Borrar la memoria
Los medios de comunicación son también memoria de una sociedad. En el caso de La Vanguardia es innegable que su presencia en el seno de la sociedad catalana desde hace 136 años constituye un auténtico libro de historia, como lo demuestra una visita a la hemeroteca del diario. La nueva realidad digital ha traído al ámbito del periodismo herramientas impensables hasta hace bien poco y entre ellas no es poco importante la posibilidad de modificar lo publicado en la web e, incluso, de eliminarlo.
Modificar una información significa corregirla o completarla, y eso resulta enormemente positivo. Eliminarla introduce factores de mucho mayor calado y ahí emerge una casuística en la que ahora mismo están involucrados los medios con presencia digital. ¿Se puede borrar una información? ¿Se debe?
Vayamos ya al ejemplo concreto: hace un tiempo, una persona que había padecido una situación laboral que consideraba anómala e injusta se puso en contacto con este diario para exponer su caso. Un redactor recogió la información y la publicó como un reportaje, con fotografías tomadas al protagonista con su pleno consentimiento. El reportaje se publicó en la edición de papel y fue reproducido en la versión digital. Meses después, esa persona pide al diario que se borre la noticia de internet aduciendo que se trató de un triste episodio de su vida laboral que querría olvidar.
El caso no es simple. Existen situaciones en las que está claro que una información no puede marcar el resto de la existencia de una persona. Como cuando alguien llevado a juicio resulta finalmente absuelto. No sería justo (de hecho, sería una pena efectiva) que su identidad saliera siempre asociada a esa investigación cada vez que se teclea su nombre en un buscador. Lo que se puede hacer en estos casos es desindexar sus datos de los motores de búsqueda, de manera que la noticia no se borra pero tampoco cuenta con una relevancia especial. Vendría a ser como buscarla en la hemeroteca de papel, donde, obviamente, jamás será borrada.
El ejemplo expuesto no es exactamente comparable. La persona de la que se habla en esta columna quiso contar voluntariamente su caso como una forma de denuncia. Así lo valoraron el periodista que hizo la información y sus jefes en la redacción, que entendieron que esa historia tenía relevancia para el público, ya que sacaba a la luz una situación que existe en determinados ambientes laborales y que ha merecido estudios científicos que le han puesto nombre. Ese enfoque, en el que una experiencia individual sirve para explicar un problema colectivo, sigue siendo válido.
No es un análisis fácil, los periodistas somos conscientes de ello. Por eso he querido consultar el caso con la abogada Ruth Sala Ordóñez, del despacho Legal Consultors, especializada en delitos informáticos. Para la letrada, es importante resaltar el hecho de que “la noticia fue consentida, se dio tiempo atrás sin que existiera inconveniente alguno. Al contrario, se utilizaron los medios de comunicación para hacer denuncia pública de unos hechos que ocurren y no se ven”. Es por ello que, a juicio de la abogada Sala Ordóñez, “sigue prevaleciendo el interés público y la libertad de expresión”.
El tema es importante y no se acaba en esta columna. La reflexión seguirá viva y recibirá más aportaciones. Pero es relevante señalar que la labor de los periodistas es contar lo que ocurre y que el valor de esa información no caduca ni es volátil. Y que, por tanto, no se puede eliminar porque sí. Un periódico es memoria de lo que pasa, también en el mundo digital.
La labor de los periodistas es contar lo que ocurre y el valor de esa información no caduca ni es volátil. O sea que no se puede eliminar porque sí