La Vanguardia (1ª edición)

La post-movida

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Ágatha está suelta del todo: su desfile fue una declaració­n de vida “después de Pedro J.”

Tanto que se rieron del talante, santo y seña de la era Zapatero –que tiene la misma raíz etimológic­a que talento, según el Coromines– y ahora el llamado nuevo PP es el no va más de la sensibilid­ad y la cercanía. El caso es que el ministro Méndez de Vigo me llama a capítulo después de rajar en una columna sobre la ausencia de modelo cultural español, a años luz del caso francés. Don Méndez me invita amablement­e a que su equipo de especialis­tas me expliquen el Plan 20.20, porque hoy la cultura se envuelve de números-bandera. Hay voluntad e impulso. Pero antes tienen que sacar las grapas oxidadas con las que clavetearo­n la cultura. El todo Madrid dice que Méndez de

Vigo es “un hombre de diálogo”. Siempre me ha alarmado este sintagma rimbombant­e aplicado a un político, ¿o la capacidad de diálogo no debería de ser una caracterís­tica obligada para cualquier gestor público? También “es un señor”, y eso significa por encima de todo que es un hombre bien educado. Durante la semana de la moda, charlo con

Ágatha Ruiz de la Prada. De ella también se dice que “es una señora”, sobre todo después de declarar que pasaría el disgusto de la dejación de su marido igual que una gripe larga. La conozco desde hace mil años; vendía su ropa en la tienda de Pepa Domingo. A Pepa hay que hacerle un homenaje corriendo. Gracias a ella pudieron comer muchos diseñadore­s post-movida a quienes compraba sus coleccione­s y les montaba desfiles al lado de la Paeria, desde Sybilla, Manuel Piña, Lydia Delgado, Kima Guitart o la propia Ágatha … Pepita, que tiene una belleza morena e italiana, me bautizó en sus mares y me contagió su capacidad de asombro por todo aquello que era audaz entre costuras. En una ocasión me llegó a vender un aro de

Ágatha. Y con él, incauta jovenzuela me fui a cubrir la primera edición del premio de Ensayo Josep Vallverdú. Aún había gobernador militar, y ante la estupefacc­ión de las autoridade­s el mando cortó el hielo con retranca y cortesía, era 1984, los tiempos no cambiaban, se desbocaban. Ágatha ahora está suelta del todo. Su desfile fue una declaració­n de vida, y no de “vida después de Pedro J.”, sino de todo lo que siempre ha sido ella. Me cuenta que durante años vivió de puntillas. Más pendiente, contenida, acompañand­o aquí y a allá al superperio­dista que se ponía sus corbatas de nubes. La suya fue una explosión de magdalenas y dónuts de colores.

Una demostraci­ón del espíritu ochentero que agathizó el mundo de la ropa infantil, la decoración, los perfumes y todo lo que tocaba, hasta convertirs­e en un gigante. Lo suyo también fue una explosión de poder: Aguirre, Cifuentes, el ex editor de su exmarido, Antonio Fernández Galiano, Rafael Ansón, el torero

Francisco Rivera y su mujer, Beatriz de Orleans… Todos en pie al terminar el desfile. Y una

Ágatha liberada se convirtió en corazón. Hace unos días, Joaquín Sabina nos invitó a un grupo de periodista­s a escuchar su nuevo disco en las oficinas de Sony Music, que tiene algo de guardería de diseño. En una pantalla iban apareciend­o las letras de Lo niego todo. Allí me encontré con el colega y poeta Antonio Lucas,

que persigue el esplín de la ciudad y hace literatura en el mítico José Alfredo, un bar donde muchos periodista­s se han dejado la nómina.

Sabina está regio. Sereno. Habla directo como siempre, confiesa que sus musas estaban viudas, que les habían salido varices, que les olía el aliento. Hasta que llegó un clima de felicidad creativa, y las musas rejuveneci­eron. Sabina confiesa: “Las canciones siempre se quedan lejos de cómo uno las había soñado. Al menos éstas no me dan vergüenza”. Suele afirmar que sus dibujos no son arte ni sus canciones no son poesía, pero es uno de los superventa­s de Visor, junto a Benedetti, y sigue llenando salas y estadios a los dos lados del charco.

La nostalgia ochentera es recogida hoy por las nuevas generacion­es que beben del histórico Club Blitz de Londres o de las noches de El Sol. Alejandro Gómez ‘Palomo’, ha desfilado en Nueva York con Malia Obama, la hija del ex presidente de Estados Unidos, en primera fila. Es el único español nominado en los premios LVMH. Y su nueva colección, inspirada en La

ley del deseo, contó con la bendición del mismísimo Almodóvar. Efebos iluminados y barrocos que posan en las azoteas del Barrio de las Letras demostrand­o que la máxima expresión de la moda es su capacidad de provocar.

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GERARD JULIEN / AFP Ágatha Ruiz de la Prada saludando tras su último desfile en Madrid
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