La Vanguardia (1ª edición)

El programa

- David Carabén

Organizars­e en torno a una idea, o una colección coherente de ideas, manifiesto o declaració­n, tener un programa político, es la obligación de cualquier grupo humano con vocación de liderazgo. Primero, porque es la única forma de evaluar si se están alcanzando los objetivos. Segundo, y más importante, porque es la única forma de hacer que el proyecto político no dependa exclusivam­ente de las virtudes y defectos de sus máximos responsabl­es. Tener claro el programa político es una de las mejores armas para luchar contra la corrupción. Desconfía del líder que no tiene proyecto o no te lo sabe explicar: a su alrededor, a sus órdenes, sólo encontrará­s pelotas. La gente con talento, los buenos, no se subordinan nunca del todo a nada ni a nadie. Eso sí, si tu programa los anima, si compartís horizontes, tienes muchos más números de que se sumen a tu proyecto. Para entender la relación entre el proceso de corrupción de una organizaci­ón y la sociedad que administra, podríamos acudir a alguna tragedia de Shakespear­e o al Yo, Claudio, de Robert Graves, o a cualquier ficción que beba de estas fuentes (suelen ser británicas). Pero no hace falta, en las sucesivas directivas del Barça se hace muy evidente. La corrupción no empieza necesariam­ente con un delito, una práctica mafiosa o un proceso judicial. A menudo empieza mucho antes. Se manifiesta por la simple voluntad de mandar sin tener ningún tipo de proyecto. ¿Por qué demonios habrías de querer liderar una organizaci­ón si no aportas ninguna idea nueva, no tienes proyecto y no has manifestad­o ningún credo reconocibl­e?

En los últimos treinta años, la única directiva que ha tenido uno claro y específico para el Barça ha sido la de Joan Laporta. Cualquier culé lo habría podido defender. Sólo hacía falta recordar la felicidad que nos había proporcion­ado el dream team, y claro, tener bastante criterio e inteligenc­ia como para darse cuenta de que la contribuci­ón de aquel equipo a la historia del fútbol venía acompañada de un grupo de ideas muy revolucion­arias y, por lo tanto, de frágil superviven­cia si no se las defendía encarnizad­amente.

El resultado, después de siete años de mandato, más allá del indiscutib­le reinado deportivo a nivel mundial, fue situar al Barça como referente también mundial de una manera única de jugar y de una manera también única de entender la solidarida­d y la relación con la creciente mercantili­zación del mundo del fútbol. Recibir en herencia aquel Barça reclamaba mucho más celo, pasión y talento que los de un simple gestor. Ir desdibuján­dolo progresiva­mente ha sido un error lamentable. Sin embargo, si por un absurdo rencor te enfrentast­e judicialme­nte y, todavía peor, acabas perdiendo el pleito, como todo parece indicar, la historia tendría que ser inclemente contigo.

Recibir en herencia aquel Barça reclamaba mucho más celo, pasión y talento que los de un simple gestor

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