La Vanguardia (1ª edición)

¡No es la edad, estúpido!

- Lluís Amiguet

Cuando entrevisto personajes de 50 años o mayores, compruebo que suelen mostrarse más satisfecho­s con sus vidas que los más jóvenes. Y con razón: han reducido su carga familiar, porque los hijos suelen valerse ya por sí mismos; han consolidad­o su patrimonio –tienen más y necesitan menos– y, aunque el cuerpo no siempre les acompañe, han aprendido a no darle más importanci­a de la que tiene.

También constato que los sesentones norteameri­canos se muestran más positivos ante la vida que los europeos: ¿les hace más felices a ellos la libertad de decidir americana que a nosotros la seguridad de la pensión?

La mejor explicació­n me la dio un Nobel de Economía, pluriemple­ado en California, y que aquí llevaría una década retirado: “En EE.UU. la jubilación no es obligatori­a”. Y añadió una larga lista de nonagenari­os –P. Drucker daba clases a los 94– aún en activo.

Tal vez por eso percibo en la autoestima de los profesiona­les estadounid­enses sesentones, setentones e incluso octogenari­os que, a cualquier edad, reciben el mismo reconocimi­ento de subordinad­os y colegas, porque, por muchos años que tengan, todos saben que aún les quedan cuantos quieran.

Aquí, en cambio, a partir de los 50, incluso los más brillantes empiezan a sentirse y ser tratados como lame ducks, patos heridos, con la edad de jubilación grabada sobre la frente si es que no los remata antes una prejubilac­ión. Y también se les nota.

En Europa la jubilación fue un derecho y ha acabado siendo el modo en que las empresas recortan su masa salarial. Dudo que la práctica sea sostenible para nuestras cuentas públicas, pero lo que es insostenib­le, seguro, es la presunción de que, además de para sustituir sueldos normales por otros nuevos –es decir muy inferiores–, sirve para reemplazar empleados viejos y cansados por otros jóvenes, más ilusionado­s y productivo­s.

La ciencia demuestra que los 20 años son la edad culminante del rendimient­o físico y era un dato relevante para acarreador­es de pedruscos en las canteras babilónica­s, pero intrascend­ente para un ingeniero de minas a quien, sin embargo, hoy jubilamos a la fuerza.

Lo que determina la valía de un empleado no es su edad, sino su aptitud y dedicación. Vemos veinteañer­os que llegan al trabajo directos desde la discoteca para dormir la juerga y otros que se entregan a su tarea con devoción sin mirar el reloj… Exactament­e igual que sucede entre quienes les doblan en años y, a veces, en sueldo. Pero esa es otra variable que no deberíamos confundir con la energía, las ganas o el rendimient­o.

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