Utodistopías
Se habla cada vez más de la inexorable pérdida de empleos fruto de la robotización y de que la renta básica universal sería el único modo de paliar la nueva situación. Ponentes como David Wood (en el ciclo de conferencias organizado por La Vanguardia) nos aseguran que la revolución tecnológica nos dejará sin trabajo. Y hasta los del foro de Davos ven tan crudo lo de la destrucción de empleos que llevan dos años discutiendo sobre la conveniencia del salario universal. Acabé ayer la lectura del libro de Rutger Bregman (Utopía para realistas, Salamandra), un libro ameno y documentado que nos describe un posible mundo en el que el trabajo asalariado sería algo así como opcional, ya que una renta básica (imagino que suficiente, no como la que se acaba de aprobar en Finlandia, de 560 euros), nos garantizaría vivir sin angustias y tomar el mando de ese tiempo del que ahora somos esclavos.
El entusiasmo del autor es contagioso (tal vez su juventud tiene que ver con ello), y cuando se leen cosas así es obligatorio contrarrestarlas con algún texto aguafiestas (conseguí el adecuado contraste con un reciente artículo del bloguero Marat, “Lo que no te cuentan los progres cuando hablan de la renta básica universal”, en el que viene a decir que lo de la renta básica universal suficiente (tal como la plantea Bregman y otros) es una quimera. Pero dejo el tema económico para los expertos y me centro en algo más personal: ¿por qué las utopías siempre me han parecido aterradoras? ¿Por qué sólo consigo verles el lado distópico? De esta utopía, lo que me parece más angustioso es la cantidad de tiempo libre que podríamos llegar a tener. ¿A qué se parecería? ¿Se parecería al ocio actual (un frenesí) o se parecería más al aburrimiento de los domingos de hace cincuenta años? ¿Destinaríamos ese tiempo a tumbarnos a la bartola o a hacer esas cosas que muchos llaman “de verdadero valor”? Dice Bregman que cuando nos demos cuenta de que el tiempo es el mayor bien de que disponemos (se conoce que cuando tengamos dinero gratis el mayor bien ya no será el dinero, sino el tiempo), lo usaremos con mucha cabeza: que no nos pasaremos el día enganchados a la primera basura de la tele o de internet, que eso lo hacemos ahora porque estamos agotados por trabajos asalariados embrutecedores. Pero, ¡ay!... La gestión de las horas libres podría convertirse en algo tan duro y complicado que muchos acabaríamos añorando la semana de cuarenta horas en la oficina o en la fábrica... En cualquier caso, si la pregunta “¿qué te llevarías a una isla desierta?” siempre me ha provocado escalofríos, la pregunta “¿qué te llevarías a un tiempo desierto?” es aún más siniestra. El tiempo desierto también tiene sus náufragos. Y son irrecuperables.
¿Destinaríamos este tiempo libre a tumbarnos a la bartola o a hacer cosas “verdaderamente valiosas”?