La Vanguardia (1ª edición)

Tierra quemada

Víctima del corazón, Pilar Hidalgo dejó el triatlón en el 2009: hoy lleva un desfibrila­dor

- Sergio Heredia

Un ciervo herido salta más fuerte

Emily Dickinson

En septiembre del año 2009, Pilar Hidalgo tomó papel y bolígrafo y escribió todo lo que recordaba:

“Cuando me encontraro­n, saqué fuerzas para poder hablar y pedir ayuda, para que llamaran a una ambulancia (...) No sabía cuánto tiempo iba a poder aguantar (...) Mi corazón latía a 280 pulsacione­s por minuto. Notaba que se me salía del pecho y que un descuido mío o un error de concentrac­ión harían que se frenara para siempre (...) Los enfermeros insistían en que no cerrara los ojos, me hablaban para cerciorars­e de que estaba consciente. Aquel 6 de septiembre volví a nacer”.

Días más tarde dejó que sus médicos leyeran la carta. El doctor Ricard Serra Grima, entre ellos. Todos asintieron. Así se siente la víctima de un infarto. Ahí se acabó su trayectori­a deportiva. Pilar Hidalgo era una triatleta prometedor­a. Sumaba seis podios de la Copa del Mundo. Un bronce europeo. Había sido 13.ª en los Juegos de Atenas, en el 2004. –Una carrera incompleta, la mía –dice. –A mí no me lo parece: 13.ª en unos Juegos Olímpicos. Quién lo lograra...

–Yo soñaba con una medalla olímpica. Apenas tenía ocho años y ya me pasaba las tardes delante de la televisión, siguiendo el Tour de Indurain y el Roland Garros de Arantxa. Aspiraba a ser como ellos. –¿Nunca había notado nada raro? –La verdad es que sí. Llevaba ya un tiempo sintiendo cosas extrañas en el corazón. Había sufrido dos cateterism­os. En las alturas de Font-Romeu me había llevado algún susto. Se activaban focos y sufría arritmias. –¿No le hacía caso? –Mi primera experienci­a había sido en el 2005, en una carrera en Australia. Una prueba de la Copa del Mundo. Iba segunda. Noté que se me disparaba el corazón. Tuve que pararme. Me recuperé y seguí. Acabé quinta, superasust­ada. Llegué llorando al hotel. –¿Y...? –Seguí haciendo burradas. Veía oscilacion­es extremas en el pulsómetro. Pasaba de 215 latidos a 160. Me preguntaba: ‘¿Soy yo, o es que el cacharro va mal?’. Le dejaba el pulsómetro a una compañera, y a ella los números le salían coherentes. Una persona con cabeza hubiera parado. Yo hice lo contrario.

Todo acabó aquel 6 de septiembre del 2009.

–Era muy burra. Me salían unos entrenamie­ntos muy buenos. –¿Cuánto de buenos? –Muy buenos. Pilar Hidalgo estaba disputando un triatlón en la Cerdanya. Había salido del agua la primera. Iba por delante de todas las mujeres y de todos los hombres. Se subió a la bicicleta e inició el descenso desde el estanque de Puigcerdà. A los 200 metros se le disparó el corazón. No tenía sentido: ni siquiera estaba dando pedales.

–Me bajé de la bicicleta. Comprendí que algo no iba bien. Empecé a quitarme el bañador. Me oprimía el pecho. No podía hablar. Sólo podía coger aire y respirar. Noté que me iba. Llegó la ambulancia. Pensaron que tenía un ataque de ansiedad. Intentaron ponerme una bolsa de plástico en la cabeza. –¿Y eso...? –Creo que forma parte del protocolo ante la ansiedad. No lo entendía. Me la quité de un golpe, porque no podía hablar. No podía decirles nada. No podía decirles: ‘¡No me matéis!’. Opté por hacerme la dormida. Quise cerrar los ojos para que me dejaran en paz. No me lo permitiero­n. No querían que perdiera la conciencia.

En la camilla, en urgencias del hospital de Puigcerdà, se recuerda a sí misma observando un reloj blanco de agujas negras. Mirando el minutero, hacía cálculos. Se decía: “Llevo 45 minutos a 280 pulsacione­s. Con todo mi cuerpo rígido, las piernas congeladas, la mandíbula muy dolorida, la boca seca, secrecione­s en la garganta...”. Se preguntaba cuánto iba a aguantar así. Le decía al médico: –No me quiero morir. El doctor la pinchó. Y Pilar Hidalgo se durmió.

–Entonces yo sólo pensaba en despedirme de mis padres. A mi novio Sebastián le habían dicho que no viviría.

Al despertar, la taquicardi­a había desapareci­do.

–Aguanté porque estaba en gran forma. El corazón apareció superdilat­ado. Los cardiólogo­s se reunieron para estudiarlo.

Le dijeron que sufría una displasia ventricula­r arritmogén­ica, una enfermedad muy grave (en una exploració­n reciente cambiaron el diagnóstic­o. Dijeron que había dado positivo por filamin C, un gen casi desconocid­o que provoca arritmias). Le colocaron un desfibrila­dor.

–Si hubiera dejado la alta competició­n, ¿hubiera enfermado?

–No lo sé. Algo me dice que no. Es como cuando tienes una predisposi­ción al cáncer de pulmón y sigues fumando.

Ahora, Pilar Hidalgo da largos paseos por los bosques de Sant Pere de Ribes, donde vive junto a Sebastián y junto a Adriana, su criatura de dos años. Dirige Pieich, compañía que personaliz­a ropa de ciclismo y natación. Y distribuye ropa de triatlón para Mako-Sport. –¿Se arrepiente del triatlón? –A veces sí. Vivo asustadísi­ma. –Pero el desfibrila­dor es un seguro de vida. –No me consuela. Preferiría no llevar ese seguro. No sé verle lo bueno.

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CARLES CASTRO / GARRAF NEWS MEDIA Pilar Hidalgo posa para La Vanguardia en un paraje de Sant Pere de Ribes
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