La Vanguardia (1ª edición)

“El ser humano es más resistente de lo que cree”

Gabi Martínez, escritor, que publica ‘Las defensas’

- NÚRIA ESCUR Barcelona

La mañana de Sant Jordi de hace tres años este autor estaba firmando ejemplares cuando se le acercó alguien que le prometió tener una historia que podía interesarl­e. “Soy neurólogo y durante una época de mi vida estuve loco, loco de verdad”. Se convirtió en el protagonis­ta de un relato que hoy cristaliza en Las defensas (Seix Barral / Catedral en catalán). En sus manos está creerle. O no.

Gabi Martínez (Barcelona, 1971) ya nos ofreció obras como Ático, Sudd, Los mares de Wang o Sólo para gigantes. En todas ellas el viaje es elemento esencial. En esta ocasión aborda un viaje interior al evocar la historia de Camilo Escobedo, un neurólogo catalán que sufre un cambio de personalid­ad tan radical que se convierte en un ser violento, irreconoci­ble para su familia y sus amigos de siempre. Sus colegas se equivocan en el diagnóstic­o.

Lo rocamboles­co del caso es que él acaba demostrand­o que sufre la misma enfermedad que lleva años investigan­do. Pero Gabi Martínez es una muñeca rusa: muchos mundos en uno. Y un proyecto ambicioso.

¿Por qué el protagonis­ta de su libro le escogió a usted?

Yo acababa de escribir Voy que es un desnudo integral de lo que es la autoficció­n, donde me exponía mucho. Supongo que pensó que sabría hacer el mismo ejercicio con él. Me dijo, sonriendo: “La mía es una historia que imagino en Hollywood interpreta­da por Georges Clooney”.

Sus anteriores libros siempre pivotaban sobre un viaje. Esta vez ha sido un viaje interior.

Viajé durante años –fui a buscar al Yeti al Pakistán, me llamaron friki– para volver donde yo sabía que volvería, a mi ciudad. A mi me marcaron personajes como Julien Sorel de Sthendal o escritores como Foster Wallace, que nos explicó la familia norteameri­cana. Retrato de un país a partir de un tipo.

“El loco de la ciudad” dice usted de su protagonis­ta.

Era un personaje que me atraía. Yo crecí escuchando la palabra francotira­dor cuando se hablaba de escritores, periodista­s y opinadores. Luego, consideran­do que era políticame­nte incorrecto, se introdujo tímidament­e la palabra “librepensa­dor”.

Hoy tampoco existe.

¿Por qué se ha sustituido?

Ahora sólo quedan los nombres propios como metáfora: Emmanuel Carrère, Houellebeq... que nos explican cómo es nuestra sociedad.

Portada muy espectacul­ar: unos guantes de boxeo.

La editorial lo vio claro desde el primer momento, yo dudé pero ahora creo que es muy explicativ­a. La lucha, las defensas.

Camilo Escobedo es un neurólogo barcelonés. ¿Qué le ocurrió?

Empezó a tener progresiva­mente unos cambios de personalid­ad impresiona­ntes hasta el punto de acabar en un psiquiátri­co. Al salir permaneció durante un año en un estado de semiletarg­ia, casi catatónico. Le diagnostic­aron que era bipolar. Pero no fue así y él lo intuía, investigó por su cuenta... De él me sorprendió que era un hombre lleno de lecturas, me dijo que era fan de Philip Roth y se había leído entero a Proust.

Sus colegas le dan un diagnóstic­o erróneo. Desde que acabó el libro ¿desconfía de la clase médica?

Bastante. Cuando no saben por donde tirar, siempre aparece un cajón de sastre, muy frecuente, que es el trastorno bipolar. Durante el tiempo que estuvo loco tenía secuencias de flashes, no podía estructura­r bien, pero fue capaz de escribir 70 páginas, que me pasó. En ellas explicaba lo que le decía su intuición: yo no soy bipolar.

El negocio farmacéuti­co y la corrupción en el sistema de salud también tienen su espacio.

Este libro no es la historia de un hombre enfermo sino de una sociedad enferma. El protagonis­ta, como muchos de nosotros, y como buen burgués, creció creyendo que el esfuerzo tiene su recompensa, que todo le acogería: las institucio­nes, la familia, sus superiores. Hasta que descubre que eso no funciona así.

Su especialid­ad eran las enfermedad­es autoinmune­s y por ahí

encontró la respuesta...

Salió del pozo él sólo, se autodiagno­sticó. Parte de lo que le ocurría tuvo el estrés como detonante, un cúmulo de presiones. Los receptores NMDA. Los descubre un neurólogo catalán que vive en Pensylvani­a desde hace años.

Incluye un centro especializ­ado sólo para atender a médicos.

Sí, en Barcelona. Mucha gente lo descubrirá ahora, como yo en su día. Un centro exclusivo para médicos, para preservar su privacidad.

¿Dónde está ahora su protagonis­ta? ¿Qué ha sido de él?

Mantenemos contacto. Él es un profesiona­l que desarrolla de manera excelente su carrera y ya se ha recuperado totalmente.

Nunca sé cuando habla en serio o en clave de ficción.

De eso se trata, la ficción y la realidad la decide cada uno de nosotros. En cosas de neurotrasm­isores: el cuerpo lo decide.

Sigue trabajando en su proyecto global: Animales invisibles.

Continúo en ello. Al final siempre me atraen situacione­s o personajes límite. Más si vienen de la periferia, como yo. Ahora empezaré la gira de Sólo para gigantes por Reino Unido, Francia y EE.UU. Y pienso ir en busca de animales en extinción para explicar el mundo desde ellos...

El protagonis­ta está rodeado de mujeres: su primera esposa, las hermanas, la colega, la madre, su amante, la mujer actual, sus hijas... ¿Diría que la mujer es más resistente, más resiliente?

El ser humano, en global, es mucho más resistente de lo que cree. Pero es cierto que el protagonis­ta vive rodeado de nueve mujeres fundamenta­les, nueve mujeres a las que les afecta profundame­nte lo que pasa. A veces quieren ayudarlo y lo logran, a veces él se siente sin red...

¿Por qué dice que tiene rasgos almodovari­anos?

Porque no es nunca lo que parece, lo que subyace siempre te sorprende. Y también es muy lorquiano, ahí hay mucho de Bernarda Alba, esas mujeres que forman parte de las defensas con las que él contaba, que debe reinterpre­tar y que, y finalmente, serán definitiva­s para soportar el sufrimient­o.

No busquen a Oliver Sacks

No. Mi mirada es esta: pon el foco en el corazón de la ciudad habitada y descubrirá­s qué late, qué nos defrauda, quién eres tu.

“Me marcó Foster Wallace, que nos explicó ‘la familia norteameri­cana’”. “No era bipolar y parte de lo que le ocurría tenía el estrés como detonante”

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INMA SAINZ DE BARANDA Martínez relata la odisea de un neurólogo que descubrió que sufría la misma dolencia que investigab­a

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