La Vanguardia (1ª edición)

Lapsus cálami

- ARTURO SAN AGUSTÍN

Qué gentes, qué cosas, cuántas emociones. La boca seca, muy seca del fiscal Pedro Horrach. La levitación casi carmelita del abogado Miquel Roca. El infantilis­mo festivo de ciertos manifestan­tes. El oportunism­o cada vez más descarado y soez de demasiados políticos. Los insultos a Robert Masih, senador de origen indio de ERC, que llegó a España el año 2005 y que es ya más catalán, independen­tista y republican­o que el difunto juez Santi Vidal y el astuto, pero no lo suficiente, Oriol Junqueras. Cuántas, cuántas emociones. Por cierto, el repentino o casi inmediato patriotism­o catalán de algunos indios y pakistaníe­s es aún más veloz que el de ciertos argentinos y uruguayos.

O sea, que encontrarm­e en una exposición o en la Diagonal con el economista Josep Maria Bricall o con el cirujano Ramon Espasa me reconforta. Su presencia parece querer recordarme que incluso en la política siempre ha habido personas dignas. Y, por supuesto, inteligent­es. Bricall y Espasa fueron consellers con cartera del Govern presidido por Josep Tarradella­s, empeño en eliminar parte de la historia reciente en Catalunya. Pero Catalan, siempre ayudada por la Diputació de Barcelona, su gran aliada, lo impidió.

Si hablo hoy de Montserrat Catalan no es sólo porque se lo merece sino porque hace unos días acompañé a una colega italiana a visitar el monasterio de Poblet y, ya puestos, a disfrutar de los calçots, algo que quizá no entusiasma­ría a san Roberto de Molesmes, fundador del Císter, pero que sí entusiasmó a mi amiga. En Poblet, siempre que transito por la plaza de la Corona d’Aragó, suelo pensar en aquellos biblioteca­rios que mandaban en los scriptoriu­ms y que sabían que el mejor pergamino era el de piel de ternero lechal. Ningún monje copista podía corregir lo que él considerab­a un error en el texto que estaba copiando. Únicamente podía corregir los errores cometidos por él, los propios. Para ello raspaba con sumo cuidado el error, el lapsus cálami, con una cuchilla y aplicaba sobre el mismo una mezcla de leche, cal y queso.

Cuando nos dirigíamos a los calçots mi amiga italiana me habló de Poggio Bracciolin­i, secretario apostólico de varios

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