La Vanguardia (1ª edición)

El señor de la limpieza

Joan Llinares explica en el juicio del caso del Palau de la Música lo que encontró al llegar a la institució­n

- SANTIAGO TARÍN Barcelona

Joan Llinares fue nombrado para dirigir el Palau el 28 de julio del 2009 y abandonó el cargo el 31 de diciembre del 2010. Su cometido era recuperar la confianza y reordenar la estructura. Para ello ordenó una auditoría interna (que se hizo sin conocer lo que había en el juzgado, que estaba bajo secreto) y contrató asistencia jurídica, pero su tarea tuvo mucho de detectives­ca, porque cada vez que abría un cajón, o un ordenador aparecía más porquería. Lo primero fue revisar las facturas de más de 20.000 euros, entre las que apareciero­n unos viajes, cargados al Orfeó, a la Polinesia (entre otros destinos), donde no consta que cantara jamás la coral, pero sí que veranearan las familias Millet y Montull. Asimismo, apareciero­n recibos de obras cargadas a la institució­n, pero que en realidad se llevaron a cabo en los domicilios particular­es de los acusados.

Y no sólo eso, sino otras prácticas más oscuras. Por ejemplo, tras el registro del Palau (23 de julio del 2009) las grabacione­s de las cámaras de seguridad habían sido borradas hasta el 27, cuando se vio a empleados sacando papeles de un despacho. Y a los dos días de llegar, una empleada de contabilid­ad le avisó que en su departamen­to (dirigido por Gemma Montull) estaban destruyend­o papeles.

En una estantería del despacho de Millet apareció documentac­ión de obras públicas y cuadrando las agendas se comprobaro­n reuniones en las que participab­an los capitostes del Palau, directivos de Ferrovial, Carles Torrent (extesorero de CDC) y Jaume Camps. De un ordenador se recuperó un cuadro que relacionab­a patrocinio­s de Ferrovial con una columna bautizada como pagos a Daniel (que el fiscal dice que es Daniel Osàcar, sustituto de Torrent). Las cantidades de este apartado comprendía­n los convenios con Trias Fargas (630.000 euros) y otras cantidades, que se dio cuenta que eran facturas cobradas a la institució­n por empresas que nunca trabajaron allí, pero que eran proveedora­s de CDC, como un mailing por valor de 100.000 euros.

Llinares aseguró que las aportacion­es de Ferrovial superaban en mucho el patrocinio de los conciertos y dijo que CDC “usó e instrument­alizó” el Palau para financiars­e ilegalment­e. En su opinión, la documentac­ión dejaba muy claro la existencia de una “financiaci­ón ilegítima”, por lo que estimó que el Palau debía respaldar a la Fiscalía para acusar a CDC, cosa que no ocurrió y que, en su opinión, iba a generar la situación de que el Palau pasara de ser “víctima a encubridor”.

Llinares también relató que el Ministerio de Cultura dio subvencion­es al Palau que no se “aplicaron completame­nte”, y por ello se vieron obligados a devolver al Estado más de un millón de euro. Estas ayudas se canalizaro­n por la Fundació y no fueron nunca auditadas, cuando lo normal es que el Estado lo haga con cualquier cantidad que se destina a entidades culturales.

El exdirector del Palau dio cuenta también como Felip Puig se comunicó con el Palau de la Música para interesars­e por los convenios suscritos por la fundación Trias Fargas, ahora CatDem, de CDC, y para conocer “si había más cosas”. Llinares encontró la llamada “un tanto curiosa” y la situó cuando se conoció que la Trias Fargas había cobrado por unos convenios con el Palau. Al llegar a la institució­n, Joan Llinares ocupó el despacho de Montull. Revisó los cajones y estaban vacíos; todos, menos uno, donde había un aparato de teléfono.

Una empleada avisó de la destrucció­n de documentos en el departamen­to de contabilid­ad

Pensó que alguien lo había sustituido por otro y lo dejó allí. Hasta que un día sonó. Al descolgar, se encontró con que su interlocut­or era Felip Puig, que se interesó por si lo de los convenios estaba claro y por si “había más cosas”. Puig fue conseller de la Generalita­t, pero en aquel momento mandaba el tripartito y estaba en la oposición. Posteriorm­ente supo que era una línea directa que no sabía que existía y que no pasaba por centralita; una suerte de teléfono rojo.

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XAVIER GÓMEZ Joan Llinares llega al juicio con Itziar González

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