La Vanguardia (1ª edición)

El maldito resiste

- LUIS BENVENUTY

El cantautor Bernardo Cortés se recupera de una insuficien­cia renal y otros achaques en un hospital de Barcelona. “Me está metiendo fuerza para no acabar en un sillón mecánico de ruedas –dice tronchándo­se de sus ocurrencia­s–, así podré trabajar un par de años más. Luego a lo mejor me jubilo y regreso al pueblo...”. Hasta hace pocas semanas Cortés aún rasgaba su guitarra y su garganta por los restaurant­es del paseo Marítim, el Port Olímpic, el barrio de la Barcelonet­a... sobre todo por las tardes, porque, como siempre dice, la gente con hambre da menos monedas. “Señor Cortés, ha de firmar esta autorizaci­ón para que le fotografíe­n en el hospital”, le dice una empleada del centro entregándo­le un documento. “¿Una autorizaci­ón para marcharme? –responde el artista– ¿Ya me dan el alta? ¿Ya me voy?”. “No, señor Cortés, se trata de...”. Más menudo, canijo y narizón que nunca insiste en que Woody Allen es más feo que él. A los tres años cantaba el Ave María en la catedral de Jaén.

Cada una de sus frases es un párrafo, y el siguiente no tiene nada que ver con el anterior. Además, ganó un concurso de mecanograf­ía de España. Pero Cortés siempre habló de esta manera, saltando por donde quiere, aprovechán­dose del desconcier­to de su interlocut­or por recitarle de memoria un poema que compuso hace sesenta años. “Ya se enteraron tus padres de que los dos nos queremos, yo no lo siento por mí, porque aunque vivo sufriendo...”. Llegó a Barcelona en 1952, en el tren el Sevillano, hecho un chaval todo despechado, disimulado entre un montón de quintos para que la Guardia Civil no le mandara de regreso a Andalucía. “Tengo un concierto el sábado en Badalona, ¿sabe? –le dice a la empleada que aún sostiene el documento–, y me gustaría mucho ir...”. Antonio Herrera, un arquitecto técnico prejubilad­o que desde hace años trata de recuperar la historia oral de los baPodría

El veterano cantautor quiere que le hagan un homenaje en el Liceu, y si allí no puede ser, en el Palau de la Música

rrios de Barcelona, aprovecha las visitas al hospital para ordenar los recuerdos de Cortés, para escribir su biografía, para preparar su homenaje...

“Escribimos a la alcaldesa Ada Colau, y al conseller de Cultura Santi Vila –detalla Herrera–. La obra de Bernardo merece un reconocimi­ento. Vi a Colau estas Navidades y se lo recordé . Se le había olvidado... Pero en la conselleri­a nos recibieron y no les pareció una mala idea. hacerse en el Liceu o en Palau de la Música. Bernardo prefiere en el Liceu, ¿no, Bernardo?”. Y Bernardo asiente, pensando aún en el concierto de Badalona. “Sí, en el Liceu...”. Lo más probable es que una vez le den el alta se mude a una residencia, una cerca de la Barcelonet­a, para que siga tocando y cantando. Un trabajador social de la Sociedad General de Autores y Editores sigue su caso y le asesora. Bernardo siempre fue muy manirroto. En realidad siempre fue un maldito, un antihéroe, un personaje trágico... Si hubiera cantando en inglés por las calles de Nueva York ya le habrían hecho una película independie­nte, incluido en el movimiento beatnik, calificado de undergroun­d...

Pero su paso por la televisión lo condenó al mundo de la parodia, a un papel de un bufón, el del Palomino. Aquellos recuerdos son los únicos que le tuercen el gesto. A Bernardo le iba muy bien en la vida. Montó una empresa de derribos. Vivía en la plaza Duc de Medinaceli. Pero un mal día un socio murió en un accidente laboral. Cortés se echó al alcohol. Su mujer que en paz descanse le cerraba la puerta cada vez que llegaba borracho. Lo perdió todo. Se convirtió en un vagabundo que cantaba a las prostituta­s, a los indigentes, a los desheredad­os... Él, que había tenido más de veinte trajes. “Hablando solo y moviendo las manos, con su botella de vino, sin saber su entorno, bebiendo un trago de la botella y soltándola con cariño propio de borracho calmado, porque ya es alcohólico...”. Pero un buen día Silvestre, el dueño del restaurant­e Salamanca, le dijo que así no podía seguir, lo afeitó, lo limpió. Lo demás es bien conocido. Cuentan que Salvador Espriu le dijo una vez: “Usted ha nacido para ser un ser especial, y es un ser especial...”. “Sí, sí, eso me dijo –irrumpe Cortés–, ¿pero al final a Badalona quién me lleva?”.

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SERGIO LAINZ / EFE
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DAVID AIROB Bernardo, de 83 años, hace pocos días, en hospital, riéndose de sus propias ocurrencia­s
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