera turno en alguna parada, ellos piensan que ya está con sus cosas y que lo de escribir es una chorrada. Los colegas escritores del autor, por su parte, se preguntan cómo puede escribir en un taxi. La doctora y profesora de Literatura Hispánica Dunia Gras le recuerda que el argentino Sergio Chejfec también fue taxista. En cualquier caso, Díaz Cortez habla en sus textos de los oficios, de esos mundos alejados del editorial, como el del chatarrero o el mecánico; habla del pueblo de su padre, en el desierto de Atacama, y de esa Barcelona con inmigrante­s que no conocen los turistas.

Publicado por la editorial Comba, Metales rojos recoge doce relatos en los que los personajes tienen una vocación artística contenida y se mueven en un espacio frágil, buscando la salida. “Son solitarios que se cruzan fugazmente con alguien que huye”, apunta el también escritor Martín Lombardo. Entre el público están el editor, Juan Bautista Durán, Matías Néspolo, Diego Gándara, José-Christian Páez, Débora Castillo, Cristina Osorno. Dice Díaz Cortez que el fracaso forma parte del método y que el único método es escribir un millón de veces lo mismo hasta lograr la precisión. Él, que también fue albañil, considera que los ladrillos equivalen a la realidad y el cemento a la ficción. Le gusta aventurars­e como un niño.

Y como una niña se lo cuestionab­a todo la polaca Wyslawa Szymborska, premio Nobel en 1996, consciente de que la poesía está en lo cotidiano y de que una pregunta plantea otra hasta el infinito. La doctora Bozena Zaboklicka dice en la librería Documenta que Szymborska “crea adicción”. Su sentido del humor, su ironía, la economía del lenguaje y una extrema complejida­d filosófica expresada con sencillez, la hacen accesible. De hecho, explica la escritora y traductora Monika Zgustova, ella estaba leyendo sus Prosas reunidas en la cafetería de la Laie cuando se dio cuenta de que los demás clientes la miraban. Entonces entendió que se estaba riendo a carcajadas. Según el editor de Malpaso, Malcolm Otero, este conjunto de artículos encarna la literatura: curiosidad, destellos

Rodrigo Díaz Cortez escribe en el taxi, en horas muertas, como Sergio Chejfec fue también taxista

de una inteligenc­ia inédita y acercarse al mundo sin solemnidad. “Es un hallazgo que se quedará para siempre”, asegura.

Para Szymborska, leer es el pasatiempo más bello. Por eso decidió reseñar aquellos libros que, de otro modo, pasarían desapercib­idos. Inventario­s de enfermedad­es de cachorros, la vida de los reptiles en casa, la cría de aves domésticas, manuales de yoga, incluso un calendario de 1973, le sirven como pretexto para hacer reflexione­s ligeras sólo en apariencia.

La curiosidad mató al gato, dicen, y hace al escritor. Ante un auditorio lleno, en la Biblioteca Jaume Fuster, Javier Cercas sospecha que se dedicó a este oficio para escribir El monarca de las sombras (Random House), la que considera su obra más importante, su gran demonio, la gran incógnita. No le habló del libro a Ernest Folch, cuando éste fue a Ibahernand­o, el pueblo extremeño donde nació, y le entrevistó en el programa Arrelats .Yno lo hizo porque no sabía si lo publicaría, dado que parte de una vergüenza: el héroe de su familia murió luchando en el bando equivocado de la historia. Manuel Mena era el hermano y mito de su madre, “y no murió por la patria, sino por una panda de hijos de puta que envenenaba­n el cerebro de los niños”, apunta Cercas.

“No es verdad que los poetas pierdan las guerras”, explica, “al contrario, son los amos de la palabra, son los adultos, quienes llevan a los chavales al matadero, construyen­do una épica que los seduce mediante la retórica”. En los años 30, el discurso fascista estaba de moda; era joven, anticapita­lista, cargado de sentimenta­lismo contra los burgueses. Como todos los adolescent­es, Mena idealizó la guerra, pensó que los vencedores eran compasivos y los vencidos dignos, como en un cuadro de Velázquez. Y dio con el horror de un cuadro de Goya.

Cercas creía que al indagar en su pasado encontrarí­a cosas más espantosas de las que encontró al final. Las habría publicado igual, porque en este trabajo no se puede ser cobarde. Y cuando te olvidas del pasado, él ya está preparado para repetir la historia. “Uno de los grandes problemas que tenemos en este país es que no estamos de acuerdo con nuestro pasado”, dice, “y la única manera de hacer algo con el futuro es teniéndolo presente”.

En primera fila están Jaume Collboni, la directora general de Penguin Random House Núria Cabutí, el director general de la agencia Balcells, Lluís Miquel Palomares, el periodista Ernest Folch, Claudio López de Lamadrid, Miguel Aguilar, Albert Puigdueta. Dice Cercas que si hay un poco de ficción en la realidad, todo se convierte en ficción; como si hay una gota de veneno en el agua. Él escribe novelas de aventuras sobre la aventura de escribir novelas. Los escritores son frikis, añade, convierten un problema complejo en otro aún más complejo. Saben que lo simple nunca lo es. Como los niños.

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NEUS MASCARÓS
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LLUCIA RAMIS
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CÉSAR RANGEL
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