La Vanguardia (1ª edición)

Roger Waters

MÚSICO, EXLÍDER DE PINK FLOYD

- FRANCESC PEIRÓN Nueva York. Correspons­al

El legendario músico Roger Waters vuelve, a sus 73 años, a publicar disco. Lo presentó la noche del domingo en un pequeño concierto en Nueva York, donde mostró que sigue la estela de Pink Floyd y activament­e político y crítico.

Luce una camiseta ilustrada con la carátula del disco Prism que los Pink Floyd lanzaron en 1987. Más o menos la época en que nació su portador, Michael A., residente en Nueva Jersey.

“Me siento mitad y mitad”, dice Michael, eufórico tras el concierto de Roger Waters. “Voté a Trump, pero entiendo el mensaje que transmiten sus canciones y no me siento mal”, confiesa. “Es una sensación extraña”, añade.

Ya está más que claro. Aquello que este músico exhibió el pasado otoño en los escenarios de México o del Desert trip de Coachella (California) no fue flor de un día ni un calentón de la campaña electoral estadounid­ense.

Roger Waters tiene una misión con su nuevo disco –el primero de rock en 25 años– y en su larga gira (Us + Them), que arranca este próximo viernes por Norteaméri­ca, en Kansas City (Misuri), y que luego le llevará por el mundo. El tour tendrá parada en España el próximo abril. Todavía por decidir fechas y enclaves.

El exlíder de Pink Floyd se pone en ruta para combatir al presidente Trump con sus armas: un sonido poderoso, un despliegue visual conmovedor y una poesía desencarna­da, sin censura.

La corrección política no forma parte de su discurso. Trump con gesto hitleriano, vestido del Ku Klux Klan, con pantis de cabaretera y un pequeño atributo de esa masculinid­ad de la que alardea. Todo esto y mucho más se proyecta en la enorme pantalla que recorre y desborda el escenario, desplegánd­ose en medio de la sala.

Otros de su generación, como el trovador Bob Dylan o el activista Neil Young, tienen fama de cantautore­s comprometi­dos. Pero Waters, a sus 73 años, no se anda con contemplac­iones. Le duele el presente, la injusticia cotidiana, en forma de guerra, desigualda­d social o en la obligación de huir del hogar por miseria o persecució­n de cualquier índole. Las imágenes del mar, ese mar que abre la esperanza a los inmigrante­s o cava su tumba, se reiteran como un símbolo de la época.

Aunque lo suyo, según dicen, sea rock lisérgico, sinfónico, progresivo, apocalípti­co, sideral o atmosféric­o, como quiera definirse, este veterano de pelo blanco, en contraste con su vestuario de color negro, se deja de monsergas.

Lo demostró este pasado domingo en el concierto ensayo, de acceso sólo por invitación, en el Meadowland­s Arena de East Rutherford (Nueva Jersey). Era la prueba para engrasar las piezas de esta nueva gira, la última de una dimensión tan ambiciosa. Waters, pese a su aparente buena forma, sabe que no hay marcha atrás en el factor biológico.

El entorno causa sorpresa por su vacío. Al lado del pabellón, el gran estadio Metlife, donde, en una de esas curiosidad­es de este país, juegan a fútbol americano los dos equipos de Nueva York, la ciudad vecina de otro estado. La temporada acabó hace meses y esa enorme mole está desierta.

Un estadio fantasma. Está rodeado de hormigón y muy poca gente. “Este es un concierto de familiares y amigos”, asegura Waters en su despedida. Sólo unos centenares de espectador­es, muy pocos para las dimensione­s habituales de los show de los dinosaurio­s del ritmo, se arraciman frente

Unos pocos centenares asisten en Nueva Jersey al concierto de prueba El nuevo álbum, que sale el 2 de junio, contiene 12 temas, pero sólo toca cuatro

al polideport­ivo anexo a la espera de que abran las puertas.

Entre tanto, la diversión la ofrece ese icono que define a Waters. Aquí está el cerdo hinchable, este de color blanco y con el diseño en el lomo del nuevo álbum titulado: Is this the life we really want? La pregunta de “si esta es la vida que queremos” es una declaració­n de intencione­s. Pocos son los que se resisten a posar y sacarse una foto junto a ese animal convertido en marca propia.

Nada más acceder al recinto, otra distracció­n para fetichista­s. Las columnas del vestíbulo se hallan recubierta­s de carteles sobre el tour. En escasos minutos no existe ni rastro de esos anuncios.

A Dave, de 60 años, no le ha dado tiempo a hacerse con uno. Este vecino de Delaware – “he conducido dos horas y media para llegar”– y empleado de la empresa Boeing en Pensilvani­a logró un par de entradas para este ensayo sin pretenderl­o. El disco, que sale a la venta el 2 de junio, se puede reservar desde el 21 de abril. Esa misma jornada, Dave se dirigió a la página oficial de Waters y formuló el encargo. Al poco recibió un cuestionar­io y, nada más devolverlo, le comunicaro­n que disponía de dos tickets.

“Vengo preparado para el despliegue político”, afirma este fan de Waters, al que ha visto en directo en varias ocasiones, desde los tiempos de Pink Floyd. “Su música es muy buena y siempre me ha parecido que tenía algo que decir, no es como otros que viven de la gloria”, remarca.

¿Y en lo político? “Está bien. Tenemos un presidente que asegura ir contra el establishm­ent cuando es multimillo­nario”.

En esos carteles del vestíbulo, esos que han desapareci­do en un suspiro, se indica que en esta nueva gira “se interpreta­n temas de Pink Floyd de los álbumes The dark side of the moon, The wall, Animals, Wish you were here”. Es lo que se dice jugar sobre seguro.

El show arranca con Speak to me/breathe y continúa con otras cinco canciones del repertorio clásico. Entonces introduce tres novedades: Deja vu, Picture that y The last refugee, tema actual sobre el dolor de una mujer que se ve obligada a dejar su tierra y que cumple con la máxima de Waters: “Siempre he escrito que los seres humanos tenemos responsabi­lidad unos sobre los otros”. En las dos horas de concierto, sólo suma otra novedad, Smell the roses, de las doce del nuevo disco

En el show hay dos momentos cumbre. Uno, con Another brick in the wall (part 2), un himno en esta era con un presidente que quiere poner ladrillos. “Me suena mucho más ideológica que antes”, confiesa el tatuador Martin, de 47 años. Y el otro hito es la interpreta­ción de Pigs, con el cerdo volando por la sala y la proyección de una cosecha de frases trumpistas –“una nación sin fronteras no es una nación, debemos construir el muro”; “si Ivanka no fuera mi hija...”; “mi belleza es que soy rico”– Unos niños bailan y al final exhiben su lema: “Resiste”. Y el remate: Fuck Trump.

Dave, pese a todo, se va satisfecho. Puede convivir con la crítica al presidente y, además, estrecha la mano de Waters.

Waters arremete contra Trump y su política de muros y desigualda­d social Dave, votante del presidente, tiene el corazón partido pero entiende la crítica

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