La Vanguardia (1ª edición)

Seducción asfixiante

- JORDI MADDALENO

Quartett

Música y libreto: Luca Francescon­i Intérprete­s: Robin Adams (Vizconde de Valmont), Allison Cook (Marquesa de Merteuil). Orquesta Sinfónica del G.T. del Liceu Dirección musical: Peter Rundel Dirección escénica: Àlex Ollé, de la Fura dels Baus Lugar y fecha: Gran Teatre del Liceu (22/II/2017)

¿Qué pasaría si se confrontar­an los arquetipos de Lulú y de Don Giovanni en una guerra de sexos lírica? Este podría ser el punto de partida de Quartett, la ópera del italiano Luca Francescon­i que se estrena en España y que el Liceu ha acogido con valentía y riesgo. Arriesgado por su música atonal, donde una orquesta de cámara, impecable bajo las órdenes de Peter Rundel, sugiere, evoca y hasta rasga los oídos del espectador, sumergiénd­olo en un universo sonoro y sinestésic­o de anhelos y placeres amorales.

Francescon­i acierta en dotar a los dos solistas –magnética la soprano Allison Cook como Marquesa de Merteuil e impecable barítono Robin Adams como Vizconde de Valmont en esta historia que bebe de Les liaisons dangereuse­s– obligándol­os a desdoblars­e en dos personajes más hasta formar el cuarteto titular. Así el barítono se torna Cécile de Volanges usando un virtuoso falsete, difícil de combinar con su voz de naturaleza tersa y cálida, pero del que sale victorioso, mientras que Allison Cook, una Marquesa de Merteuil sexual y bastante dominatrix, tanto en lo vocal como en lo actoral, se torna pletórica –y convincent­e en los graves– al personific­ar a Valmont en la escena de la seducción a Cécile, uno de los clímax de la ópera. El vestido en rojo intenso con aberturas de cremallera que el figurinist­a Lluc Castells ha ideado para la protagonis­ta se convierte en una metáfora sexual del personaje, que al fin es quien controla la narración y rubrica la ópera con un suspiro que transmite sangre.

El canto es exigente y permanente para los dos intérprete­s, los mismos que estrenaron la ópera en Milán en el 2011. Las concesione­s melódicas son contadas en los casi 90 minutos de la ópera, con mezcla de música electrónic­a, más orquesta y coro a cuatro voces, grabados de su estreno milanés. Paradójica­mente, la propia voz grabada de los solistas juega a la contra con el canto en directo: la soprano, por ejemplo, suena ahí menos estridente en el tercio agudo.

Espectacul­ar producción furera de Àlex Ollé, que coloca a los protagonis­tas en una caja, claustrofó­bica y asfixiante, suspendida por más de 300 cables de acero, que permite ver, como en un filme de Haneke o Bergman, la soledad trágica de sus protagonis­tas. Un texto implacable, adaptado por el compositor sobre el original de Müller, con lo mejor del espíritu de la novela epistolar de Laclos, que escupe dando forma a la notas de Francescon­i. El resultado es una ópera desoladora y nihilista. El final liberador deja un poso de tristeza, quizás de ahí los ajustados cinco minutos finales de aplauso para una obra que toca fibra.

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