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La dependencia de los países de Sudamérica de la política económica de EE.UU., y la clausura del festiva Kosmopolis, celebrado en el CCCB.
Desde el 2002, el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona (CCCB) celebra de forma bienal el festival Kosmopolis, que pretende remover a fondo el mundo de la literatura, amplificándola, con “un discurso universalista, una fiesta con que emancipar lectores, estimular la mutación del canon, agitar los géneros, interactuar con las ciencias, navegar en lenguas y revisar mitos, tradiciones e identidades”, según reza su exposición de motivos. Por la edición del 2017, que se clausura hoy, han desfilado creadores de primer orden internacional cuya presencia ha coincidido con el anuncio del conseller de Cultura de la Generalitat de Catalunya, Santi Vila, de la creación de una dirección general del Llibre con el prioritario objetivo del fomento de la lectura.
Aunque parezca mentira que a estas alturas del siglo XXI haya que instituir oficialmente una dirección general de fomento de la lectura, lo cierto es que el libro, como objeto de consumo cultural –en su concepto más amplio–, no vive su mejor momento, si bien tampoco el peor. Hay un clima ambivalente: se compran más libros y en cambio se lee menos, y el proceso creativo está viviendo un ciclo más que notable, como se ha podido ver en Kosmopolis17.
Por el CCCB han pasado diversos viajeros del cosmos: desde un creador irlandés, John Banville, que es a la vez autor de exitosa novela negra bajo el pseudónimo de Benjamin Black, hasta su colega noruego Jo Nesbo, cuyo último libro, La sed, lleva más de 30 millones de ejemplares vendidos; también se ha celebrado un concurso poético que viene a demostrar que la literatura no tiene sexo; un experimento sobre la inteligencia y la comunicación vegetal, o sobre el pensamiento de los animales, por no citar la convocatoria sobre los cambios en el modelo familiar o el interesante diálogo sobre el mundo entre dos escritores franceses como Jean Echenoz (“todos los franceses estamos muy cabreados; todos los roles han estallado”) y Pierre Lemaitre (“durante treinta años la empresa fue el espacio del desarrollo y los valores; hoy ya no lo es”).
Las enseñanzas de Kosmopolis son que, en estos tiempos tan convulsos, la buena literatura sigue constituyendo una columna vertebral de la sociedad contemporánea y, por tanto, conviene darle aire, “amplificarla”, como propone el festival, para que, al mismo tiempo que ofrece placer, sirva de refugio frente a la incertidumbre y dé certidumbre frente a la ola de posverdades que se cierne como una amenaza. Si además llega –muy tarde– la propuesta de una dirección general del libro para su fomento, sea bienvenida.