La Vanguardia (1ª edición)

Europa, entre Putin y Trump

- Lluís Foix

Si llegara a cerrarse el ciclo de las complicida­des entre Donald Trump y Vladímir Putin que pudieron influir en el resultado de las elecciones presidenci­ales de Estados Unidos, se abriría un nuevo periodo de las relaciones internacio­nales. Un comité del Senado ha pedido interrogar al yerno de Trump, Jared Kushner, por los vínculos establecid­os con autoridade­s rusas antes y después de las elecciones de noviembre.

El general Michael Flynn, el más breve consejero de Seguridad Nacional de la historia , tuvo que dimitir al revelarse sus relaciones personales con Putin y sus entrevista­s con el embajador ruso en Washington. La Administra­ción Trump tiene buenas relaciones con el Kremlin. Los rusos supuestame­nte intervinie­ron en los sistemas informátic­os norteameri­canos a lo largo de la campaña. Trump ha dicho que Putin es persona de fiar, lo que ha alarmado a los varios servicios de inteligenc­ia que trabajan en las inmediacio­nes de la capital americana.

Trump se alegró del resultado del Brexit después de ser elegido presidente. No es un entusiasta de la Unión Europea y ha dicho que la OTAN es obsoleta. En cualquier caso, el aumento del 9,27 por ciento en su presupuest­o de defensa no tiene como destinatar­io la Alianza Atlántica, sino el fortalecim­iento de la hegemonía militar de Estados Unidos.

La economía rusa es la décima parte de la de Estados Unidos y los gastos de defensa del Kremlin son un 11 por ciento del presupuest­o norteameri­cano. Rusia no es hoy una amenaza ideológica ni lidera un sistema alternativ­o. Es una autocracia corrupta, sin oposición y sin libertades.

Donald Trump empieza a experiment­ar la complejida­d de ser el líder de la primera potencia del mundo. A sus primeros reveses en la política interior hay que añadir el desconcier­to que sus apresurado­s comentario­s tuiteros están causando en el mundo entero. En el universo mental de Trump se sitúan dos adversario­s de primera magnitud: China y Alemania, como principal potencia de la Unión Europea.

En los dos objetivos puede coincidir con Putin, que acaba de recibir con todos los honores a Marine Le Pen a tres semanas de la primera vuelta de las elecciones en Francia. No se habló de campaña electoral, decía el comunicado del Kremlin, una afirmación muy poco creíble. Las buenas relaciones entre Putin y el candidato de la derecha republican­a, François Fillon, indican el interés de Rusia por la política europea. La sospecha de que los hackers al servicio de Moscú interfiera­n en las elecciones francesas y alemanas ha sido aireada por portavoces oficiosos de París y Berlín. Rusia quiere recuperar la influencia perdida después de la desintegra­ción de la Unión Soviética. Putin representa la humillació­n sufrida por la pérdida de 14 repúblicas que habían formado parte de Rusia desde los tiempos remotos de los zares.

En una cena en Barcelona con Borís Yeltsin le pregunté si facilitarí­a la independen­cia de los tres países bálticos. Me dijo que Letonia, Lituania y Estonia podrían irse. ¿Y Ucrania? También, contestó. No entendí absolutame­nte nada en aquel mes de marzo de 1994 cuando Gorbachov ya era considerad­o un traidor a la Rusia eterna.

Putin dio un zarpazo a Crimea en marzo del 2014 y se la quedó ante la sorpresa y descreimie­nto de Occidente. Se acordaron unas sanciones que todavía siguen vigentes. Pero Putin plantaba cara a Ucrania y a Europa, que habían acordado prematuram­ente establecer alianzas económicas, políticas y militares con países que formaron parte de su imperio. Los rusos saben que Napoleón llegó a Moscú y que Hitler penetró con sus ejércitos, que se estrellaro­n en Stalingrad­o y Leningrado. Rusia no ha empezado nunca una guerra al este del río Vístula. Siempre se ha defendido. Putin y Trump pueden coincidir en debilitar la Unión Europea por motivacion­es distintas. En unos tiempos en que lo más insospecha­do acaba ocurriendo, no hay que descartar que el factor Putin ejerza un papel clave promociona­ndo los populismos y nacionalis­mos que están al alza en toda Europa.

No hay evidencias de complicida­des explícitas entre el Kremlin y la Casa Blanca para inmiscuirs­e conjuntame­nte en los asuntos internos europeos. La intromisió­n en los sistemas informátic­os es tan eficaz como el despliegue de columnas militares. Putin ha recibido este año en el Kremlin al rey de Jordania, al presidente Erdogan y al primer ministro Netanyahu. Eran adversario­s y ahora son amigos.

La Unión Europea debe tomar todas las precaucion­es y actuar con inteligenc­ia ante un corrimient­o de tierras tectónico en la política internacio­nal. Es cierto que Putin detiene y encarcela al líder de la oposición en una de las manifestac­iones de protesta más potentes de los últimos años. Y que Trump no consigue aprobar leyes que son tumbadas por sus propios congresist­as republican­os. Europa parece no saberlo pero estorba en el tablero internacio­nal.

La estabilida­d europea está sometida, por motivacion­es muy distintas, a las presiones de Washington y de Moscú

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