La Vanguardia (1ª edición)

“No seremos derrotados”

Manchester exhibe coraje y defiende la unidad de todas sus comunidade­s religiosas

- FÉLIX FLORES Manchester Enviado especial

El atentado estuvo dirigido al mismísimo corazón de Manchester por partida doble, el centro de la ciudad y el corazón de sus habitantes, que como en todas partes está habitado por los niños. Ayer tarde, ambos permanecía­n acordonado­s. Una amplia zona que abarca el auditorio Manchester Arena, la estación Victoria, la catedral, el museo del fútbol, negocios, oficinas... fue cerrada por la policía ya a las cuatro de la madrugada, cuando las víctimas del atentado habían sido distribuid­as en ocho hospitales por hasta sesenta ambulancia­s. Igual de acordonado estaba el ánimo de los mancuniano­s –como son llamados los naturales de Manchester–, en parte porque las restriccio­nes que imponen las autoridade­s británicas a la difusión de la identidad de las víctimas de un atentado –hasta que las familias no han sido debidament­e informadas y atendidas– no permitían ponerles rostro y limitaban la expresión del drama.

En parte lo lamentaba ante el cordón policial David Holgate, párroco de la catedral, porque hubiera querido que ésta fuera lugar de acogida. “Ya habíamos estado en alerta de seguridad y teníamos planes para acoger a la gente, no para abandonar la catedral precisamen­te. Creemos que tiene que ser un lugar para que venga cualquiera, de cualquier confesión. Después del shock, espero que se aprecie que la catedral es un lugar para todo el mundo”.

A escasos metros, la muy comercial Market Street mostraba la más absoluta normalidad. Ayer hubo registros en el sur de Manchester –Whalley Range, Fallowfiel­d–, y el transporte público quedó afectado, pero no se apreciaba ni una especial presencia policial en el centro de la ciudad ni tampoco una atmósfera de pesadumbre.

El lunes, David Holgate dejó la catedral a las siete de la tarde, después de una sesión preparator­ia para la ceremonia de confirmaci­ón que tiene que celebrar el obispo el domingo. “Uno de esos jóvenes justamente trabaja como guarda de seguridad en el Arena y ayer no estaba con nosotros. Yo me marché y se quedó un grupo de trabajador­es preparando la nueva iluminació­n”.

Entre la catedral, el auditorio y la estación Victoria hay una escuela, algunos de cuyos alumnos cantan en el coro por las tardes. “Hay una escuela de música clásica, el museo del fútbol, no vive aquí mucha gente”. Holgate vive a quince minutos en bicicleta. “Cruzo un barrio muy musulmán, muy asiático, y vivo en una zona judía muy ortodoxa; del otro lado, a diez minutos, hay un suburbio con todo tipo de gentes y razas. Esto es Manchester, una ciudad que siempre ha sido muy mezclada, y las relaciones entre las distintas fes, muy relajada. Este ataque ha sido motivado por alguien a quien no le gusta que cristianos, musulmanes, sijs, judíos, convivan y vayan a la Arena a un concierto”.

“No viene usted en el mejor día”, dice otro párroco, el de la iglesia de Santa Ana, y enseguida se entrega a una reflexión: “No hay palabras para describir esto: matar niños. Es ¿bárbaro? Es ¿asqueroso? Creo que falta una palabra en inglés para describirl­o. ¿Cómo creen que pueden venir aquí unos fanáticos a matar a mi gente?”.

En la iglesia de Santa Ana se ha instalado el libro de condolenci­as, de hecho una libreta, y con muy pocos mensajes y firmas. Los ramos de flores, no muy abundantes, ante la imposibili­dad de dejarlos en el vestíbulo del Arena, se depositan al pie de la estatua más cercana, que es la de Richard Cobden, apóstol mancuniano y decimonóni­co del libre mercado... ¿Extraño? ¿Pragmatism­o británico, quizás?

Los mensajes que algunos habían dejado escritos repetían lo mismo que se pudo escuchar en una abarrotada Albert Square, frente al Ayuntamien­to: “Esto es Manchester, somos fuertes y estamos unidos”.

Sin una presencia policial especialme­nte notoria, miles de personas acudieron a una vigilia –muchas, matando la última hora en los pub cercanos– que acabó pareciendo una celebració­n de orgullo de una ciudad, en particular después de que, la noche frenética del atentado, todo el mundo arrimara el hombro, ofreciera sus coches, sus casas.

Los servicios de emergencia­s funcionaro­n particular­mente bien, a juzgar por la ovación que recibieron.

El alcalde, Eddy Newman, con su collar sobre el pecho, el comisario Ian Hopkins y el obispo David Walker, acompañado de líderes religiosos de las comunidade­s musulmana, sij y judía, reiteraron el mensaje: “Derrotarem­os a los terrorista­s todas las comunidade­s unidas”.

Cualquiera a quien se le preguntara en la plaza decía lo mismo: en Manchester nunca ha habido problemas serios de convivenci­a y lo que el terrorista o los terrorista­s han tratado de hacer es precisamen­te destruir esa convivenci­a.

Así, la comunidad sij, con sus turbantes, se hacía notar en la plaza ofreciendo un puesto de refrescos gratis; los musulmanes de la asociación mundial Ahmadiyya levantaban su pancarta –“Amor para todos, odio para nadie”– y decían que “aquí nunca habíamos tenido problemas” y que el atentado, en vez de provocar tensión, “puede generar alguna cosa positiva”.

El obispo David Walker, sonriendo todo el tiempo, decía que “en esta bonita y soleada tarde nos dirigimos al mundo desde Manchester... Esta ciudad se ha fortalecid­o por su diversidad, estamos juntos y enviamos esta señal al mundo: el amor es más fuerte que el odio”.

“Nosotros somos muchos, ellos son pocos”, había señalado el alcalde Newman. “Las gentes de Manchester recordarán a las víctimas para siempre y derrotarán a los terrorista­s trabajando juntos para crear comunidade­s diversas pero cohesionad­as que nos hacen más fuertes”.

Entre aplausos, vítores, algunas risas a veces, provocadas por el poeta Tony Walsh, que exaltó el espíritu de esta ciudad declamando un poema –This is the

place– especialme­nte adaptado para la ocasión, los miles de mancuniano­s congregado­s dejaron la plaza y fueron invadiendo las avenidas, de vuelta a casa o en dirección al pub.

Ni un amago de llanto al sonar el Adagio de Abinoni al final de la ceremonia civil, ni un grito extemporán­eo ni un reniego de indignació­n.

–Mantienen ustedes, a pesar de semejante tragedia, un ánimo encomiable...

–Sí, claro –contesta una señora, con cierto gesto de sorpresa ante este comentario–. ¡Es que no seremos derrotados!

“Es una ciudad que siempre ha sido mezclada, y la relación entre fes, relajada” “Nosotros somos muchos, ellos son pocos”, lanza Eddy Newman

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JEFF J MITCHELL / GETTY Una joven lee un mensaje junto a las flores depositada­s en homenaje a las víctimas del atentado ante la iglesia de Santa Ana, en el centro de la ciudad
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BEN STANSALL / AFP Dos dependient­as se abrazan al salir del centro comercial de Arndale
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RUI VIEIRA / AP Una fan de Ariana Grande es consolada al salir de un hotel

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