La Vanguardia (1ª edición)

Josep Maria Flotats

ACTOR Y DIRECTOR

- JUSTO BARRANCO

Josep Maria Flotats fue investido ayer doctor honoris causa por la Universita­t Autònoma de Barcelona y hoy regresa a la cartelera barcelones­a con Serlo o no (Para acabar con la cuestión judía), una obra sobre la identidad y la tolerancia.

Josep Maria Flotats (Barcelona, 1939) fue investido ayer doctor honoris causa por la Universita­t Autònoma y desde hoy sube al escenario del teatro Borràs con una obra con la que triunfó en el Lliure de Gràcia en el 2015, Serlo o no (Para

acabar con la cuestión judía) . Un montaje sobre la tolerancia que presenta en versión castellana porque lo acaba de llevar de gira por todo el Estado. Flotats habla de su doctorado, de su paso por la Comédie-Française, del Teatre Nacional de Catalunya que fundó... Y ya prepara nueva obra sobre el enfrentami­ento entre Voltaire y Rousseau.

¿Cómo recibió el doctorado? Cuando me llamaron, respondí: ‘¿A mí?’. Estaba tan sorprendid­o que casi rocé la mala educación: ‘Ah, bien, gracias’. Me quedé mudo. Digerida la sorpresa, me hace muy feliz que a través de mí se rinda homenaje al teatro. Así lo entiendo. Que se dé un doctorado a una persona que sólo ha hecho en su vida teatro es una manera de homenajear­lo. Sobre todo en un tiempo muy difícil en el que sólo el 8% de las actrices y actores profesiona­les de nuestro

país pueden vivir de su oficio.

¿Se siente privilegia­do?

Absolutame­nte. Da vergüenza decirlo: no he estado nunca en paro. A lo largo de mi carrera he tenido la sensación de que todo me era dado, regalado. No es que no haya trabajado. Mucho. Pero lo hace casi todo el mundo. Y no tienen esa suerte.

¿El doctorado le ha hecho mirar atrás?

Me ha obligado. No lo hago nunca. Y al mirar, he pensado: ‘¿He hecho todo eso? ¡Quizá que pare!’. Pero no, porque lo nuestro no es un oficio, es una pasión, y una pasión no se abandona, ella te puede abandonar. Además he sido un privilegia­do, no he hecho obras sólo para el alquiler, sino porque me apasionaba­n.

¿Incluso la primera, ‘Les maletes del senyor Vernet’, en 1959?

Era una comedia de boulevard. Era un principian­te al que contratan para hacer de meritorio con Teresa Cunillé. Claro que dije que sí. No había medios, pero, ¿cuántos jóvenes montan hoy espectácul­os en las salas alternativ­as sin cobrar y poniendo dinero de su bolsillo?

Y se va a Francia.

Asedié el Institut Francès: cada día iba a preguntar si había una beca. Me dieron una al final y tiempo después supe que se la habían inventado para quitárseme de encima. Fui a la escuela de Estrasburg­o. Y fueron 23 años en Francia.

¿Qué fue lo más importante?

La escuela. Descubrí la magia del

oficio con maestros excepciona­les.

¿Y entrar en la Comédie?

Es que no paré de recibir cosas así. Tras Estrasburg­o fui a París. Hice figuración en la televisión y fui a ver una obra que dirigía Jean Anouilh, el rey del teatro. Cinco veces. Los estudiante­s de teatro teníamos un pase para el gallinero, que en Francia, otro mundo, se llama el paraíso. En la última función fui a los camerinos a ver a los actores, Claude Riche y Monique Melinaud. Les explico que lo he visto cinco veces y me dicen que en la gira por Francia podría sustituir a Riche, que iba a hacer una obra de Sagan. Al día siguiente hago pruebas con Anouilh, leo un monólogo y me da el papel. He tenido muchas cosas así. Desde fuera parece que la Comédie fuera lo más importante. Para mí, Anouilh. Cuando la Comédie me contrata es el final de mi carrera en París, 18 años de protagonis­ta en los teatros más importante­s.

¿Qué le hace volver?

No era mi idea. Me nombran sociétaire de la Comédie y es un contrato de diez años. Se firma ante notario porque los estatutos de la Comédie, que son los de Richelieu modificado­s durante la campaña de Rusia por Napoleón y poco más, hacen que me convierta en un propietari­o. Era el momento que se va Giscard d’Estaing y entra Mitterrand. Y la Comèdie era el reflejo de la sociedad francesa. Los conservado­res y los modernos, derecha e izquierda. Y era la familia de los átridas. ‘Echaremos a este en navidad porque va a favor de tal’. Yo estaba en medio. Y el clima era muy tenso. Actores excepciona­les no iban juntos en el ascensor. Entonces yo ya había venido a ver a Max Cahner, conseller de Cultura: me pidió que le hiciera un proyecto de un teatro público importante. ‘Te lo hago pero no cuentes conmigo porque acabo de entrar a la Comédie’, le dije. Hice un esbozo y luego Cahner me contestó que no había dinero para algo tan ambicioso y comenzaría­n con el Romea y el Centre Dramàtic. Seguí en París,

pero empecé a ver que no aguantaría el ambiente. Entonces Cahner me dijo de venir a montar una obra.

Y vino. No me hicieron venir. Quise yo. Decidí dejar la Comédie, no firmar como sociétaire, y estaba libre. E hice

La jornada particular. Cahner me pidió otra. Tenía que volver a París, mi carrera y mi casa estaban allá. Me insistió y dije: ‘Hagamos el Cyrano’. En esas, quitan a Cahner y viene Rigol. A 15 días de estrenar con las obras que habían remodelado el Poliorama, me llama y me hace un discurso de 45 minutos. Entiendo que me dice que lo pare todo y vaya a pensar qué proyecto quiero hacer porque no nos podemos equivocar en el inicio. Y que en seis meses le explique. Yo le dije que me había comprometi­do con el Cyrano y si había que pensar, lo haríamos después. No le gustó, pero estrenamos. Fue un gran éxito. Tanto, que el president me pidió que me quedara. Yo comenzaba a encontrarl­e

gusto a dirigir. Aquí nace el TNC.

Y los problemas.

Le dije que me quedaba con una condición: hacer un teatro público equivalent­e a cualquier otro de Europa, con una compañía estable o fidelizada, con un repertorio. Y que me garantizar­an cinco años de dirigir el futuro teatro para demostrar que el proyecto era válido. Creía que en tres años se podía construir uno. Tardaron 13. Me pusieron la zanahoria y fui avanzando como el burro porque tenía un espacio, el Poliorama, con espectácul­os magníficam­ente recibidos, diez años sublimes. Iba tan lento el TNC que un día le dije al conseller de entonces ‘me voy’ y que si cuando faltara año y medio para abrir el teatro aún me querían me llamaran. En el Poliorama tenía sólo contrato por las obras que dirigía. Nada de director funcionari­o. Fui a Madrid, rodé Boca a

boca, tenía proyectos en París. Y me llamaron y volví. Pero al empezar, se estrena L’auca del senyor Esteve y me defenestra­n. Suerte que lo hicieron. Era insoportab­le la presión, también de los medios: que si compraba champán con dinero público, que si me hacía construir jacuzzis... El conseller estaba también en contra y solo no se puede tirar del carro.

Era un choque de modelos.

No. Los que lo criticaban antes de que se hiciera nada corrieron a dirigirlo y meterse. No era modelo, era ‘¿por qué no yo?’. No me entretuve en defenderme. Siempre me he sentido muy libre. Está asumido. Y estoy bien de salud, no he parado de trabajar y hago lo que tengo ganas de hacer. Mejor, imposible.

“Había una gran tensión en la Comédie, actores excepciona­les no iban juntos en el ascensor” “Los que criticaban el TNC antes de que se hiciera nada corrieron a dirigirlo y meterse”

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LLIBERT TEIXIDÓ Josep Maria Flotats fotografia­do ayer durante su investidur­a como doctor honoris causa por la Universita­t Autònoma de Barcelona
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