La Vanguardia (1ª edición)

Orejitas

- Pilar Rahola

Me debato entre una ternura desgarrada, que se cuelga de las orejitas de Ariana Grande, convertida­s en símbolo de la tragedia, y la rabia, esa rabia espesa que nace en las entrañas más negras del ser humano. Mi retina está llena de las fotos de los jóvenes, esos pequeños príncipes, que sus familiares han colgado en las redes. “Es mi hija, hace horas que no sé nada, no contesta al móvil”, y, crac, se quiebra el alma a pedacitos, como si fuera de cristal. Por un instante imagino mi propia angustia, mi dolor, si fuera uno de esos padres…, y no, no puedo imaginarlo porque me ahoga, me ahoga pensarlo, me ahoga escribirlo, me ahoga..., no hay piel que pueda ponerse en esa piel. Y en el revoltijo de emociones, suena Ariana a lo lejos, como un eco de la alegría que les robaron. Esos niños convertido­s en un amasijo de vidas rotas, esos jóvenes que nunca vivirán sus sueños, esas miradas sin mirar… La muerte agazapada en la esquina del mal, acechando su infancia dulce, su adolescenc­ia altiva, esperando el momento para perpetrar su terror, su mueca sin dientes, un roto en el universo.

Levanto la mirada del ordenador. Basta, me digo, basta de ver sus sonrisas felices, sobrecarga de dolor, el absurdo… Pero no es un absurdo anónimo, un mal que llega sin esperarlo, un accidente de la vida. No, ese absurdo tiene nombres y apellidos, ideólogos que lo piensan, millonario­s que lo financian, ejércitos de fanáticos embrutecid­os que lo adiestran, redes sociales que lo hacen llegar hasta los repliegues recónditos del cerebro, allí donde habita el odio. No, no, esta muerte no viene del azar malicioso sino de la voluntad oscura, del ser humano cuando se reconoce en el monstruo. Muchos financiand­o la muerte, muchos preparando la muerte, muchos trabajando la muerte, muchos destruyend­o cerebros para convertirl­os en instrument­os de muerte.

Basta, basta ya de esta mierda fanática que se alimenta en las ubres de dictaduras amigas, en las interpreta­ciones torticeras de los dioses, en el dinero negro del negro petróleo, en la acción de unos y en la inhibición de otros. Basta de soldados de Alá aspirando a la muerte, basta de dictadores medievales educando en la intoleranc­ia, la misoginia, la homofobia, el antisemiti­smo, el odio a Occidente, el miedo a la libertad. Basta de callar, basta de vender buenismo todo a cien, inútil y cómplice. Esto es el mal, el mal que habitó en los campos de exterminio nazis y circuló por los gulags soviéticos, y ahora se apodera de un dios para perpetrar la obra del diablo. Detrás de cada muerte en nombre de la yihad hay muchos más culpables que el que mata, y no están en las montañas, ni en las trincheras de la guerra, sino asentados en los despachos y alzados en los tronos, con sus millones por doquier, dominando desde su poder impune. Muchos, demasiados para matar a muchos.

Muchos, demasiados para convertir a demasiados en asesinos.

Muchos financiand­o la muerte, destruyend­o cerebros para convertirl­os en instrument­os de muerte

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