Ligero de equipaje

EL general Donald MacArthur, ante la invasión japonesa de Filipinas, proclamó antes de abandonar Manila: “¡Volveré!”. Del mismo modo, 232 días después de dejar la sede de Ferraz, Pedro Sánchez regresó victorioso a su despacho. A MacArthur le instó a irse de la isla el presidente Roosevelt; a Sánchez, el comité federal. Si entonces, en medio del caos, emergió la voz de Victoria Pérez gritando “la autoridad soy yo” como si fuera el comandante de puesto, en la noche del domingo fue Sánchez quien, como Josep Tarradellas, pregonó: “Ya estoy aquí”.

El camino de Sánchez no ha sido precisamente de rosas. Su desahogo ante Jordi Évole en Salvados señalando a quienes pensaba que le habían puesto la trampa para elefantes en la que finalmente cayó no resultó una buena idea. Dio la sensación del boxeador grogui, que golpea al aire intentando mantener a raya al contrincante poco antes de poner rodilla en tierra. Empezó así un largo vía crucis casi en solitario. Es posible que hubiera leído a Schopenhauer cuando advierte que la soledad es la suerte de los espíritus libres, y ligero de equipaje empezó a recorrer el país, sumando voluntades una a una. La gestora del PSOE, comandada con discurso suave y mano firme por Javier Fernández, se tomó tiempo para pacificar el partido, cuando de haber convocado primarias sin esperar hubiera dejado a Sánchez en la cuneta. El tiempo fue el aliado del líder defenestrado, que pasó a ser visto como un rebelde contra el sistema, mientras que Susana Díaz, con toda la corte socialista en la foto, aparecía como la candidata oficialista. Y vivimos momentos de rebeldía, con el coral “sí se puede” como banda sonora de las causas imposibles.

La victoria de Pedro Sánchez deja dos rotos: el de un partido que costará recoser y el de la relación con Rajoy, que se quebró el día que le llamó indecente. Por eso, Díaz no le nombró en su discurso de anteanoche y por eso el presidente no ha tenido tiempo de felicitarle. No es no.